Opinión

Motín en el Titanic

Uri Avnery
Uri Avnery
· 9 minutos

opinion
Israel | Septiembre 2011

He aquí una historia que nunca antes se había contado:

Cuando el Titanic estaba en alta mar en medio del Atlántico, su tripulación se amotinó.

Exigían salarios más altos, habitaciones menos apretadas, mejor comida. Se reunieron en las cubiertas inferiores y se negaron a moverse de allí.

Unos veteranos en la sala de máquinas intentaban ampliar el alcance de la protesta. Aseguraban que el capitán era extremamente incompetente, que los oficiales eran unos tontainas y que el viaje estaba destinado a acabar en desastre.

Una señora estaba en cubierta con un güisqui cuando vio el iceberg. “Había pedido hielo» dijo

Pero los líderes de la protesta se oponían. «No vamos a ir más allá de nuestras demandas prácticas, » dijeron. «El rumbo del barco no es asunto nuestro. Sea lo que sea lo que algunos podamos pensar del capitán y en los oficiales en el puente de mando, no debemos mezclar asuntos. Esto sólo dividiría la protesta. »

Los pasajeros no interfirieron. Muchos de ellos simpatizaron con la protesta, pero no quisieron verse implicados.

Se dice que una señora inglesa borracha estaba en la cubierta, un vaso de güisqui en su mano, cuando vio el enorme iceberg inminente. “Había pedido hielo,» – murmuró ella – «¡pero esto es ridículo! »

Durante una semana, o así, todos los medios de comunicación israelíes estaban absortos en a los sucesos de Naciones Unidas.

Ehud Barak había prevenido de un «tsunami». Avigdor Lieberman previó «un baño de sangre». El ejército estaba preparado para las enormes manifestaciones con la certeza de que acabarían en violencia sin precedentes. Nadie podía pensar en nada más.

Y luego, de la noche a la mañana, el sangriento tsunami se desvaneció como un espejismo, y la protesta social reapareció. Fuera el Estado de guerra, venga otra vez el Estado de bienestar.

¿Por qué? La comisión designada por Binyamin Netanyahu para examinar las raíces de la protesta y proponer reformas habían terminado su trabajo en tiempo récord y habían puesto un grueso volumen de propuestas sobre la mesa. Todo muy bien. Educación gratis desde los 3 años, impuestos más altos para los ricos, más dinero para viviendas etcétera.

Todo muy bien, pero lejos de lo que los manifestantes habían exigido. No fue para eso por lo que hace algunas semanas había salido a la calle casi medio millón de manifestantes. Unos catedráticos de economía lo criticaron, y otros lo defendieron. Siguió un agitado debate.

Esto puede continuar durante algunos días. Pero entonces ocurrirá algo ―quizás un incidente de frontera, o un pogromo de los colonos contra un pueblo palestino, o una resolución a favor de Palestina en Naciones Unidas― y el pelotón de medios de comunicación cambiará de rumbo, olvidará las reformas y volverá a los miedos de toda la vida.

Mientras tanto, el presupuesto militar servirá como manzana de la discordia. La comisión de gobierno ha propuesto reducir este presupuesto en 3.000 millones de shekels ―menos de mil millones de dólares― para financiar sus modestas reformas. Netanyahu ha manifestado su acuerdo.

El ejército solo describe los desastres que vendrán si se reduce el presupuesto militar

Nadie se tomó esto muy en serio. El incidente más leve permitirá al ejército exigir un presupuesto especial, y en vez de la diminuta reducción sugerida, habrá otro gran aumento.

Pero el ejército ya ha creado un infierno ―literalmente – con la descripción de los desastres que seguramente nos acontecerán si la diabólica reducción no se corta de raíz. Afrontaremos una derrota en la siguiente guerra, muchos soldados morirán, el futuro comité de investigación culpará a los ministros actuales. Estos ya tiemblan de miedo.

Todo esto viene a demostrar como de rápido la atención nacional puede columpiarse del «modo protesta» al «modo seguridad”. Un día estamos agitando nuestros puños alzados en la calle, el siguiente estamos acudiendo a los baluartes nacionales, decididos a vender caras nuestras vidas.

Esto podría conducir a la idea de que los dos problemas son realmente uno, y sólo pueden ser solucionados juntos. Pero esta conclusión se encuentra con una resistencia firme.

Los jóvenes líderes de la protesta insisten que la petición de la reforma une a todos los israelíes ―a hombres y mujeres, a jóvenes y viejos, a izquierdistas y derechistas, a religiosos y laicos, a judíos y árabes, a asquenazíes y orientales. Es aquí donde se encuentra su poder. En cuanto surja la cuestión de la política nacional, el movimiento se desmantelará. Fin de la protesta.

Es difícil decir algo contra esto.

