Opinión

En nombre del sionismo

Uri Avnery
Uri Avnery
· 10 minutos

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Israel es un Estado sionista. Todo el mundo lo sabe.

No hay un solo político (judío) en Israel que pierda oportunidad de repetirlo.

La semana pasada, cuando celebrábamos el 62 aniversario del Día de la Independencia, nos inundaron con un diluvio de discursos patrióticos. Cada uno de los émulos de Cicerón, sin excepción, declaró su total compromiso con el sionismo.
Por cierto, cuando se trata del carácter sionista de Israel, hay un acuerdo total a este respecto entre los líderes de Israel y sus enemigos. El bocazas iraní declara en cuanto tiene oportunidad su convicción de que el «régimen sionista» va a desaparecer. Los árabes que se niegan a pronunciar el nombre de Israel hablan de la «entidad sionista». Hamás e Hizbulá condenan al «enemigo sionista».

Pero ninguno de ellos, ni amigos ni enemigos, explica lo que significa. ¿Qué es lo que convierte al Estado en ‘sionista’?
A mí, eso me suena a chino. Quiero decir, todo el mundo sabe que China es un país ‘comunista’. Amigos y enemigos hablan de la “China comunista» como algo manifiesto.

Pero ¿qué significa eso? ¿Qué la hace comunista?

Cuando se trata del carácter sionista de Israel, hay un acuerdo total entre los líderes del país y sus enemigos

Cuando era joven, me enteré de que comunismo significa nacionalización (o ‘socialización’) de los medios de producción.

¿Describe eso la realidad de China? ¿O más bien todo lo contrario?

El comunismo iba dirigido a crear una sociedad sin clases, para que el Estado se fuera atrofiando hasta desaparecer. ¿Está sucediendo eso en China? ¿O está apareciendo una nueva clase de magnates capitalistas mientras que cientos de millones vegetan en la más absoluta miseria? El Manifiesto Comunista declaraba que el proletariado no tiene patria. Pero China es tan nacionalista como cualquier otro país del mundo.

Entonces ¿qué queda de comunismo en China? Sólo el nombre, que sirve de tapadera a un grupo de poderosos gobernantes que utilizan al partido comunista como medio para mantener un régimen despótico. Y, por supuesto, las ceremonias, símbolos y banderas. Karl Marx los habría llamado «el opio del pueblo».

Y volvemos desde el Manifiesto de Marx y Engels a El Estado Judío de Theodor Herzl, el ‘visionario del Estado’ oficial.
La visión sionista de Herzl fue bastante simple: los judios, todos los judios, deberán ir al Estado judío. Aquéllos que no lo hagan serán alemanes, británicos, estadounidenses o miembros de cualquier otra nación pero, definitivamente, judios no.

En la escuela sionista de Palestina nos enseñaban que la esencia del sionismo es la negación de la diáspora (el llamado ‘exilio’ en hebreo). No la simple negación física, sino también la mental. No sólo la exigencia de que todos y cada uno de los judios vinieran a la tierra de Israel, sino también un rechazo total a todas las formas de la vida judía en el exilio, su cultura y su lengua (yídish/judío). Lo peor con diferencia que se podía decir de alguien era llamarlo ‘judío del exilio’. Los propios escritos de Herzl destilan, en según qué parte, un fuerte olor antisemita.

Los dirigentes del Israel dependen en gran medida de la diáspora y la utilizan para sus propios fines

Y hete aquí que el Israel ‘sionista’ está adoptando la diáspora, amando la diáspora, besando la diáspora. El Ejecutivo sionista va a enviar emisarios a las comunidades judías de todo el mundo con el fin de reforzar su ‘cultura judía’.

Los dirigentes del Estado sionista dependen en gran medida de la diáspora y la utilizan para sus propios fines. El AIPAC de los judíos en el ‘exilio’ garantiza el sometimiento del Congreso de Estados Unidos a la voluntad del gobierno israelí. La Liga Anti Difamación (que debería llamarse más bien Liga de la Difamación) está aterrorizando a los medios estadounidenses para evitar cualquier crítica a la política israelí. En el pasado, la Union Jewish Appeal era esencial para el bienestar económico de Israel.

Durante años, la política exterior de Israel se ha basado en el poder de la comunidad judía ‘en el exilio’ en Estado Unidos. Todos los países, desde Egipto hasta Uzbekistán sabían que, si querían la ayuda del congreso estadounidense, antes de nada debían contar con el apoyo de Israel. Para tener acceso al sultán americano, primero tenían que pasar por el portero israelí.

¿Qué tiene todo esto que ver con el sionismo? ¿Qué ha quedado del sionismo, excepto el hecho histórico de que el movimiento sionista ha dado a luz a Israel? Tópicos vacíos y un instrumento para lograr objetivos bastante distintos.
Dentro de nuestro sistema político, el sionismo sirve para alcanzar objetivos contradictorios y muy distintos.

Si se habla de sionismo en Israel, se quiere decir ‘no árabe’. Un Estado ‘sionista’ implica un Estado en el que los ciudadanos no judíos no pueden ser socios de pleno derecho. El ochenta por ciento de los ciudadanos de Israel (los judios) les está diciendo al otro veinte por ciento (los árabes): el Estado nos pertenece, y a vosotros no.

