El separatismo es bello
Uri Avnery
Imagínense lo siguiente: en Israel ha nacido un nuevo movimiento entre los mizrajíes, es decir, los judíos de origen oriental o magrebí.
Proclama que las organizaciones mizrajíes actuales son una impostura. Que son el instrumento de la élite asquenazí, los judíos de origen europeo, para mantenerlos subyugados. Que el partido Shas, votado por los mizrajíes, es un timo, sobre todo tras la muerte del rabino Ovadia Josef, que era un auténtico líder mizrají.
Acusa al Likud de ser el más artero de los instrumentos de opresión a los mizrajíes. Afirma que el eterno mandato de Binyamin Netanyahu, que es la élite asquenazí personificada, simboliza la impotencia de las ignorantes masas mizrajíes, que son quienes lo mantienen a él y a su banda asquenazí en el poder.
Así que se ha fundado un nuevo partido mizrají, liderado por gente joven y dinámica con una idea revolucionaria: la separación.
Su plan es partir el Estado de Israel en dos: el norte para los asquenazíes, el sur para los mizrajíes
Su plan es partir el Estado de Israel en dos mitades con la carretera Yafa-Jerusalén como línea divisoria. Lo que quede al norte de ella será propiedad de los asquenazíes; lo que quede al sur constituirá el nuevo estado soberano mizrají y se llamará Medinat Mizrah.
Y desde aquí la imaginación ya nos lleva a cualquier parte.
¿Cuál sería mi postura ante tal situación? Si me lo pregunto seriamente, me veo en una situación ambigua.
Yo soy asquenazí. Asquenazí de pura cepa. Nací en Alemania. Mi familia vivió allí durante generaciones. Sin embargo, nunca me he definido como tal. La misma idea de ser “asquenazí” me resulta totalmente ajena.
Además, estoy muy unido a la comunidad mizrají. Ya lo estaba antes de que cuatro jóvenes reclutas de origen marroquí arriesgaran sus jóvenes vidas para salvar la mía en la guerra de 1948. Desde pequeño siempre he tenido fuertes vínculos con la cultura mizrají.
¿Cuál sería, pues, mi postura ante un vigoroso movimiento separatista de los mizrajíes?
Los kurdos son incapaces de unirse: los clanes dominantes están siempre enfrentados
Sinceramente, no lo sé. Desde luego, lo que no haría es enviar al ejército israelí ni a las fuerzas del orden para suprimirlo. Lo cual en todo caso sería imposible, dado que la mayoría de los soldados y policías de Israel son mizrajíes.
Afortunadamente, la idea es completamente disparatada. No va a suceder. Es más imposible aún que el separatismo kurdo o el catalán.
Lo curioso es que el kurdo y el catalán son dos pueblos que siempre me han gustado.
No sé cuándo ni por qué empecé a sentirme atraído por los kurdos. En mi juventud se les consideraba buena gente, aunque algo tosca. Decir ana kurdi, “soy kurdo” en árabe, significaba que uno era una persona sencilla que cumple su deber sin hacer preguntas.
Los inmigrantes judíos llegados desde el Kurdistán iraquí hablaban con afecto de sus vecinos no judíos en su tierra natal, a diferencia de la mayoría de inmigrantes judíos de otros lugares.
En París durante los años 50 entré en contacto con una célula semiclandestina de emigrados judíos egipcios. Apoyaban la lucha de los argelinos por la independencia, causa con la que yo mismo comulgaba fervientemente. Su líder se llamaba Henri Curiel y uno de sus miembros era Joyce Blau, una joven egipcia también gran devota de la lucha de los kurdos, que además era su área de estudios académicos.
Gracias a ella amplié mis conocimientos sobre la trágica historia kurda. Aunque Kurdistán es un territorio compacto, está dividido en varias partes que pertenecen a distintos estados, Turquía, Irán, Iraq y Siria, además de otras comunidades dispersas por varios países.
En Kurdistán había altos oficiales del ejército israelí entrenando a la guerrilla peshmerga
Al terminar la Primera Guerra Mundial hubo alguna tentativa de establecer un estado kurdo, pero la codicia de los vencedores y el resurgimiento de una Turquía fuerte truncaron cualquier intento. Los propios kurdos son en parte responsables de ello ya que por entonces eran, y lo siguen siendo hoy en día, incapaces de unirse. Los clanes dominantes están siempre enfrentados.
Después de la fundación del Consejo Israelí por la Independencia Argelina, fundé el Consejo Israelí por el Kurdistán Independiente junto a un grupo de inmigrantes israelíes procedentes del Kurdistán iraquí.
Mientras fui miembro del grupo, viví experiencias inolvidables. Me invitaron en dos ocasiones a pronunciar un discurso en mítines multitudinarios en Alemania. Literalmente multitudinarios. Había ingentes cantidades de kurdos de toda Europa vitoreando mis palabras, lo cual me subió bastante el ego.
