Opinión

¿A quién votar?

Uri Avnery
Uri Avnery
· 11 minutos

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¿A quién votar?

Un día, un ciudadano de la Unión Soviética fue a votar. Le dieron un sobre sellado y le dijeron que lo colocara en la urna.

“¿Puedo quizás mirar a quién estoy votando?” preguntó tímidamente.

“¡Pues claro que no!” respondió el funcionario, indignado. “¡En la Unión Soviética respetamos que el voto es secreto!”

También en Israel, el voto es secreto. Por eso no les contaré a ustedes a quién voy a votar. Desde luego no seré tan impertinente como para decir a mis lectores a quién deberían votar. Pero voy a exponer las razones que me guiarán.

Votamos un Gobierno nuevo que dirigirá Israel durante los próximos cuatro años.

Estoy buscando a alguien que como mínimo impida que haya una guerra (y quizás nos acerque un poco a la paz)

Si esto fuera un concurso de belleza, yo votaría a Yair Lapid. ¡Es un tipo tan guapo!

Si tuviéramos que decidir quién es el candidato más simpático, probablemente sería Moshe Kahlon. Parece un chaval encantador, el hijo de una familia de judíos orientales pobres, y como ministro de Comunicaciones ha roto el monopolio de los tiburones de la telefonía móvil. Pero las elecciones no tienen nada que ver con ser simpático o no.

Si buscáramos a un colega agradable, con buenos modales, el candidato obvio sería Yitzhak Herzog. Es honrado y de buena familia.

Y así sucesivamente. Si yo buscara un gorila de discotecas, mi hombre sería Avigdor Lieberman. Si quiero un actor de televisión con mucha labia, tanto Lapid como Binyamin Netanyahu serían perfectos.

Pero estoy buscando a alguien que como mínimo impida que haya una guerra (y quizás nos acerque un poco a la paz), que nos devuelva alguna forma de justicia social, ponga fin a la discriminación contra los ciudadanos árabes y los judíos orientales, restablezca nuestros sistemas de salud, educación y otros servicios sociales, y más cosas.

Voy a empezar por lo fácil: por los políticos a los que no voy a votar bajo ningún concepto.

Incluso la botella del vino más noble se estropea con unas pocas gotitas de cianuro

En la extrema derecha está el partido Beyahad (“Juntos”) de Eli Yishai. A mí, Yishai nunca me ha gustado. Antes de que escindiera del partido Shas era ministro de Interior y perseguía a refugiados de Sudán y Eritrea sin tener ni un ápice de compasión.

Desesperado para superar el umbral electoral, ahora fijado en el 3,25 % de los votos, con su partido nuevo, Yishai cerró un trato con los discípulos del fallecido y poco llorado rabino Meir Kahane, al que el Tribunal Supremo había definido como fascista. El número 4 en la lista es ahora Baruch Marzel, quien una vez un llamamiento público para asesinarme. Incluso la botella del vino más noble se estropea con unas pocas gotitas de cianuro. No, rotundamente no.

El siguiente en la lista es Avigdor Lieberman, y la idea central de su plataforma electoral es la propuesta de decapitar a¡con un hacha a todos los ciudadanos árabes que no sean leales al Estado. (No me lo estoy inventando).

No muy lejos queda Naftali Bennett, el antiguo emprendedor de alta tecnologia, con mucha labia, cara de bebé y la kipá más pequeña del mundo. Tras conquistar el Partido Nacional Religioso en una OPA hostil, lo convirtió en una base electoral eficaz.

El Partido Nacional Religioso era en tiempos una fuerza política muy moderada, que puso freno a las temeridades de David Ben-Gurion. Pero su sistema de educación semiautónomo ha ido produciendo generaciones de extremistas. Ahora es el partido de los colonos, y Bennett está cortejando a jóvenes judíos laicos que odian a los árabes y aman las guerras, y que de otra manera votarían al Likud.

