Opinión

Los que se bajan

Uri Avnery
Uri Avnery
· 10 minutos

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La gente que tiene interés en las Cruzadas se suelen preguntar: ¿qué es lo que causó la caída de los cruzados? Cuestión que se impone cuando admiramos las ruinas de sus orgullosos castillos en todo el país.

La respuesta tradicional es: fue la derrota en la batalla de los Cuernos de Hattin, dos colinas gemelas cerca del Lago de Tiberíades, en 1187, contra el gran sultán musulmán Salah ad-Din (Saladino).

Sin embargo, el Estado de los cruzados siguió existiendo en Palestina y las zonas adyacentes durante otros cien años.

El historiador con más autoridad en la historia de las Cruzadas, el ya fallecido Steven Runciman, ofrece una respuesta completamente distinta: el reino de las Cruzadas se derrumbó porque demasiados cruzados regresaron a sus antiguas patrias, mientras muy pocos llegaban para afiliarse a la empresa. Al final, los últimos que quedaban fueron empujados al mar, en el sentido literal.

Hay enormes diferencias entre el Estado de las Cruzadas que existía en este país durante 200 años y el actual Estado de Israel, pero también hay algunas similitudes llamativas. Por eso, su historia siempre me ha atraído.

Hace poco me acordé de la conclusión de Runciman, a causa del repentido interés de la prensa israelí en el fenómeno de la emigración. Algunos comentarios rozaban ya la histeria.

Nos considerábamos una sociedad heroica en lucha y si alguien nos abandonaba, era un desertor

Hay dos razones para esto. En primer lugar, una cadena de televisión hizo un reportaje sobre la vida de los emigrantes israelíes en otros países; en segundo lugar se entregó el premio Nobel de la Química a dos exisraelíes. Ambas cosas hicieron que muchos se llevaron las manos a la cabeza.

«Los que descienden» (yordim) es el término en hebreo para los emigrantes. A quienes llegan a Israel para vivir aquí se les llama «los que ascienden» (olim), una palabra que llega a significar peregrinos. Probablemente el término tenga que ver con el hecho de que Jerusalén se ubica sobre una colina, rodeada por valles en todas partes, de manera que hay que «ascender» para llegar. Pero desde luego hay una connotación sionista ideológica en estas palabras.

Antes de que se fundara nuestro Estado y durante sus primeras décadas de vida, nos considerábamos una sociedad heroica que luchaba contra grandes adversidades, inmersa en varias guerras. Si alguien nos abandonaba, se le consideraba un desertor, cual soldado que sale corriendo para huir de su unidad durante una batalla. Yitzhak Rabin llamaba a los emigrantes «basura».

Lo que convirtió en tan angustioso el reportaje de televisión era que mostraba a jóvenes familias israelíes normales de clase media que buscaban un nuevo hogar definitivo en Berlín, Londres o Nueva Jersey. Algunos de sus hijos ya hablaban lenguas foráneas y abandonaban el hebreo. Terrible.

Jóvenes familias israelíes de clase media que buscan un nuevo hogar en Berlín o Londres. Terrible

Hasta hace poco, «descender» se consideraba generalmente una actitud de inadaptados, gente de clase baja, personas que no podían encontrar su lugar en una sociedad normal. Pero aquí tenemos de repente parejas jóvenes, normales, con buena formación, nacidas en Israel, que hablaban bien hebreo. Su queja más frecuente – que sonaba más bien como un intento de pedir perdón – era que no podían llegar a fin de mes en Israel, que sus salarios de clase media no alcanzaban para vivir decentemente, porque los sueldos son demasiado bajos y los precios demasiado altos. Destacaban el precio de la vivienda: el valor de un piso en Tel Aviv equivale a 120 salarios mensuales de la clase media.

Sin embargo, una investigación de sangre fría muestra que la emigración ha incluso disminuido en los últimos años. Los sondeos señalan que la mayoría de los israelíes, incluyendo incluso una mayoría de los ciudadanos árabes de Israel, están satisfechos con su situación económica, bastante más de lo que ocurre en la mayor parte de los países de Europa.

El segundo motivo para la histeria era que se había entregado el premio Nobel a dos profesores estadounidenses de Química, que habían hecho sus estudios en Israel. Uno de ellos había nacido en un kibutz.

Israel está muy orgulloso de sus laureados con el premio Nobel. En comparación con el tamaño del país, de hecho suman una cantidad extraordinaria.

Muchos judíos están totalmente convencidos de que el intelecto judío es superior al de cualquier otro pueblo. Abundan las teorías al respecto. Una de ellas afirma que en la época medieval, los intelectuales europeos eran sobre todo monjes célibes que no pasaron sus genes a ningún descendiente. En las comunidades judías ocurría lo contrario: los ricos competían en casar sus hijas con estudiosos de la Tora de gran talento, de manera que los genes de éstos podían desarrollarse en circunstancias privilegiadas.

Y ahora tenemos a dos científicos que abandonaron Israel hace décadas para pastar en dehesas ajenas, es decir para continuar sus investigaciones en universidades estadounidenses prestigiosas.

Hace años se les habría llamado traidores. Ahora sólo causan una profunda introspección. Uno de los dos abandonó Israel porque el prestigioso Instituto Weizmann no le ofreció una cátedra. ¿Por qué dejamos que se fuera? ¿Y qué ocurre con tantos otros?

A decir verdad, esto no es un problema específico israelí. La fuga de cerebros se produce en todas partes del mundo. Un científico ambiciosa aspira al mejor laboratorio, la universidad más prestigiosa. Las mentes jóvenes de todo el mundo acuden a Estados Unidos. Los israelíes no son una excepción.

