Opinión

El profeta loco

Uri Avnery
Uri Avnery
· 9 minutos

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«¿Por qué la gente no va en masa a la plaza aquí también para echar a Bibi?» exclamó mi taxista cuando pasábamos por la Plaza Rabin. El gran espacio estaba casi vacío, con sólo algunas madres y sus hijos disfrutando del ligero sol de invierno.

Las masas no van a correr a la plaza, y a Binyamin Netanyahu sólo se le puede expulsar mediante las urnas.

Si esto no sucede, los israelíes sólo pueden culparse a ellos mismos.

Si la izquierda israelí no es capaz de reunir una fuerza política seria, que pueda poner a Israel en el camino hacia la paz y la justicia social, sólo puede culparse a sí misma.

Si la izquierda israelí no puede reunir una fuerza política seria sólo puede culparse a sí misma

No tenemos ningún dictador sediento de sangre al que poder hacer responsable. Ningún tirano chiflado ordenará a las fuerzas aéreas que nos bombardeen si exigimos su destitución.

Hace un tiempo circulaba una historia: Ariel Sharon, entonces todavía un general del Ejército, reúne al cuerpo de oficiales y les dice: «¡Compañeros, esta noche llevaremos a cabo un golpe militar!» Todos los oficiales reunidos estallan en un estruendo de carcajadas.

La democracia es como el aire: sólo se nota cuando falta. Sólo una persona que se está ahogando sabe lo importante que es.

El taxista que hablaba tan libremente de expulsar a Netanyahu no temía que yo pudiera ser un agente de la policía secreta y que al día siguiente muy temprano llamaran a su puerta. Yo escribo lo que me viene en gana y no ando por ahí con guardaespaldas. Y si si decidiéramos reunirnos en la plaza, nadie nos impedíria hacerlo, y tal vez la policía incluso nos protegería.

(Me refiero, por supuesto, a Israel dentro de sus fronteras soberanas. Nada de esto se aplica a los territorios palestinos ocupados.)

El taxista que hablaba de expulsar a Netanyahu no temía que yo pudiera ser agente secreto

Vivimos en una democracia, una democracia que es como la respiración; ni siquiera somos conscientes de ella. A nosotros nos parece natural, lo damos por sentado. Por eso la gente suele dar respuestas tontas a los que realizan las encuestas de opinión pública y éstos llegan a la dramática conclusión de que la mayoría de los ciudadanos israelíes despreciamos la democracia y estamos dispuestos a renunciar a ella. La mayoría de los encuestados nunca ha vivido bajo un régimen en el que una mujer debe temer que su marido pueda no regresar del trabajo porque gastó una broma sobre el Líder Supremo, o que su hijo pueda desaparecer porque pintó un graffiti en la pared.

Los miembros de la Knesset, que fueron elegidos en elecciones democráticas, se pasan el día jugando a quién puede elaborar el proyecto de ley racista más atroz. Parecen niños arrancándoles las alas a las moscas sin entender lo que están haciendo.

Para todo esto sólo se me ocurre un consejo: que miren lo que está ocurriendo en Libia.

Durante toda la semana me he pasado cada momento libre pegado a Aljazeera.

Una palabra sobre el canal: excelente.

No tiene por qué temer la comparación con cualquier organismo de radiodifusión en el mundo, incluyendo la BBC y la CNN. Por no hablar de nuestros propios canales, que ofrecen un popurrí de propaganda, información y entretenimiento.

Se ha hablado mucho sobre el papel desempeñado por las redes sociales, como Facebook y Twitter, en las revoluciones que están poniendo del revés el mundo árabe. Pero a influencia enorme, Aljazeera les gana a todos. Durante la última década, ha cambiado el mundo árabe hasta hacerlo irreconocible. En las últimas semanas, ha obrado milagros.

En la última década, Aljazeera ha cambiado el mundo árabe

Ver los acontecimientos de Túnez, Egipto, Libia y otros países en las televisiones israelí, americana o alemana es como dar un beso con un pañuelo de por medio. Verlos en Aljazeera es sentir la realidad.

Toda mi vida adulta he defendido este tipo de periodismo. He tratado de enseñar a generaciones de periodistas para que no se conviertan en robots que presentan informes, sino en seres humanos con conciencia y con la misión de promocionar los valores humanos básicos. Aljazeera está haciendo precisamente eso. ¡Y cómo!

Estas últimas semanas, decenas de millones de árabes han dependido de este canal para averiguar lo que está sucediendo en sus propios países, en sus lugares de origen: qué está pasando en el bulevar Habib Bourguiba en Túnez, en la plaza Tahrir en El Cairo, en las calles de Bengazi y Trípoli.

