Pasado de botella
Uri Avnery
Todo el mundo sabe en qué consisten las elecciones israelíes.
Las opciones son claras: por un lado, el sueño de un gran Israel ‘‘desde el mar hasta el río’’, que en la práctica constituiría un Estado de apartheid; por otro lado, el fin de la ocupación y la paz.
Otros añadirían un aspecto social a las opciones: por un lado, el Estado neoliberal actual en el que se da la desigualdad más grande de todo el mundo industrializado; por otro lado, un Estado socialdemócrata basado en la solidaridad social.
¿Está el país, en consecuencia, lleno de carteles con mensajes sobre la guerra y la paz, la ocupación y los asentamientos, los sueldos y el coste de vida? ¿Copan estos mensajes los programas de televisión? ¿Ocupan las portadas de los periódicos?
En absoluto. A falta de cinco semanas para el día de las elecciones, todos estos temas han desaparecido casi por completo.
La guerra, la paz y la justicia social provocan un bostezo colectivo. Hay asuntos más interesantes: las botellas
La guerra, la paz y la justicia social tan sólo provocan un bostezo colectivo. Hay asuntos mucho más interesantes que enloquecen a la opinión pública.
La botellas, por ejemplo.
¿Botellas, por el amor de Dios? ¿Elecciones que giran en torno a botellas?
Sí, efectivamente. Botellas.
Todo el país está preocupado por un asunto al que Sherlock Holmes habría llamado ‘‘El misterio de las botellas’’.
Israel es una sociedad con conciencia ecológica. Se ha sentido amenazada por los deshechos de botellas de plástico y cristal. Por esa razón se ha promulgado una ley que obliga a los supermercados y a otros negocios al por menor a pedir un pequeño depósito (unos pocos céntimos, alrededor de 13 por botella de plástico y 30 por botella de vino) que te devuelven a cambio de la botella vacía. A mucha gente, como a mí, le da igual.
Pero las cantidades pequeñas de dinero pueden llegar a ser grandes. Mucha gente mayor pobre se gana (relativamente) la vida recogiendo botellas vacías de las papeleras de la calle; la mayoría trabajan para familias del crimen organizado.
Todas las botellas que se devuelven se procesan para ser reutilizadas. El medioambiente está a salvo. Todo el mundo queda satisfecho. Entonces, ¿cómo es que este asunto se ha convertido en un tema candente en torno a las elecciones, apartando todo lo demás de la agenda nacional?
Entra en escena la primera familia del país: Binyamin Netanyahu, su esposa Sarah y sus dos hijos, ya adultos.
Se hizo público que el primer ministro ha gastado cientos de miles de dólares en helado, siempre de pistacho
El Estado proporciona a la familia la residencia oficial del primer ministro, situada en el centro de Jerusalén. Ésta también posee dos viviendas privadas: un apartamento en un barrio pudiente de Jerusalén, y un chalé de lujo en Ceasarea, un barrio de gente muy rica.
Por ley, el Estado sustenta todas estas residencias. Todos los gastos básicos, como la comida y la bebida, así como el sueldo de los hombres y mujeres que trabajan en ellas, los cubren las arcas públicas.
Desde el principio del mandato de Netanyahu, han abundado las noticias y los rumores sobre los tejemanejes en las tres residencias. Parece ser que Sarah Netanyahu, la aspirante a reina, es una persona de trato difícil, sobre todo para los empleados domésticos. Varios de ellos la han demandado en los tribunales por abusos. Se reemplaza al personal con frecuencia. Los que son despedidos se quejan.
Uno de los asuntos que salió a la luz es que Sarita (así es como todo el mundo la llama, y no siempre con cariño) se había llevado a su chalé privado muebles del jardín de la residencia propiedad del gobierno. Otra fue que se había despertado en mitad de la noche al encargado del personal doméstico, que se encontraba en su casa, y se le había ordenado que llevara una sopa caliente a la habitación de su señora. Parece ser que le grita con frecuencia al personal por pequeños descuidos. Todo esto se desveló en varios casos que llegaron a los tribunales, para gran regocijo de las masas.
Por ejemplo, se hizo público que, a lo largo del año, la residencia del primer ministro había gastado cientos de miles de dólares en helado. Siempre de pistacho.
