El presidente electo
Uri Avnery
Ya he superado el primer susto. El presidente electo Donald Trump. Me estoy acostumbrando poco a poco al sonido de estas palabras.
Estamos entrando en una etapa de completa incertidumbre. Nosotros, los israelíes, y el mundo entero. Desde el limpiabotas hasta el jefe de Estado.
Nadie sabe nada.
Pero primero le debemos decir adiós a Barack Obama.
Francamente, me gusta ese tío. Hay algo noble en él. Íntegro. Honesto. Idealista.
Cuando las cámaras le mostraron esta semana sentado junto a Donald Trump, el contraste no podría haber sido mayor. Obama es el anti-Trump. Trump es el anti-Obama.
Y con todo…
Los asentamientos en los territorios ocupados se han multiplicado durante la legislatura de Obama
Con todo, en los ocho años de su presidencia, el presidente Obama no ha hecho nada, absolutamente nada, por la paz en nuestra región.
En estos ocho años, ha prosperado la ultraderecha israelí. Los asentamientos en los territorios ocupados se han multiplicado y ampliado. Después de cada nueva expansión de asentamientos, el Departamento de Estado lo condenaba como es debido. Y luego le entregaba a Benjamín Netanyahu otros pocos miles de millones. El último regalo fue el más grande de la historia.
Cuando llegó a la presidencia, Obama hizo algunos discursos muy bonitos en El Cairo y Jerusalén. Muchas palabras exquisitas. Pero eran solo eso: meras palabras.
Algunas personas creen que ahora, cuando Obama es libre de todas las obligaciones, aprovechará sus últimos dos meses en el poder para expiar sus pecados y hacer algo significativo por la paz israelí-palestina. Yo lo dudo.
(Hace años, en algún congreso europeo, acusé al diplomático español Miguel Moratinos de no hacer nada por la paz israelí-palestina. En una respuesta agresiva, me acusó de pura impertinencia. ¿Por qué alguien debería nadie hacer algo por las fuerzas de paz israelíes, cuando esas fuerzas no hacen nada por alcanzar la paz?)
¿Por qué hacer algo por las fuerzas de paz israelíes, cuando ellas no hacen nada por la paz?
¿Ya no habrá más noticias de la estirpe de Obama? No estoy seguro. Por alguna razón, tiene pinta de que después de cuatro u ocho años veremos a otra Obama postulándose a presidente: Michelle Obama, la muy popular primera dama, popular con mucho motivo, que tiene todas las cualidades necesarias: es negra, mujer, muy inteligente, y tiene un carácter excelente. (A menos que en la Nueva América, todas estas cualidades sean negativas).
Hubo algún consuelo en los resultados electorales. Hillary Clinton obtuvo más votos que Donald Trump. Perdió en el colegio electoral.
Para un extranjero, esta institución parece tan obsoleta como un dinosaurio. Puede haber sido útil cuando los Estados Unidos de América (en plural) eran realmente una federación de entidades locales diversas y diferentes.
Estos tiempos ya han pasado. Ahora usamos el término “Estados Unidos” en singular. Estados Unidos hace. EE.UU. piensa. EE.UU. vota.
¿Cuál es la grandísima diferencia entre un votante en Arizona y un votante en Montana? ¿Por qué el voto de un ciudadano en Oregón debe pesar más que el del ciudadano de Nueva York o California?
El colegio electoral no es un sistema democrático. Debería haber sido eliminado hace mucho tiempo. Pero las instituciones políticas mueren lentamente, si acaso. Y siempre hay alguien que se beneficia de ellas. Esta vez es Trump.
Un sistema anticuado similar es el nombramiento de jueces del Tribunal Supremo.
El Tribunal Supremo tiene un inmenso poder, se mete en la vida privada de cada ciudadano
El Tribunal Supremo tiene un inmenso poder, se mete muy profundo en la vida privada de cada ciudadano estadounidense. Bastar recordar la cuestión de los abortos y el matrimonio homosexual. También influye en las relaciones internacionales y mucho más.
Y aun así, el poder de nombrar nuevos jueces es cosa exclusiva del presidente. Un nuevo presidente cambia la composición de la corte, y mira por dónde, la situación legal y política cambia al completo.
En Israel, prevalece precisamente lo contrario. Hace años, los nuevos jueces eran nombrados prácticamente por los viejos jueces: «Un amigo trae a un amigo”, como lo describía el humor popular.
Más tarde, cambiaron un poco este sistema: los jueces del Tribunal Supremo son ahora elegidos por un comité de nueve personas; tres de ellas son jueces titulares, dos son políticos de la Knesset (uno de la coalición gubernamental y otro de la oposición), dos ministros del Gobierno y dos representantes de la asociación de abogados.
