Opinión

El monstruo en la colina

Uri Avnery
Uri Avnery
· 10 minutos

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No hay nada mejor que un escándalo cada semana. Un escándalo suculento entusiasma a la gente, atrae la atención de los medios, nos evade de problemas como la guerra y la paz, la ocupación y el apartheid. Como el panem et circenses (pan y entretenimiento) en la antigua Roma.

Esta semana hemos tenido varios escándalos para entretenernos. Se ha condenado a Ehud Olmert, un antiguo primer ministro, por aceptar enormes sobornos cuando era alcalde de Jerusalén. Se le pagó para que aprobara la construcción de un complejo monstruoso en la colina más alta de Jerusalén Oeste, que puede verse desde gran distancia.

Por si esto no fuera suficiente, se supo que Sylvan Shalom, un ministro de gabinete con media docena de funciones, es sospechoso de abuso sexual. Una antigua secretaria recordó que el ministro la había atacado en la habitación de hotel de éste hace 15 años.

El magnate de los casino Adelson organizó una demostración pública de su poder en Las Vegas

Con noticias así de emocionantes con las que tratar, ¿quién puede sacar tiempo y energía para pensar en la crisis de las negociaciones palestino-israelíes, que en realidad nunca llegaron a empezar? La opinión pública sabe bastante bien que estas negociaciones son una farsa que ha puesto en marcha una administración estadounidense que no tiene lo que hay que tener para hacer frente a los mercenarios del gobierno israelí en el Congreso e imponer nada a Binyamin Netanyahu.

De hecho, si alguien tenía puesta alguna ilusión en la política estadounidense, ésta se ha desvanecido esta semana.

El magnate de los casinos Sheldon Adelson organizó una demostración pública de su poder.
Convocó, para a elegir a uno de ellos en su paraíso de apuestas de Las Vegas, a los cuatro que con más probabilidad serán los candidatos republicanos para las próximas elecciones a la presidencia. Todos los invitados atendieron la convocatoria, por supuesto.

Fue una exhibición desvergonzada. Los políticos se postraron ante el señor de los casinos. Poderosos gobernadores de Estados importantes dieron lo mejor de sí para venderse, como si fueran candidatos en una entrevista de trabajo. Cada uno intentó superar a los demás en las promesas de cumplir las órdenes del magnate.

Con un guardaespaldas israelí a cada lado, Adelson interrogó a los aspirantes estadounidenses. ¿Y qué era lo que exigía del futuro presidente de Estados Unidos?

Adelson exigía a los candidatos a presidente de EE UU obediencia ciega a otro Estado: Israel

En primer lugar y por encima de todo lo demás, obediencia ciega e incondicional al gobierno de otro Estado:

Israel.

Adelson es uno de los judíos más ricos del mundo. También es un derechista fanático; no sólo un derechista estadounidense, sino también israelí.

Mientras que ahora busca al mejor presidente estadounidense que el dinero puede comprar, ya ha elegido a su títere israelí. Ha hecho algo sin precedentes en la historia israelí: ha creado un instrumento para imponer sus opiniones de ultraderecha al pueblo israelí.

Para conseguir esto, ha invertido grandes sumas de dinero en un diario de su propia creación. Se llama Israel Hayom (Israel hoy), y no tiene precio, literalmente: se distribuye gratuitamente por todo el país. Su número de lectores es ahora el más grande del país, lo que amenaza la existencia del antiguo número uno, Yedioth Ahronoth, y aniquila al que lo sigue, Maariv.

El único propósito del periódico de Adelson es servir a Binyamin Netanyahu, personal y políticamente, sin reservas e incondicionalmente. Esto supone una intervención tan descarada de un multimillonario extranjero en la política israelí, que está causando una reacción: todos los grupos de la Knesset, tanto de derechas como de izquierdas (excepto el Likud, por supuesto) han firmado una petición para poner fin a esta corrupción de la democracia.

Curiosamente, el movimiento sionista se fundó en un casino. Ese era el nombre del salón de actos de Basilea, Suiza, donde tuvo lugar el primer congreso sionista en 1897. Pero no tenía nada que ver con apostar: El Stadtkasino era simplemente un salón de actos céntrico.

Aquí tenemos a un judío intentando nombrar al dirigente del país más poderoso del mundo

Desde esos tiempos, los casinos se han convertido en lugares de apuestas, que la opinión pública asocia con la mafia. Parece que hoy en día son kosher en Estados Unidos, aunque están estrictamente prohibidos en Israel.

Las Vegas se ha convertido ahora en la capital de la política estadounidense. Todo lo que hace Adelson se hace con orgullo, abierta y descaradamente. Me pregunto cómo reaccionan los estadounidenses corrientes ante este espectáculo de un multimillonario – especialmente uno judío – eligiéndoles a su próximo presidente.

Se nos dice que el antisemitismo está en aumento en Europa y en todo el mundo. En el demente mundo mental de los antisemitas, los judíos controlan el cosmos. Y aquí tenemos a un judío, salido directamente de las páginas de Los protocolos de los sabios de Sión, intentando nombrar al dirigente del país más poderoso del planeta.

Adelson ha fracasado en el pasado. La última vez, se gastó enormes sumas de dinero en un candidato nulo, y después en el candidato republicano ganador, al que aplastó completamente Barack Obama, una abominación negra y liberal. Pero nadie puede estar seguro de que esto vuelva a suceder. Un eslogan apropiado para Adelson podría ser: ‘‘Si el dinero no funciona, ¡inténtalo con más dinero!’’

