A las orillas de Trípoli
Uri Avnery
Aunque la Biblia nos diga “No te regocijes cuando caiga tu enemigo” (Proverbios 24:17), no pude evitarlo. Estaba contento.
Muammar Gadafi era el enemigo de cualquier persona decente del mundo. Era uno de los peores tiranos de los últimos tiempos.
Gadafi era uno de los peores tiranos escondido tras un disfraz de payaso
Lo escondía tras un disfraz de payaso. Le gustaba presentarse como un filósofo (el “Libro Verde”), un estadista visionario (israelíes y palestinos deben unirse en el “Estado de Isratina”), e incluso como un adolescente inmaduro (sus innumerables uniformes y trajes). Pero básicamente era un dictador despiadado, rodeado de familiares y amigotes corruptos, despilfarrando la gran riqueza de Libia.
Esto era obvio para todo el que quisiera verlo. Por desgracia, había unos cuantos que eligieron cerrar los ojos.
Cuando expresé mi apoyo a la intervención internacional, esperaba que me atacara alguna persona bien intencionada. Así fue.
¿Cómo podía yo hacer algo así? ¿Cómo podía apoyar a los imperialistas americanos y a la abominable OTAN? ¿No me daba cuenta de que todo era a cuenta del petróleo?
No me sorprendió. Ya he pasado por esto. Cuando la OTAN empezó a bombardear territorio serbio para poner fin a los crímenes de Slobodan Milosevic en Kosovo, muchos de mis amigos políticos se volvieron en mi contra.
¿No me daba cuenta de que se trataba de un complot imperialista? ¿De que los astutos americanos querían destruir Yugoslavia (o Serbia)? ¿De que la OTAN era una organización maligna? ¿De que Milosevic, aunque pueda tener algunos defectos, representaba la humanidad progresista?
Tengo aversión por los dictadores y los genocidas que hacen una guerra contra su pueblo
Esto se decía cuando todo el mundo tenía pruebas del espantoso genocidio de Bosnia, cuando a Milosevic ya se le veía como el monstruo de sangre fría que era. Ariel Sharon le admiraba.
Entonces ¿cómo podía la gente decente, izquierdistas bienintencionados, de intachable expediente humanista, defender a una persona así? La única explicación era que su odio por Estados Unidos y la OTAN era tan grande, tan ferviente, que cualquiera que les atacara debía de ser seguramente un benefactor de la humanidad y todas las acusaciones en su contra, puras invenciones. Lo mismo pasaba con Pol Pot.
Ahora ha ocurrido otra vez. Gente bienintencionada me bombardeaba con mensajes que alababan a Gadafi por todas sus buenas obras. Uno podía llevarse la impresión de que era el segundo Nelson Mandela, si no un segundo Mahatma Gandhi.
Mientras los rebeldes ya estaban abriéndose camino hacia su complejo de viviendas particular, el líder socialista de Venezuela, Hugo Chávez, le enaltecía como un verdadero modelo de rectitud humana, un hombre que se mantuvo firme frente a los agresores americanos.
Bueno, perdón, exclúyanme. Tengo esta irracional aversión por los dictadores sangrientos, los genocidas en masa y los líderes que hacen una guerra contra su propio pueblo. Y a mi avanzada edad, es difícil que cambie.
Discrepo en que todo el éxito fuese de la OTAN: es la antigua actitud colonialista
Estoy dispuesto a apoyar incluso al demonio, si fuera necesario para poner fin a este tipo de atrocidades. Ni siquiera le preguntaría por los motivos concretos. Qué más da lo que uno pueda pensar sobre Estados Unidos y/o la OTAN; si desarman a Milosevic o a Gadafi, tienen mi bendición.
¿Qué papel jugó la OTAN en la derrota del dictador libio?
Los rebeldes no habrían llegado a Trípoli, y mucho menos ahora, si no hubieran disfrutado del apoyo aéreo sustentado por la OTAN. Libia es un gran desierto. La ofensiva dependía de una única larga carretera. Sin el dominio del espacio aéreo, los rebeldes habrían sido masacrados. Cualquiera que estuviera vivo durante la segunda guerra mundial y siguiera las campañas de Rommel y Montgomery lo sabe.
Imagino que los rebeldes también recibían armas y consejos para facilitar su avance.
Pero discrepo en la condescendiente afirmación de que todo el éxito fue de la OTAN. Es la antigua actitud colonialista con una nueva guisa. Por supuesto, estos pobres árabes primitivos no podían hacer nada sin que el Hombre Blanco llevara su carga y corriera a su rescate.