Una ingente cantidad de fondos públicos se la traga el Ejército, que siempre pide más

Tenemos buenas universidades. Tres de ellas figuran en alguna parte de la lista de las cien mejores del mundo. Pero ¿quién se resiste a la tentación de Harvard o el MIT?

La desilusión repentina ha obligado a los israelíes a examinar de cerca el mundo académico. Parece ser que nuestros niveles no paran de bajar. Nuestras universidades no reciben suficientes fondos públicos, el número de profesores y su calidad disminuyen. Los estudiantes sacan peores notas en los exámenes.

¿Por qué?

Una ingente cantidad de fondos públicos se la traga el Ejército, que cada año pide más y más, aunque nuestra situación de seguridad está cada vez mejor.

Nuestra eterna ocupación de los territorios palestinos es una sangría para nuestros escasos recursos. Los asentamientos, por supuesto, también: reciben inmensas sumas de dinero por parte del Gobierno. Cuánto exactamente es un secreto de Estado.

A la larga, un país pequeño con recursos limitados no puede mantener un gigantesco ejército, a la vez que sostiene un régimen de ocupación y cientos de asentamientos, sin quitarle fondos a todo lo demás. Un sólo cazabombardero cuesta más que un colegio, un hospital o un laboratorio.

Pero si me preocupa la emigración no es únicamente por consideraciones materiales.

La gente no se va de un país sólo por razones materiales. Pueden pensar que emigran porque la vida en Berlín es más barata que en Tel Aviv, es más fácil encontrar piso, los sueldos son mayores. Pero lo que cuenta no es sólo la fuerza de atracción del país extranjero: también cuenta la fuerza o debilidad del vínculo con el país que se deja.

En los años 50 me sentía bien cada vez que sacaba mi pasaporte israelí en un control fronterizo

Durante los años en los que «los que se bajaban» se consideraban basura, nosotros estábamos orgullosos de ser israelíes. Durante los años cincuenta y sesenta, me sentía bien cada vez que sacaba mi pasaporte israelí en un control fronterizo. Todo el mundo, incluido nuestros enemigos, miraban a Israel con admiración.

Creo que estar orgulloso del país y de la sociedad la que uno pertenece es un derecho humano básico. Cada persona pertenece a una nación. Incluso en la aldea global de hoy día, la mayoría de la gente necesita sentir que pertenecen a un lugar concreto, un pueblo concreto. Nadie quiere avergonzarse de este lugar o este pueblo.

Hoy día, cuando un israelí saca su pasaporte, no siente este orgullo. Puede sentir una emoción de terquedad («nosotros contra el mundo entero»), pero será consciente de que muchos consideran su país un Estado de apartheid, uno que oprime otro pueblo. Todo el mundo en el extranjero ha visto innumerables fotos de soldados israelíes armados hasta los dientes que se enfrentan a mujeres y niños palestinos. Nada de que sentirse orgulloso.

Esto es un tema del que nadie habla nunca. Pero está ahí. Y en el futuro será peor.

Los israelíes judíos ya son una minoría en el país que gobierna Israel, entre el Mediterráneo y el Jordán. Crece cada año la mayoría de sus súbditos que no gozan de ningún derecho. La opresión se incrementará. La imagen de Israel en todo el mundo empeorará. El orgullo de ser israelí se desvanecerá.

Un efecto ya se ha evidenciado.

Un sondeo reciente entre judíos estadounidenses muestra una pronunciada debilitación del vínculo con Israel que sienten los jóvenes judíos en Norteamérica.

El panorama judío estadounidense está dominado por líderes profesionales, ya ancianos, que nunca fueron elegidos por nadie. Ejercen un inmenso poder sobre la vida política estadounidense, pero su influencia en su propia comunidad se les está escapando. Los jóvenes judíos norteamericanos ya no se sienten orgullosos de Israel. Algunos se sienten avergonzados.

Estos jóvenes judíos normalmente no salen a la calle a protestar. Tienen miedo de darles argumentos a los antisemitas. También se les enseña desde la infancia que los judíos debemos mantenernos unidos contra los goyim (gentiles) que nos quieren destruir.

Los jóvenes judíos norteamericanos ya no se sienten orgullosos de Israel

De manera que en lugar de protestar en público se quedan quietos, abandonan su comunidad, desaparecen de la vista. Pero este proceso puede significar un completo desastre para Israel. Nuestros dirigentes confían totalmente en el control absoluto que tienen sobre los políticos estadounidenses. Si éstos se dan cuenta de que el apoyo judío a Israel se está reduciendo, no tardarán en liberarse ellos también.

Hay otro aspecto en la parte sionista de esta ecuación.

Se supone que la labor del sionismo era llevar a los judíos hacia Israel. Para eso se inventó. Pero el sionismo puede ser una vía de doble carril.

Israel declara ser el «Estado del pueblo judío». A cualquier judío en el mundo se le considera de facto como un ciudadano de Israel. Pero si no hay ninguna diferencia esencial entre ser un judío en Haifa y un judío en Hamburgo, ¿para qué quedarse en Haifa cuando la vida en Hamburgo es aparentemente mucho mejor?

Durante décadas he hecho campaña para cambiar la teología sionista por un simple patriotismo israelí. Tal vez por fin haya llegado la hora de hacerlo… después de convertir Israel en un país del que nos podamos sentir, de nuevo, orgullosos.