Cinco de los miembros del comité deben ser mujeres. Uno de los jueces del comité es un árabe, designado por antigüedad.
Pero el punto clave de la ley es que cualquier nombramiento debe hacerse por una mayoría de siete miembros, siete de nueve. En la práctica, eso significa que los tres jueces en funciones tiene poder de veto en cualquier elección. Lo mismo pasa con los políticos. Un juez solo puede ser nombrado por compromiso.
Hasta ahora, este sistema ha funcionado muy bien. No ha habido quejas. Pero la nueva ministra de Justicia, una mujer ultranacionalista y fanática, quiere cambiar el sistema: no más de siete, sino una mayoría simple de cinco. Esto daría poder decisivo a los políticos de derecha y aboliría el poder de los tres jueces para bloquear los nombramientos políticos.
Esta propuesta ha suscitado una fuerte oposición, y aún siguen debatiendo.
¿Cómo describir al presidente entrante, menos de dos semanas después de su elección?
La primera palabra que me viene a la mente es: imprevisible.
Durante la campaña, Trump decía algo y lo negaba. Halagaba a unos y luego a sus enemigos
Lo vimos durante la campaña electoral. Decía dos cosas contradictorias al mismo tiempo. Decía algo y lo negaba. Halagaba a una parte de sus votantes, y luego a sus enemigos.
Vale, vale, dirían algunos. ¿Y qué? Un candidato es capaz de decir cualquier cosa para ser elegido.
Es cierto, pero este candidato en particular se pasó de la raya. Presentó una personalidad desagradable, desprovista de civismo, propagando el odio a los negros, los hispanos y los gays, denigrando a las mujeres, sin rechazar a los antisemitas y los neonazis.
Pero le funcionó, ¿verdad? Le llevó a donde quería estar, y ahora que ha alcanzado su meta, no está obligado a continuar en la misma línea. Así que, olvídenlo.
Algunas personas están soñando ahora con un Trump completamente nuevo, una persona que deja de lado todos sus eslóganes y declaraciones antiguas, y resulta ser un político sensato, que usa su demostrado talento de hacer negocios para lograr lo necesario y hacer Estados Unidos grande otra vez.
Cuando afronte un problema del que él no tenga ni idea, actuará según su estado de ánimo
Como candidato, hizo las cosas necesarias para ser elegido. Una vez en el cargo, hará las cosas necesarias para gobernar.
Otros vierten agua fría sobre sus esperanzas. Trump es Trump, dicen. Será un presidente tan deplorable como lo fue el candidato desagradable. Un racista de extrema derecha. Cada uno de sus pasos será dictado por su horrible mundo de ideas. Mirad, su primer gesto importante era nombrar consejero más cercano a un fanático antisemita.
Bueno, no lo sé. Nadie sabe. Me inclino a creer que él tampoco tiene la más mínima idea.
Creo que estamos entrando en cuatro años de incertidumbre. Cuando afronte un problema del que él no tenga ni idea, actuará según su estado de ánimo en cada momento. No se dejará aconsejar por nadie, y nadie sabrá de antemano cuál será su decisión. Me siento bastante seguro respecto a esto.
Algunas de sus decisiones pueden ser muy buenas. Otras pueden ser muy malas. Algunas inteligentes. Algunas estúpidas.
Como ya he dicho: imprevisible.
El mundo tendrá que convivir con esto. Será muy arriesgado. Puede resultar bien. Pero también puede conducir a una catástrofe.
La gente ha comparado a Trump con Adolf Hitler. Pero la comparación es bastante errónea.
Hitler no era un multimillonario. Era un verdadero hombre de pueblo
Más allá de su ascendencia germano-austriaca, no tienen nada en común. Hitler no era un multimillonario. Era un verdadero hombre de pueblo, un desempleado que vivió un tiempo en una residencia pública.
Hitler tuvo una Weltanschauung, una visión fija del mundo. Era un fanático. Cuando llegó al poder, la gente se engañó a sí misma creyendo que pronto dejaría de lado sus ideas demagógicas y agitadoras. No lo hizo. Hasta el día de su suicidio, Hitler no cambió ni un ápice de su ideología. Decenas de millones de víctimas, incluyendo millones de judíos, dan fe de ello.
Trump no es un Hitler. No es un Mussolini. Ni siquiera un Franco. Él es un Trump.
Y eso puede ser bastante malo. Puede.
Así que abróchate el cinturón de seguridad y agárrate fuerte para un paseo en montaña rusa.
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© Uri Avnery | Publicado en Gush Shalom | 19 Nov 2016 | Traducción del inglés: Imane Rachidi
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