Las quejas por el apego al lujo del primer ministro no son nuevas. Desde hace años, el fiscal general viene investigando los ‘‘bibitours’’: la costumbre que tienen Netanyahu y su familia de volar en primera clase y quedarse en hoteles de lujo de todo el mundo sin pagar un duro, pues son multimillonarios extranjeros los que cubren sus gastos. Ya que en su día fue ministro de Finanzas, esto iba en contra de la ley.
Y ahora vienen las botellas.
Un empleado que había sido despedido desveló a los medios que Sarita tiene como costumbre enviar a dos empleados del gobierno en un coche oficial a devolver las botellas vacías y recoger el dinero de vuelta. En vez de devolver el dinero al gobierno, como exige la ley, se guarda el dinero para ella.
¿Es grave el asunto? Parece que sí. La primera vez que se les pilló, la familia devolvió al gobierno 4.000 shekels, es decir, casi mil euros. Ahora parece que las cantidades son mucho más grandes, y que desde aquella vez Sarita ha seguido haciéndolo.
El abogado de la familia Netanyahu dejó pasmado al país cuando afirmó en televisión que ‘‘el vino no es alcohol»
Esto puede constituir un delito. La Fiscalía General y el Defensor del Pueblo, ambos designados por Netanyahu, se lanzaron el expediente el uno al otro. Ahora puede que se vean obligados a hacer algo antes de las elecciones.
¿Cuántas botellas? Se ha llegado a conocer que la familia consume una media de una botella de vino caro al día. Para un país como Israel en el que hay mucha gente que no bebe nada de alcohol, eso es bastante. Cuando se le preguntó por esto, el abogado de la familia dejó pasmado al país cuando afirmó en televisión que ‘‘el vino no es alcohol’’.
La idea de que quizás nuestro primer ministro esté borracho cuando se tienen que tomar de inmediato decisiones trascendentales (por ejemplo, dar la orden de iniciar una acción militar) no es muy agradable.
Se me viene a mi mente retorcida una expresión en yídish. Mucho antes de que el médico alemán Alois Alzheimer descubriera hace cientos de años la enfermedad que lleva su nombre, los síntomas que el describió se conocían en yídish como ‘‘pasado de botella’’. Esto deriva de la expresión hebrea ‘‘over battel’’ – alguien que no hace nada, un viejo inútil.
De los Netanyahu se podría decir ahora, en un sentido más literal, que están ‘‘pasados de botella’’.
Desde hace ya semanas, éste es el tema más candente en Israel.
La gente que odia a Bibi, que abunda en el país, está contenta. Esto seguro que hiere seriamente a Netanyahu y al Likud. ¿Es lo que está sucediendo?
El Likud se ha recuperado y ha superado a su rival en dos o tres diputados; ningún genio laborista ha salido de las botellas
Hasta ahora, en lo más mínimo. Por el contrario, tras varios días en los que el ‘‘Campo Sionista’’ (también conocido como Partido Laborista) aventajaba al Likud en los sondeos por uno o dos diputados, el Likud se ha recuperado y ha superado a su rival en dos o tres diputados. Ningún genio laborista ha salido de las botellas.
El país estaba pasándoselo bien. El asunto de las botellas proporcionó material suficiente para cantidades ilimitadas de cotilleos, caricaturas y sátiras, pero no cambió la actitud política de los votantes.
Y, por supuesto, el ‘‘Campo Sionista’’ se ha equivocado en algo.
En términos militares, cuando un general consigue romper las líneas del enemigo, lo último que debería hacer es detenerse y elogiarse a sí mismo. Debería volcar todas sus fuerzas en la brecha y conquistar la retaguardia del enemigo.
Yitzhak Herzog no es ningún general, y por tanto, nunca pudo aprender esta lección.
Comenzó su campaña electoral bastante bien. Su matrimonio electoral con Tzipi Livni fue una jugada maestra. Livni no venía con una dote; su partido es más virtual que real. Pero la unión creaba una sensación de novedad, de movimiento, de empuje. Más aún cuando Herzog aceptó una rotación entre Livni y él si llegaba a ser primer ministro: un gesto que se percibió como un acto generoso de modestia y desinterés, poco común entre los políticos en Israel (o en cualquier otro lugar, sospecho). Por lo general, los políticos son ególatras.
