El nuevo antisemitismo
Uri Avnery
El ministro de Propaganda nazi, Dr. Joseph Goebbels, llama a su jefe, Adolf Hitler, por el teléfono infernal.
“¡Mi führer!” exclama, excitado. “Hay noticias del mundo. Parece que al fin y al cabo sí íbamos bien. El antisemitismo está conquistando Europa”.
“¡Bien!” dice el führer. “Será el fin de los judíos”.
“Hmm… bueno… no exactamente, mi führer. Parece que nosotros escogimos a los semitas equivocados. Nuestros herederos, los nuevos nazis, aniquilarán a los árabes y todos los demás musulmanes de Europa”. Luego, con una risita: “Al fin y al cabo, hay muchos más musulmanes que judíos para exterminar”.
“Pero ¿qué pasa con los judíos?” insiste Hitler.
“No se lo va a creer: los nuevos nazis adoran Israel, el Estado Judío… e Israel los adora”.
«Escogimos a los semitas equivocados; los herederos neonazis aniquilarán a los árabes»
La atrocidad que cometió esta semana el neonazi noruego ¿es un incidente aislado? Los extremistas de la derecha en toda Europa y en Estados Unidos ya están recitando al unísono: “No pertenece a los nuestros. No es más que un individuo solitario con una mente trastornada. En todas partes hay locos. ¡No se puede condenar todo un campo político por la acción de una sola persona!”
Esto nos suena. ¿Donde escuchamos algo similar antes?
¡Claro! Después del asesinato de Yitzhak Rabin.
No hay ninguna relación entre la masacre en Oslo y el asesinato en Tel Aviv. ¿O tal vez sí?
Durante los meses anteriores al asesinato de Rabin se había orquestado contra él una masiva campaña de odio. Casi todos los grupos de derechas de Israel estaban compitiendo para ver cuál conseguía demonizarlo de la forma más eficaz.
En una manifestación paseaban un fotomontaje de Rabin en el uniforme de un oficial de las SS. En el balcón por debajo del que pasaba la manifestación se podía ver a Binyamin Netanyahu, aplaudiendo con fervor, mientras abajo paseaban un ataúd marcado con la palabra ‘Rabin’. Unos grupos religiosos escenificaron una ceremonía cabalística medieval, en la que se le condenó a Rabin a muerte. Algunos rabinos de alto rango participaron en la campaña. Entre los religiosos y los de la derecha no se alzó ninguna voz de protesta.
El asesinato en sí lo ejecutó, de hecho, un único individuo: Yigal Amir, un antiguo colono, estudiante de una universidad religiosa. Se suele aceptar como cierto que antes de pasar a la acción consultó con al menos un rabino de alto rango. Al igual que Anders Behring Breivik, el asesino de Oslo, planificó su crimen de manera cuidadosa, durante mucho tiempo, y lo ejecutó a sangre fría. No tenía cómplices.
¿O talvez sí? ¿No eran cómplices suyos todos los que le incitaban? ¿No tienen responsabilidad todos estos demagogos sin vergüenza, como Netanyahu, que esperaban alcanzar el poder nadando sobre la ola de odio, miedo y prejuicios?
Resulta que sus cálculos acertaron. Menos de un año después del asesinato, Netanyahu llegó, de hecho, al poder. Ahora la derecha gobierna Israel y se vuelve más radical cada año y, últimamente, según parece, cada semana. Hay fascistas declarados que juegan papeles protagonistas en la Knesset.
Todo esto es el resultado de tres disparos de un único fanático, que se tomó con mortal seriedad las palabras de los cínicos demagogos.
La última propuesta de nuestros fascistas, directamente por boca de Avigdor Lieberman, es la de abolir el logro estrella de Rabin: los Acuerdos de Oslo. De manera que volvemos a Oslo.
Cuandoescuché las primeras noticias sobre la atrocidad de Oslo temí que los perpetradores pudieran ser algunos musulmanes locos. Las repercusiones habrían sido terribles. De hecho, minutos más tarde, un grupo musulmán idiota ya fardó que ellos habían llevado a cabo esta grandiosa acción. Afortunadamente, el asesino masivo real se rindió en el escenarioo del crimen.
El asesino de Oslo es el prototipo del nuevo nazi antisemita, su credo es la supremacía blanca
Es el prototipo de un nazi antisemita de la nueva hornada. Su credo consiste en la supremacía blanca, el fundamentalismo cristiano, el odio a la democracia y el chauvinismo europeo, mezclado con un odio virulento contra los musulmanes.
En todas partes de Europa brotan ahora ramificaciones de este credo. Pequeños grupos radicales de ultraderecha se convierten en partidos políticos dinámicos, ocupan sus escaños en los Parlamentos e incluso consiguen determinar en algunos casos qué partido gobierna. Países que siempre parecían modelos de la salud política de repente producen agitadores fascistas de lo más asqueroso, incluso peores que el Tea Party estadounidense, otro brote de este nuevo ‘zeitgeist’. Avigdor Lieberman es nuestra contribución a esta ilustre liga mundial.
Una cosa que casi todos estos grupos de ultraderecha europeos y norteamericanos tienen en común es su admiración por Israel. En su manifiesto político de 1.500 páginas, en el que había trabajado durante mucho tiempo, el asesino de Oslo dedicó toda una sección a este asunto. Propuso una alianza entre la extrema derecha europea e Israel. Para él, Israel es una avanzadilla de la Civilización Occidental en la lucha mortífera contra el barbárico islam (¿nos recuerda un poco la promesa de Theodor Herzl de que el futuro Estado judío sería “una avanzadilla de la cultura occidental contra los bárbaros de Asia”?)