El problema esencial es que el proceso político estadounidense está totalmente corrompido. No hay otra manera de expresarlo.

Para convertirse en candidato de un partido mayoritario, y después ser elegido presidente, se necesitan inmensas sumas de dinero. Ya que el campo de batalla principal es la televisión, y los candidatos tienen que pagar por sus anuncios de campaña, estas sumas se van haciendo más y más grandes.

Es agradable pensar que los ciudadanos corrientes pueden recaudar estas sumas con sus donaciones modestas, pero eso es una ilusión. Las donaciones de estas dimensiones sólo pueden venir de los ricos, en especial de los muy, muy ricos. (A los estadounidenses ya no les gusta esta palabra reveladora, y hablan de ‘‘los pudientes’’. Pero eso es puro lavado de cara).

Hubo un tiempo en que a los muy ricos se les llamaba millonarios, después se pasó a llamarles multimillonarios, y ahora son megamultimillonarios. Adelson es un múltiple megamultimillonario.
Un multimillonario no dona gratuitamente una fortuna a un candidato a la presidencia. No es así como llegó a ser multimillonario, en primer lugar. Una vez que consigue que se elija a su hombre, exige su parte, que es bastante grande.

Si Adelson consigue instalar a su favorito en la Casa Blanca, EEE UU se supeditará a la extrema derecha de Israel

Se me dice que Adelson quiere que se prohíban las apuestas por internet, para que los casinos corrientes y honrados puedan prosperar. Pero no me cabe duda de que sus pasiones sionistas de ultraderecha van en primer lugar. Si consigue instalar a su favorito en la Casa Blanca, Estados Unidos se supeditará totalmente a la extrema derecha de Israel. También puede que ponga a Netanyahu en el Despacho Oval. (¡Eso sí que es una buena idea! Sólo se necesita una pequeña enmienda constitucional. ¿Cuánto puede costar eso?)

Yo no hubiera tenido problemas con eso, si Adelson realmente entendiera algo acerca del conflicto árabe-israelí. Con la típica arrogancia de los muy ricos, piensa que entiende. Sin embargo, parece que no tiene la más mínima idea acerca de los orígenes del conflicto, de su historia y de los graves problemas que acechan nuestro futuro.

Si Adelson pudiera dictar nuestro futuro, esto traería consecuencias desastrosas para nuestro país.

Nuestro propio sistema político no es tan corrupto como el estadounidense, pero es bastante malo.

Los partidos israelíes que participan en las elecciones obtienen un espacio de tiempo gratuito en la televisión, cuya duración depende de la cantidad de escaños que hayan tenido en la Knesset de la anterior legislatura, y se reserva un mínimo de tiempo para los partidos nuevos. Pero esto dista bastante de ser suficiente para una campaña electoral.

Nuestro sistema político no es tan corrupto como el estadounidense, pero es bastante malo

La cantidad de dinero en donativos que pueden aceptar los partidos es limitada, y también lo es la cantidad que se les permite gastar. Los interventores del Estados ejercen un control estricto.

Y esto nos lleva de vuelta a Olmert.

Ningún político ambicioso se conforma con las cantidades permitidas. Muchos de ellos buscan trucos para evadir a los interventores, algunas veces llegando a los límites de la legalidad, otras veces traspasándolos. El propio Olmert ha sido sospechoso de usar dinero ilegal varias veces en el pasado, pero siempre ha conseguido escabullirse.

Desobedecer la ley de esta forma es un delito, pero en el pasado, la opinión pública israelí no condenaba realmente estos delitos con demasiada energía. La actitud general era: ‘‘Los políticos siempre serán políticos’’.

Esta actitud cambió cuando, por primera vez, salió a la luz que los políticos estaban aceptando sobornos no para financiar a sus partidos, sino para lucrarse ellos mismos. El primer gran escándalo de este tipo, que destapó mi revista en 1976, implicaba a Asher Yadlin, un líder del Partido Laborista que acababa de ser nombrado director del Banco de Israel. Se hizo público que había aceptado el soborno para él en vez de para su partido, y fue a prisión. Desde entonces, se han destapado muchos casos de ese tipo. Se ha enviado a prisión a varios ministros. Uno que ya ha cumplido su condena, ha vuelto y desempeña un papel central en la Knesset. Ariel Sharon y Avigdor Lieberman escaparon de imputaciones por los pelos.

No hay forma de disminuir la corrupción política sin cambiar por completo el sistema electoral

(Ya he contado en otra ocasión la historia de un antiguo ministro de educación, al que le dijo un colega: ‘‘¡Felicítame! ¡Me han absuelto!’’ A lo que él respondió irónicamente: ‘‘Es curioso. ¡A mí nunca me han absuelto!’’)

Olmert es el último caso, y eclipsa a todos los demás porque fue primer ministro. El país está conmocionado. Pero su larga carrera ha estado manchada de imputaciones, de las que siempre lo libraban sus abogados. Al principio aceptó dinero para sus campañas electorales. Más tarde aceptó dinero para sí mismo.

No hay forma de disminuir la corrupción del proceso político en Estados Unidos – o aquí – sin cambiar por completo el sistema electoral. Mientras se sigan necesitando enormes sumas de dinero para que un partido salga elegido, la corrupción imperará.

Hasta que se lleve a cabo una reforma de esa envergadura, los Adelsons y los Olmerts seguirán corrompiendo la democracia.

Y el monstruo en la colina de Jerusalén estará ahí como advertencia.