Sé que muchos israelíes considerarán estas palabras heréticas, teniendo en cuenta el firme apoyo de Aljazeera a la causa palestina. Aquí se ve como un archienemigo, poco menos que como Osama bin Laden o Mahmud Ahmadineyad. Pero es imprescindible ver sus emisiones para tener alguna esperanza de entender lo que está sucediendo en el mundo árabe, incluidos los territorios palestinos ocupados.

Cuando Aljazeera cubre una guerra o una revolución en el mundo árabe, la cubre. No durante una hora o dos, sino las 24 horas del día. Las imágenes están grabadas en nuestra memoria, los testimonios nos revuelven por dentro. El impacto en los espectadores árabes es casi hipnótico.

Muammar Gadafi se mostró en Aljazeera como realmente es: un megalómano desequilibrado que ha perdido contacto con la realidad. No durante clips breves sino durante horas y horas de transmisión continua en que se muestra una y otra vez el discurso incoherente que pronunció, junto a decenas de testimonios y opiniones de libios de todos los sectores, desde oficiales de las fuerzas aéreas que desertaron a Malta hasta ciudadanos comunes de la bombardeada Trípoli.

Al comienzo de su discurso Gadafi me recordó a Ceausescu, luego a Hitler en sus últimos días

Al comienzo de su discurso, Gadafi (cuyo nombre se pronuncia Qazzafi, y de ahí la consigna «Ya Qazzafi, Ya Qazzabi»: Oh Qazzafi, oh mentiroso) me recordó a Nicolae Ceausescu y su famoso último discurso desde el balcón, que fue interrumpido por las masas. Pero como el discurso continuó, Gadafi me iba recordando más y más a Adolf Hitler en sus últimos días, cuando estudiaba minuciosamente el mapa con los generales que le quedaban, organizando maniobras de ejércitos que ya habían dejado de existir y planeando grandiosas «operaciones», con el Ejército Rojo ya a unos pocos cientos de metros de su búnker.

Si Gadafi no estuviera planeando masacrar a su propio pueblo, podría haber sido grotesco o triste. Pero siendo lo que era, sólo fue monstruoso.

Mientras hablaba, los rebeldes fueron tomando el control de las ciudades cuyos nombres siguen estando grabados en la memoria de los israelíes de mi generación. En la Segunda Guerra Mundial, estos lugares fueron el escenario de los ejércitos británicos, alemanes e italianos, que las tomaron y las perdieron por turnos. Seguíamos las acciones con ansiedad, porque una derrota británica hubiera llevado a la Wehrmacht a nuestro país, con Adolf Eichmann en su estela. Nombres como Bengazi, Tobruk y Derna aún resuenan en mis oídos, tanto más porque mi hermano luchó allí como comando británico, antes de ser trasladado a la campaña de Etiopía, donde perdió la vida.

Antes de que Gadafi perdiera la cabeza por completo, expresó una idea que parecía una locura pero que debería darnos que pensar.

Bajo la influencia de la victoria de las masas no violentas en Egipto, y antes de que el terremoto le alcanzara a él también, Gadafi propuso meter en barcos a las masas de refugiados palestinos y enviarlos a las costas de Israel.

Yo aconsejaría a Binyamin Netanyahu que se tomara esta posibilidad muy en serio. ¿Qué pasaría si las masas de palestinos aprendieran de la experiencia de sus hermanos y hermanas en media docena de países árabes y concluyeran que la «lucha armada» no conduce a nada, y que deben adoptar la táctica de acción de las masas no violentas?

¿Qué pasaría si cientos de miles de palestinos marcharan un día hacia el muro de separación y lo tiraran abajo? ¿Qué pasaría si un cuarto de millón de refugiados palestinos del Líbano se reunieran en nuestra frontera norte? ¿Y si las masas de personas se reunieran en la plaza Manara de Ramallah y en la plaza del ayuntamiento de Nablús e hicieran frente a las tropas israelíes, y todo esto ante las cámaras de Aljazeera, con Facebook y Twitter pendientes de ellos y el mundo entero observando con ansiedad?

¿Qué pasaría si cientos de miles de palestinos tiraran abajo el muro de separación?

Hasta ahora, la respuesta era simple: si es necesario usaremos fuego real, helicópteros de combate y tanques con cañones. Se acabaron las tonterías.

Pero ahora los jóvenes palestinos también han visto que es posible hacer frente al fuego vivo, que los aviones de combate de Gadafi no pusieron fin a la sublevación, que la plaza Perla de Bahrein no se vació cuando los soldados del rey abrieron fuego. Esa lección no se olvidará.

Tal vez esto no suceda mañana o pasado. Pero sin duda va a pasar, a menos que hagamos la paz mientras podamos..

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