Si Samuel Johnson viviera hoy en Israel diría que «el sionismo es el último refugio del sinvergüenza”

El Estado construye asentamientos en los territorios ocupados porque es sionista. Construye en Jerusalén Este porque es sionista. Discrimina a sus ciudadanos árabes en casi todos los campos porque es sionista. Maltrata a los refugiados africanos que logran llegar a sus fronteras porque es sionista. No hay acto cobarde que no pueda envolverse en la bandera sionista. Si Dr. Samuel Johnson viviera hoy en día en Israel, diría que «el sionismo es el último refugio del sinvergüenza”.

La ‘izquierda sionista’ agita también esta bandera para mostrar lo patriótica que es. En el pasado, se utilizaba principalmente para mantener las distancias con la izquierda radical, que luchaba contra la ocupación y por la solución de los dos Estados. Hoy en día, después de que la misma ‘izquierda sionista’ adoptara este programa, sigue ondeando la bandera sionista para diferenciarse de los partidos ‘ árabes’ (incluido el Partido Comunista, cuyos votantes son, en un 90%, árabes).

En el nombre del sionismo, la ‘izquierda sionista’ sigue rechazando cualquier posibilidad de incluir a los partidos árabes en una futura coalición de gobierno. Éste es un acto de automutilación, ya que impide de antemano cualquier posibilidad de que la ‘izquierda’ regrese al poder. Eso es aritmética pura. Como resultado, la ‘izquierda sionista’ prácticamente ha desaparecido.

El modo en la que la derecha israelí está utilizando la bandera sionista es mucho más peligroso. En sus manos, se ha convertido en una bandera de puro odio.

Desde hace años se ha extendido la plaga de los lectores que dejan sus comentarios en todas partes. Personas no identificadas están saturando el ciberespacio con sus invectivas. Aquí y allá, algún ciudadano liberal cuelga alguna observación interesante. Pero la inmensa mayoría de estos comentaristas pertenecen a la extrema derecha y se expresan con un estilo inspirado en los períodos más oscuros del siglo pasado. Lo más moderado en este léxico es llamar ‘traidores’ a los izquierdistas; y es bastante común pedir que se les ejecute.

La derecha israelí utiliza la bandera sionista de un modo peligroso: lo convierte en bandera de odio

(Cuando resulta que se menciona mi nombre en uno de los sitios web, normalmente trae tras de sí un cortejo de docenas, y a veces más de un centenar, de comentarios con epítetos que vomitan odio puro. Todo esto en el nombre del sionismo.)

El público se ha acostumbrado a este fenómeno y tiende a ignorarlo o a no prestarle mucha atención. Piensan que esos comentaristas pertenecen al inframundo político, junto con los colonos fanáticos y una gran variedad de grupos derechistas marginales.

Pero, ¿son todavía marginales? ¿O se están acercando al centro del escenario?

Recientemente, el público ha estado expuesto a una canción que ha hecho saltar las alarmas por todas partes.
Un popular cantante, de nombre Amir Banyon, ha decidido decirles a los izquierdistas lo que piensa de ellos exactamente. He aquí algunos ejemplos escogidos:

«Yo defiendo a los niños / arriesgo mi vida por vuestras familias / Y vosotros me escupís a la cara. / Después de que los enemigos del exterior no consiguieron matarme / Me estáis matando desde dentro».

«Estoy asaltando las líneas enemigas / De espaldas a vosotros, al descubierto / y vosotros afilando el cuchillo».
«Yo soy vuestro hermano, vosotros sois el enemigo… Cuando lloro, os reís a mis espaldas… Estáis entregándome al extranjero… ¡Me estáis matando!»

Por cierto, aquéllos que distribuyeron esta obra maestra se olvidaron de mencionar que el autor, ése que «arriesga su vida» y «siempre avanza en el asalto», nunca ha servido en una unidad de combate. De hecho, fue dispensado del ejército después de tres días (¡!) por problemas de drogas. Más tarde, se convirtió en un judío piadoso y se unió a la Jabad, la secta del ultranacionalista rabino Lubavitch que nunca visitó Israel.

«Traidores», «agentes del enemigo», «el cuchillo en la espalda» son palabras del discurso dominante

Las palabras «entregándome al extranjero» son la acusación más grave en la tradición judía. El ‘moser’ (el que entrega) era un judío que vendía a otro judío a las autoridades gentiles y al que se consideraba merecedor de la muerte. Fue precisamente esta acusación la que selló el destino de Yitzhak Rabin.

Últimamente, se ha convertido en la acusación principal de los fascistas israelíes contra la izquierda. Recientemente, se ha iniciado una campaña extrema de incitación contra el New Israel Fund, una institución con sede en Estados Unidos que apoya muchas organizaciones no gubernamentales de izquierdas en Israel. El fondo está acusado de financiar a las organizaciones que «ayudaron al juez Goldstone», el «antisemita judío» que estaría divulgando mentiras despreciables contra el Estado sionista. (Aclaración: la organización en la que participo activamente, Gush Shalom, que también está sacando a la luz crímenes de guerra, nunca recibió un centavo).

Anat Kam, una soldado que «robó» documentos secretos del Comando del Ejército y ayudó al diario Haaretz a destapar un crimen de guerra, también fue acusada de «servir al enemigo». Ha sido acusada de «espionaje con agravantes», delito que conlleva una sentencia de cadena perpetua.

«Traidores», «agentes del enemigo», «destructores de la patria», «el cuchillo en la espalda» —estos epítetos se están convirtiendo en parte del discurso dominante en Israel. No deberían subestimarse.

No hace tanto, justo ese lenguaje dio lugar en Europa a tragedias históricas.

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