Parte del declarado filo-sionismo de estos grupos islamófobos es, desde luego, pura fachada, elaborada para disfrazar su carácter neonazi. Si uno adora a los judíos, o al Estado judío, no puede ser fascista ¿cierto? ¡Anda que sí puede serlo! Sin embargo, yo creo que la mayor parte de esta adoración por Israel es totalmente sincera.
Los israelíes de derechas, a los que cortejan estos grupos, argumentan que no es culpa suya si resultan atractivos para todos estos profesionales del odio. A primera vista, eso es desde luego verdad. Pero uno no puede evitar preguntarse: ¿por qué les resultan tan atractivos? ¿En qué consiste esta atracción? ¿No es indicio de que aquí se buscan y se encuentran almas gemelas?
La primera vez que me di cuenta de la gravedad de la situación fue cuando un amigo me llamó la atención a unos blogs alemanes anti-islámicos.
Si uno adora a los judíos no puede ser fascista ¿cierto? ¡Anda que sí puede serlo!
Me quedé profundamente chocado. Estos textos son prácticamente copias literales de las diatribas de Joseph Goebbels. Los mismos esloganes demagógicos. Las mismas acusaciones. La misma demonización. Con una pequeña diferencia: en lugar de los judíos, ahora son los árabes quienes socavan la Civilización Occidental, seducen a las chicas cristianas, se confabulan para dominar el mundo. Los Protocolos de los Sabios de La Meca.
Un día después de los acontecimientos de Oslo estuve viendo en televisión la emisión en inglés de Aljazeera, una de las mejores del mundo, y me encontré con un programa interesante. Durante una hora entera, una reportera entrevistaba a gente en las calles de Italia respecto a los musulmanes. Las respuestas eran chocantes.
Las mezquitas deberían prohibirse. Son lugares donde los musulmanes conspiran para cometer crímenes. En realidad no necesitan ni mezquitas… sólo les hace falta una alfombra para rezar. Los musulmanes vienen a Italia para destruir la cultura italiana. Son parásitos, difunden drogas, crimen y enfermedades. Hay que echarlos, hasta el último hombre, la última mujer, el último niño.
Siempre pensaba que los italianos eran gente amable que se tomaba las cosas con calma. Incluso durante el holocausto, se comportaron mejor que la mayoría de los demás pueblos europeos. Mussolini sólo se convirtió en un feroz antisemita en la última fase, cuando ya dependía totalmente de Hitler.
Sin embargo, aquí estamos, apenas 66 años después de que los partisanos italianos colgaron el cuerpo de Mussolini de los pies en una plaza pública en Milán… y una forma de antisemitismo mucho peor campa a sus anchas en las calles de Italia, como en la mayoría de los países europeos (¿o debería decir: “en muchos”?).
Los musulmanes no están libres de culpa; blancos fáciles como los judíos en su tiempo
Desde luego, existe un problema real. Los musulmanes no están libres de culpa en esta situación. Su propio comportamiento los convierte en blancos fáciles. Como los judíos en su tiempo.
Europa tiene un dilema. Necesita a los “extranjeros” ―musulmanes y todos― para que trabajen, mantengan la economía, paguen las jubilaciones de las personas mayores. Si todos los musulmanes abandonasen Europa mañana por la mañana, el tejido social de Alemania, Francia, Italia y muchos otros países se derrumbaría.
Sin embargo, muchos europeos sufren un disgusto cuando ven a estos “extranjeros” con sus idiomas extraños, sus hábitos y sus ropas llenando sus calles, cambiando el carácter de muchos barrios, abriendo tiendas, casándose con sus hijas, compitiendo con ellos de muchas maneras. Les duele. Como dijo una vez un ministro alemán: “Trajimos a trabajadores y luego nos dimos cuenta de que habíamos traído a seres humanos”.
Uno puede entender a estos europeos hasta cierto punto. La inmigración causa realmente problemas. La migración del Sur pobre hacia el Norte rico es un fenómeno del siglo XXI, el resultado de una desigualdad entre naciones que clama al cielo. Necesitamos una política de inmigración para toda Europa, un diálogo con las minorías sobre inmigración o multiculturalidad. No será fácil.
Pero esta oleada de islamofobia va mucho más lejos. Puede acabar devastando todo, como un tsunami.
Muchos partidos y grupos islamófobos me recuerdan la atmósfera de Alemania a principios de los años 20, cuando los grupos y las milicias que se llamaban “völkisch” [étnico] difundían su veneno de odio y un espía del Ejército llamado Adolf Hitler recogía sus primeros laureles como orador antisemita. Parecía que eran de poca importancia, marginales, incluso locos. Muchos se reían de este tipo, Hitler, el payaso con el bigote a lo Chaplin.
Pero tras el golpe de estado fracasado de los nazis en 1923 vino 1933, el año en el que los nazis tomaron el poder, y 1939, cuando Hitler inició la II Guerra Mundial, y 1942, cuando las cámaras de gas empezaron a funcionar.
Los inicios son el momento crítico: cuando los oportunistas políticos se dan cuenta de que sembrar miedo y odio es el camino más fácil para hacer fortuna y alcanzar el poder, cuando inadaptados sociales se convierten en nacionalistas y religiosos fanáticos, cuando atacar a minorías vulnerables se empieza a considerar como una política legítima, cuando divertidos tipejos se convierten en monstruos.
Esta risa que escucha ¿es la del Dr. Goebbels desde el infierno?