Así llegamos al Likud, el partido del “rey Bibi”, como la revista Time lo llamó con admiración.

Binyamis Netanyahu está luchando por su vida politica. Hace pocos meses, cuando decidió disolver la Knesset y convocar elecciones anticipadas, seguramente ni en sueños imaginaba que se hallaría en tal aprieto.

Parecía que la deriva de Israel hacia la derecha era inevitable, con Netanyahu predestinado para un reinado eterno

Parecía que la deriva de Israel hacia la derecha era inevitable e imparable. Que Netanyahu había sido predestinado para un reinado eterno. Que la izquierda afrontaba un fin sórdido. Que el centro político se estaba evaporando. Sólo se trataba de que Netanyahu hiciera una parada para cambiar los caballos (o los burros, como dirían algunos).

Y aquí estámos, pocos días antes de las elecciones, con el Likud casi desesperado.

¿Por qué? ¿Cómo?

Parece que la gente simplemente está harta de Netanyahu. Aparentemente están diciendo: Basta ya.

Cuando Franklin Delano Roosevelt, un gran líder en tiempos de guerra y paz, salió elegido por cuarta vez, el pueblo estadounidense decidió limitar a dos, para el futuro, las legislaturas de los presidentes. Quizás el pueblo israelí haya decidido lo mismo: con tres legislaturas de Netanyahu ya está bien, muchas gracias.

En internet circula ahora un vídeo muy divertido. Netanyahu está en el podio del Congreso estadounidense, como un profesor de gimnasia (o como el domador de leones muy mansos en el circo), dando órdenes a sus alumnos: “¡Arriba! ¡Abajo! ¡Arriba! ¡Abajo!”, con los diputados y senadores dando saltos según sus comandos.

Los expertos de comunicación del Likud tuvieron la esperanza de que esta imagen mejoraría sus posibilidades electorales. Y efectivamente, durante unos pocos días, sus cifras en las encuestas subieron de unos tristes 21 escaños (de un total de 120) hasta los 23. Pero luego bajaron otra vez y se estabilizaron en 21, mientras que Herzog obtenía 24. Quizás los senadores no habían saltado todo lo alto que debieran.

Nadie sabe si Lapid y Kahlon se unirán a un gobierno de Netanyahu o de Herzog; no lo saben ni ellos

¿A dónde se van los votos del Likud? En primer lugar, al partido de Bennett. Esto no sería un desastre sin paliativos para Netanyahu, porque Bennett, por mucho que se odien mutuamente, tendrá que apoyar a Netanyahu en la Knesset.

Pero algunos de los votos irán también a los dos partidos “de centro” de Kahlon y Lapid, cuyas lealtades futuras siguen siendo inciertas.

Kahlon viene del Likud. Era un miembro típico del partido, hijo de inmigrantes de Trípoli (Libia), y niño mimado del poderoso comité central del partido. Cualquier miembro del Likud puede votarle con con la conciencia limpia, sobre todo si tiene intención de cambiar la situación social y mejorar la suerte de los pobres.

Lapid es más o menos lo mismo, con una gran diferencia: ya ha sido ministro de Finanzas, mientras que Kahlon sólo aspira a convertirse en tal. Aunque Lapid tiene un entusiasmo sin límites para explicar su inmenso éxito en este cargo, la opinión general es que era más bien así-así, para no decir un fracaso completo.

Nadie, ni siquiera ellos mismos, saber la respuesta a la pregunta decisiva: ¿se unirán a un gobierno de Netanyahu o de Herzog? Pueden hacer ambas cosas. No hay problema. Será un asunto de subasta pública: a ver quién paga más. Más ministerios, más presupuestos, más trabajos. Probablemente dependa del resultado de las elecciones.

Lo mismo vale para los dos partidos ortodoxos: el Shas de los judíos orientales y el Judaísmo de la Tora de los asquenazíes. Creen en Dios y el Dinero, y puede ser que Dios les ordene unirse a la coalición que ofrece más Dinero para sus instituciones.