Mi entusiasmo se extinguió cuando descubrí que en Kurdistán había ya oficiales de alto nivel del ejército israelí entrenando a la guerrilla peshmerga (“Ante la muerte”). El motivo por el que el gobierno de Israel los había enviado allí era de un absoluto cinismo. Se trataba de socavar al Estado iraquí, según la eterna máxima romana de “divide et impera” o “divide y vencerás”.
¿Cómo llegaron hasta allí? Muy fácil, estaban bajo la benevolente protección del shah de Irán.
Sin embargo, un día el shah hizo las paces con Saddam Hussein, lo cual puso fin a ese particular proyecto israelí. Cuando el shah fue derrocado e Irán se convirtió en enemigo mortal de Israel, la intervención militar israelí en el Kurdistán se convirtió en algo completamente imposible.
Sin embargo, el sentimiento continúa. Creo que los kurdos se merecen la independencia, sobre todo si consiguen unirse entre ellos. Dado que gozan de la suerte, o la desgracia, de poseer yacimientos petrolíferos, las potencias extranjeras están muy interesadas.
En todo caso, entre kurdos y catalanes no hay ningún parecido, excepto que ambos pueblos me caen bien.
También me encantan Córdoba y Sevilla. Sería una lástima que Cataluña se separara
Cataluña es una nación muy desarrollada, y las varias y breves veces que la he visitado siempre me he sentido como en casa. Como todos los turistas, he paseado por La Rambla de Barcelona, ambas palabras hebreas, según parece, que se remontan a la época en que España era colonia de Cartago, ciudad fundada por los pueblos semíticos de Fenicia, que hablaban una especie de hebreo. La palabra Barcelona quizá provenga de baraq, relámpago en hebreo, y por su parte, rambla proviene del árabe ramle, “arenal”.
El problema es que también me encantan otros lugares de España, especialmente Córdoba y Sevilla. Sería una lástima que Cataluña se separara. Por otro lado, no se puede evitar que un pueblo consiga su independencia si así lo desea.
Por suerte, no es una decisión que dependa de mí.
Pero el tema de fondo es por qué naciones cada vez más pequeñas quieren la independencia, cuando en el mundo se están creando unidades políticas cada vez mayores.
Parece una paradoja, pero en realidad no lo es.
Estamos asistiendo al fin del estado-nación, que ha dominado la historia en los últimos siglos
En esta generación estamos asistiendo al fin del estado-nación, que ha dominado la historia del mundo durante los últimos siglos. El estado nación surgió por necesidad. Los países pequeños eran incapaces de desarrollar por sí solos una moderna industria de masas dependiente de mercados locales de gran amplitud. Tampoco podían defenderse solos, ya que los ejércitos modernos requerían armamento cada vez más sofisticado. Incluso los avances culturales exigían áreas lingüísticas extensas.
Las nacionalidades pequeñas se unieron a otras mayores. Era necesario para la supervivencia. Así, Gales y Escocia se unieron a Inglaterra, Saboya y Sicilia a Italia, y Córcega y la Provenza pasaron a formar parte de Francia.
La historia continuó su evolución y hoy en día ni siquiera el estado nación es ya una entidad lo bastante grande para competir. Los estados se agrupan en unidades aún mayores como la Unión Europea. No me cabe duda de que para finales de siglo habrá en el mundo un gobierno global que lo convertirá en un solo estado. La amenaza extraterrestre sería de gran ayuda.
En nuestra era, el nacionalismo ha demostrado ser más fuerte que religión, comunismo o cualquier otro credo
¿Cómo encaja en toda esta dinámica la fragmentación en estados cada vez más pequeños? Es sencillo. Si el estado español no cumple ya con sus propósitos económicos y militares y sus competencias centrales se desplazan de Madrid a Bruselas, ¿por qué no iban los catalanes y los vascos a separarse de él y a ingresar en la Unión Europea bajo su propia bandera? Tomemos como ejemplo a la antigua Yugoslavia o incluso a la Unión Soviética. La excepción es Alemania, que es bastante grande de por sí.
Los dos procesos no son contradictorios entre sí sino complementarios.
La estupidez del Brexit es un caso ahistórico. Pero si los escoceses y los galeses desean la independencia, la conseguirán.
Siento gran respeto por el poder del nacionalismo. En nuestra era, ha demostrado ser más fuerte que la religión, el comunismo y cualquier otro credo. Es más fuerte cuando se combina con la religión, como en el mundo árabe. De este modo, el nacionalismo de los pueblos pequeños se satisfará en los partidos de fútbol y mientras tanto los asuntos realmente importantes se decidirán en otro sitio.
En este preciso momento, la Knesset, el Parlamento israelí, está ocupado en promulgar una nueva ley, llamada Ley de la Nación, que pretende dejar claro que el carácter judío del Estado Judío tiene preferencia sobre su carácter democrático y sobre los derechos humanos.
Israel nunca se ha dotado de una constitución, pero hasta ahora se asumía que era una nación “judía” y “democrática” a partes iguales. La nueva ley está a punto de demoler tal concepto.
Vamos un par de siglos por detrás de la historia del mundo, como de costumbre.
© Uri Avnery | Publicado en Gush Shalom | 7 Oct 2017 | Traducción del inglés: Jacinto Pariente.
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