Pero las guerras no se ganan con las armas, se ganan con la gente. Pisando el terreno, como lo llaman los americanos. Incluso con toda la ayuda que tienen, los rebeldes libios, tal y como estaban desorganizados y desarmados, habían ganado una sorprendente victoria. Esto no habría ocurrido sin un fervor revolucionario de verdad, sin valentía ni determinación. Es una victoria libia, no británica ni francesa.
Esto se ha minimizado por los medios de comunicación internacionales. No he visto cobertura de ningún auténtico combate (y sé cómo sería). Los periodistas no se cubrieron precisamente de gloria. Desplegaron una cobardía ejemplar, manteniendo una distancia de seguridad con el frente, incluso durante la caída de Trípoli. En la televisión se veían ridículos con sus cascos llamativos, mientras estaban rodeados de combatientes sin casco.
Lo que vino después fueron incesantes alegrías por las victorias que parecían haber caído del cielo. Pero éstas eran hazañas conseguidas por gente: sí, por gente árabe.
Esto está dando rabia especialmente a nuestros “corresponsales militares” israelíes y “expertos en asuntos árabes”. Acostumbrados a despreciar o a odiar a “los árabes”, atribuyen la victoria a la OTAN. Parece que la gente de Libia jugó un papel menos importante, si es que jugaron alguno.
¿Por qué las tribus existen sólo en África y Asia, y nunca entre europeos?
Ahora parlotean sin cesar sobre las “tribus”, que harán que la democracia y la gobernanza disciplinada en Libia sean imposibles. Libia no es un país en realidad, nunca fue un Estado unificado antes de convertirse en colonia italiana, no existe tal cosa como un pueblo libio. (¿Recuerdan a los franceses diciendo esto mismo sobre Algeria, y a Golda Meir sobre Palestina?).
Bueno, para ser un pueblo que no existe, los libios lucharon muy bien. Y en cuanto a las “tribus”, ¿por qué las tribus existen sólo en África y Asia, y nunca entre europeos? ¿Por qué no una tribu galesa o una tribu bávara?
(Cuando visité Jordania en 1986, mucho antes del tratado de paz, me recibió un oficial jordano de alto rango muy civilizado. Tras una interesante conversación durante la cena, me sorprendió al mencionar que pertenecía a una cierta tribu. Al día siguiente, mientras montaba a caballo hacia Petra, el jinete que tenía al lado me preguntó en voz baja si yo pertenecía a “la tribu”. Me llevó algún tiempo entender que lo que me preguntó era que si yo era judío. Parece que los judíos americanos se llaman entre sí de esta forma.)
Las “tribus” de Libia se llamarían en Europa “grupos étnicos” y en Israel “comunidades”. El término “tribu” tiene una connotación condescendiente. Olvidémonos de él.
Todos aquéllos que condenan la intervención de la OTAN deben responder una pregunta muy simple: ¿quién más habría hecho el trabajo?
La humanidad del siglo XXI no puede tolerar actos de genocidio y asesinato en masa, dondequiera que se produzcan. No nos podemos quedar de brazos cruzados mientras los dictadores masacran a su propia gente. La doctrina de “no intervenir en los asuntos internos de Estados soberanos” pertenece al pasado. Nosotros los judíos, que hemos acusado a la humanidad de no hacer nada mientras millones de judíos, incluyendo ciudadanos alemanes, fueron exterminados por el legítimo gobierno alemán, desde luego debemos al mundo una respuesta.
He mencionado anteriormente que abogo por alguna forma de gobernanza efectiva mundial y espero que sea una realidad a finales de este siglo. Esto incluiría un ejecutivo mundial elegido democráticamente que tendría fuerzas militares a su disposición y que podría intervenir si el Parlamento del mundo así lo decidiera.
Para que esto ocurra, las Naciones Unidas deben modernizarse completamente. El poder de veto debe abolirse. Es intolerable que Estados Unidos pueda vetar la aceptación de Palestina como un Estado miembro, o que Rusia y China puedan vetar la intervención en Siria.
Desde luego, las grandes potencias como Estados Unidos y China deberían tener más repercusión que, digamos, Luxemburgo y las Islas Fiji, pero una mayoría de dos tercios en la Asamblea General debería tener poder para desautorizar a Washington, Moscú o Pekín.
Esta puede ser la melodía del futuro o, como algunos lo llaman, una quimera. En cuanto a ahora, vivimos en un mundo imperfecto y debemos hacer lo posible con las herramientas que tenemos. La OTAN, desgraciadamente, es una de ellas. La Unión Europea es otra, aunque en este caso la pobre Alemania, eternamente culpable, la ha paralizado. Si Rusia o China se unieran, estaría bien.
Este no es un problema lejano. Gadafi está acabado, pero Bashar Asad no. Está masacrando a su pueblo mientras usted lee esto, y el mundo está de brazos cruzados.
¿Algún voluntario para la intervención?