Así que tenemos al menos cuatro partidos “del centro” que pueden decidir si nuestro próximo primer ministro será Netanyahu o Herzog. El menguante partido de Lieberman puede ser el quinto.

Por supuesto a mí no se me ocurriría ni en sueño votar a ninguno de ellos.

¿Qué queda? El dilema de elegir entre tres: el Partido Laborista, que ahora se hace llamar “Campo Sionista”, Meretz y la Lista (Árabe) Unida.

Los cuatro partidos árabes se casaron a punta de pistola, con Lieberman empuñando la pistola

La lista árabe está compuesta por cuatro partidos extremamente diferentes: comunistas, islamistas y nacionalistas. Es un casamiento a punta de pistola, con Lieberman empuñando la pistola: fue él quien indujo a la Knesset a subir el umbral electoral para así expulsar a los pequeños partidos árabes del Parlamento. En respuesta, los cuatro partidos pequeños formaron una gran lista unida, que ahora ocupa el tercer lugar en las encuestas, después de los dos partidos grandes.

Los árabes en Israel son ciudadanos de segunda clase, a los que se les discrimina y a veces se persigue. ¿Habría algo más humano que votar una lista así para un ciudadano judío progresista?

Para mí sería lo natural, dado que yo estuve profundamente implicado en crear en 1984 la primera lista electoral completamente integrada de árabes y judíos (la “Lista progresista por la paz”), que estuvo en el Parlamento durante dos legislaturas. (El partido comunista se compone casi enteramente de árabes, con algunos miembros judíos).

Pero la Lista Unida me supone problemas. Hace pocos días me cabrearon con una decisión de graves consecuencias.

Tiene que ver los votos “sobrantes”. Bajo nuestra ley electoral, dos partidos pueden cerrar un acuerdo para poner en común los votos “sobrantes” y entregárselo a uno de ellos. (“Sobrantes” son los votos que quedan después de que al partido se le hayan asignado los escaños a los que le da derecho el total de votos recibido).

Los partidos de la izquierda diseñaron un plan con el que la Lista Unida iba a unir sus votos sobrantes a los del Meretz. Esto podría haber dado a uno de ellos – y así a todo el bloque de izquierda – un escaño más, lo que puede resultar algo fundamental.

Meretz me es más cercano que el «Campo Sionista, pero sólo un partido grande puede quitarle el cargo a Netanyahu

La Lista Unida rechazó el plan, porque el Meretz es un partido sionista. La decisión puede ser lógica, porque muchos votantes árabes podrían abstenerse de votar si temen que su papeleta vaya a parar a un partido judío “sionista”. Pero mostró que frente a cualquier decisión importante, los islamistas de la Lista Unida podrían bloquear una decisión unificada por la paz. Yo con esto tengo un problema.

Así que me quedan Meretz y el “Campo Sionista”. Meretz es mucho más cercano a mi ideario que el partido más grande. Pero sólo el partido grande puede quitarle el cargo a Netanyahu. El problema no existiría si se hubiera establecido a tiempo una lista unida que incluyera el “Campo Sionista”, Meretz, Lapid y otros, tal y como yo había propuesto. Pero todos los potenciales implicados lo rechazaron.

Ahora, pues, estoy ante el dilema: o bien voto ideológicamente por el Meretz o voto de forma pragmática por el partido que vera crecer sus posibilidades de poner fin al reinado de Netanyahu si surge como mayor partido de la próxima Knesset. Este partido tiene numerosos defectos y los tengo muy claros, demasiado claros.

Otto von Bismarck, uno de los mayores estadistas de todos los tiempos, definió en una famosa frase la política como “el arte de lo posible”.

Es posible ahora frenar el avance de la derecha y restablecer un poco la salud de nuestro país.

Así, pues ¿a quién debería votar?

Publicado en Gush Shalom | 14 Marzo 2015 | Traducción del inglés: Ilya U. Topper