Es verdad, incluso los derechistas acusan a los manifestantes de ser izquierdistas disfrazados. Muy pocas nacional-religiosos aparecen en las manifestaciones, y por supuesto, ningún ortodoxo. Los judíos orientales, votantes tradicionales del Likud, no tienen representación suficiente, aunque tampoco estén del todo ausentes. La gente habla de un movimiento de la “Tribu Blanca»: los descendientes de los judíos europeos.

De todos modo, el movimiento ha tenido éxito al evitar una división abierta. A los cientos de miles de manifestantes no se les ha exigido que se identifiquen con ningún partido político o credo en particular . Los líderes pueden afirmar con toda la razón que su táctica ―si esto es una táctica― ha funcionado hasta ahora.

Esta convicción ha sido reforzada por recientes acontecimientos en el Partido Laborista.

Esta congregación moribunda, que descendió en el sondeo a un mero 7 % de los votos, de repente ha dado el salto a una nueva vida. Unas animadas elecciones primarias para el liderazgo del partido han devuelto el color a sus mejillas. En una victoria sorpresa, Shelly Yacimovich ha sido elegida la presidenta del partido.

Shelly (tengo aversión por estos apellidos extranjeros largos) fue en el pasado una asertiva y mordaz periodista de radio con un pronunciado punto de vista feminista y socialdemócrata. Hace seis años se unió al Partido Laborista y fue elegida a la Knesset bajo las alas de Amir Peretz, el entonces líder, a quién ahora le ha ganado completamente.

La nueva lider laborista nunca ha mencionado la guerra o la ocupación

En la Knesset, Shelly se ha distinguido como una militante diligente e implacable en asuntos sociales. Es una niña de 51 años, una loba solitaria, rechazada por sus colegas, desprovista de carisma, en absoluto amistosa. Aún así, las bases del partido, quizás por pura desesperación, la prefirieron antes que a los miembros de la viaja guardia en bancarrota. La atmósfera que se extendió en el país debido al movimiento de protesta social seguramente contribuyó a su éxito.

En todos sus años en la Knesset, no ha mencionado ninguno de los problemas nacionales como la guerra y la paz, la ocupación o los asentamientos. Se ha concentrado exclusivamente en los asuntos sociales. En vísperas de las primarias, impresionó a muchos miembros de su partido dando públicamente su apoyo a los colonos. «Los asentamientos no son ni pecados ni crímenes» afirmó: fueron puestos allí por el gobierno del Partido Laborista y son una parte del acuerdo general nacional.

Puede que Shelly realmente lo crea y puede que lo considere como una buena táctica… el hecho es que ella ha adoptado la misma línea que el movimiento de protesta: que los asuntos sociales deberían ser separados de los asuntos «nacionales». Parece que puedes ser de derechas respecto a la ocupación e izquierdista en la subida de impuestos a los ricos.

¿Pero se puede?

Al día siguiente de las primarias del Partido Laborista, algo sorprendente ocurrió. En un respetado sondeo, el Partido Laborista aumentó de 8 a 22 escaños en la Knesset, alcanzando al partido Kadima de Tzipi Livni, que descendió de 28 a 18.

Primero deja que nos hagamos con el poder y luego ya nos ocuparemos de la paz

¿Una revolución? No exactamente. Todos los nuevos votos del Partido Laborista vinieron de Kadima. Pero un movimiento de Kadima a los Laboristas, aunque interesante por sí mismo, no es importante. La Knesset está dividido en dos bloques ―el nacionalista-religioso y el de centro-izquierda-árabe. Mientras el bloque de derechas tiene un margen del 5 %, no habrá ningún cambio. Para llevar a cabo un cambio, bastantes votantes deben saltar de un lado al otro lado de la balanza.

Shelly cree que evitando asuntos nacionales y concentrándose en asuntos sociales, los votantes pueden cambiar de un lado a otro. Unos dicen: eso es todo lo que cuenta. ¿Cuál es la utilidad de exponer un programa de paz, si no puedes cambiar el gobierno? Primero deja que nos hagamos con el poder, no importa a través de que medios, y luego ya nos ocuparemos de la paz.

Contra este argumento lógico existe un a opinión contraria: si comienzas a abrazar a los colonos e ignorar la ocupación, terminarás como un aliado ecundario en un gobierno de derecha, como ha pasado antes. Pregúnteselo a Shimon Peres. Pregúnteselo a Ehud Barak.

Y luego hay una pregunta moral: ¿realmente puedes reivindicar «la Demanda de la Justicia Social” e ignorar la opresión diaria de cuatro millones de palestinos en los territorios ocupados? ¿Cuándo abandonas tus principios en el camino hacia el poder, qué podemos suponer que vas a hacer con ese poder?

El Día de la Expiación judío, que comenzó anteayer, proporciona una pausa para la reflexión. La política está en punto muerto. Los líderes de la protesta prometen otra enorme manifestación, restringida a las demandas sociales, en un mes.

Mientras tanto, el Titanic, esta hermosa obra maestra de arquitectura naval, está surcando las olas.