Los resultados fueron inmediatos. El Partido Laborista, al que hasta ese momento se veía como un partido moribundo, resucitó de un salto en los sondeos. Adelantó al Likud. De repente la gente podía imaginarse la derrota de la derecha. Herzog, una persona modesta y físicamente bajita, apareció repentinamente como un candidato a líder con credibilidad.
Y ahí se detuvo. Algo le pasó al nuevo partido: nada. En las elecciones primarias internas emergió una impactante lista de candidatos; una lista de personas nuevas, brillantes y competentes, mucho más llamativas que las personas que conforman las listas del resto de partidos.
Pero eso fue todo. El partido cayó en silencio. No reacciono en lo más mínimo al descarado acto de provocación que Netanyahu llevó a cabo en la frontera del norte; no presentó ideas nuevas y revolucionarias, no puso en marcha una campaña real de propaganda. Hasta ahora, la campaña del partido es como el mismo Herzog: modesta, pasable y callada. Muy callada.
El Likud está fuera de control. Lanzan a sus adversarios el más mínimo trapo sucio que puedan encontrar
El Likud, por otro lado, está fuera de control. Lanzan a sus adversarios el más mínimo trapo sucio que puedan encontrar. Son mordaces, vulgares y no tienen escrúpulos.
Pero lo principal es que no hubo más empuje. En dos artículos publicados en el diario Haaretz, propuse, en vano, una lista conjunta de todos los partidos de centro y de izquierdas, dando de esta forma la impresión de que todas las fuerzas anti-Netanyahu se estaban uniendo para poner un fin al dominio del Likud y construir una nueva mayoría gobernante, con un nuevo programa.
La idea no provocó ninguna reacción. Herzog no quería al Meretz, por miedo a que su lista estuviera contaminada de izquierdistas. Tampoco estaba dispuesto a cortejar al partido de centro de Yair Lapid (mi propuesta era incluir a ambos partidos, de manera que hubiera un equilibrio a ojos de la opinión pública). Herzog, al contrario que yo, no creía que una gran alianza nueva pudiera generar entusiasmo y despertar a la opinión pública de izquierdas de su funesta apatía.
La egolatría de Lapid le impidió promover tal unión, en la que él no sería número uno, aunque los sondeos predecían que la fuerza de su partido iba a verse reducida a la mitad de la que tenía al principio. El Meretz no estaba preparado para abandonar su cómodo aislamiento; este partido es más un club social que una fuerza política. Los sabios profesores que abundan en la izquierda, completamente faltos de intuición política, aconsejaron rotundamente que no se produjera la unión.
Las botellas han centrado la atención en Netanyahu. Su rival, Herzog, sin helado de pistacho, permanece discreto al fondo
Cuando llegó el ultimo día para entregar las listas electorales y pasó la oportunidad, me sentí triste. No enfadado, sino triste. Sentía dentro de mí que se había perdido una oportunidad única para vencer al dominio de la derecha, con todo lo que esto conlleva para el futuro de Israel.
Todavía puede que ocurra. Puede que la opinión pública decida que ya es suficiente. Pero las probabilidades de que eso suceda han disminuido bastante.
Un amigo mío, que tiene una mente propensa a las conspiraciones, ha insinuado que todo el asunto de la botella lo sacó el propio Netanyahu, en un ardid por desviar la atención de la opinión pública de los trascendentes problemas que Israel tiene en frente, para los que él no tiene solución.
Por suerte o por desgracia, las botellas han centrado la atención de la opinión pública en él. Imágenes suyas llenan las pantallas de televisión; su nombre aparece en las noticias. Herzog, sin botellas ni helado de pistacho, permanece discretamente al fondo. Ni siquiera Tzipi puede competir con la extravagante personalidad de Sarita.
Los que temíamos que Netanyahu provocara una guerra en vísperas de las elecciones podemos decir: mejor botellas que batallas.
Publicado en Gush Shalom | 7 Feb 2015 | Traducción del inglés: Víctor Olivares