La Trumpita israelí
Uri Avnery
¿Qué hará Donald Trump si pierde las elecciones dentro de una semana y media, como indican la mayoría de las encuestas?
Él ya dijo que reconocerá los resultados, pero solo si gana.
Eso parece una broma. Pero está muy lejos de serlo.
Trump ya anunció que las elecciones están amañadas. Los muertos están votando (y todos los muertos votan por Hillary Clinton). Los comités de los colegios electorales están corrompidos. Las maquinas del escrutinio falsifican los resultados.
No, esto no es una broma. Para nada.
Esto no es una broma porque Trump representa a decenas de millones de estadounidenses que pertenecen a los estratos más bajos de la población blanca, a los que la élite blanca solía llamar “la chusma blanca”. En palabras más educadas, se les llama “trabajadores de cuello azul”, que significa obreros, frente a los “trabajadores de cuello blanco” que están en las oficinas.
Si los votantes se niegan a reconocer los resultados electorales, EE UU puede convertirse en una república bananera
Si los decenas de millones de votantes de cuello azul se niegan a reconocer los resultados electorales, la democracia estadounidense estará en peligro. Estados Unidos puede convertirse en una república bananera, como algunos de sus vecinos del sur, que nunca han podido disfrutar de una democracia estable.
Estos problemas existen en todas los Estados-nación modernos con una importante minoría nacional. Los estratos más bajos de la etnia dirigente odian la minoría. Los miembro de la minoría los expulsan de los trabajos de categoría más baja. Y lo que es más importante: las clases más bajas de la mayoría que gobierna no tiene nada de lo que estar orgullosos, excepto su pertenencia a la clase gobernante.
Los desempleados alemanes votaron por Adolf Hitler, que les ascendió al “Herrenvolk” (raza superior) y la raza aria. Ellos le dieron poder y Alemania fue arrasada hasta los cimientos.
El inimitable Winston Churchil dijo una vez que la democracia es un mal sistema, pero que todos los sistemas que se han probado antes son peores.
En lo que a democracia se refiere, el modelo estadounidense era un modelo para el mundo. En su primeros días ya atraía a los amantes de la libertad de todas partes. Hace casi 200 años, el pensador francés Alexis de Tocqueville escribió un informe brillante sobre la “Démocratie en Amérique”.
Mi generación creció admirando la democracia estadounidense. Vimos cómo se desmoronaba la democracia europea y se hundía en el fango del fascismo. Admiramos esos jóvenes Estados Unidos, que salvó a Europa en dos guerras mundiales, por puro idealismo. La democrática América derrotó el nacismo alemán y el militarismo japonés, y más tarde el bolchevismo soviético.
Nuestra actitud infantil cedió lugar a una visión más madura. Nos enteramos del genocidio de los americanos nativos y de la esclavitud. Vimos cómo Estados Unidos sufre de vez en cuando un ataque ce locura, como la caza de brujas de Salem y la era de Joe McCarthy, que descubría a un comunista bajo cada cama del país.
Trump intenta romper los delicados lazos que mantienen unida la sociedad estadounidense
Pero también vimos a Martin Luther King, vimos al primer presidente negro, y ahora probablemente vayamos a ver a la primera mujer presidente. Todo ello gracias a un milagro: la democracia americana.
Y ahí viene ese hombre, Donald Trump, e intenta romper los delicados lazos que mantienen unida la sociedad estadounidense. Incita a los hombres contra las mujeres, a los blancos contra los negros e hispánicos, a los ricos contra los desposeídos. Siembra odio mutuo en todas partes.
Tal vez el pueblo estadounidense vaya a liberarse de esta plaga y enviar a Trump de vuelta al lugar de donde ha salido: la televisión. Tal vez Trump desaparezca como un mal sueño, al igual que hicieron McCarthy y sus antepasados ideológicos.
Esperemos que sea así. Pero también existe la posibilidad opuesta: que Trump cause un desastre que nunca antes se ha visto: el derrumbe de la democracia, la destrucción de la cohesión nacional, un país que estalle en mil esquirlas.
¿Puede ocurrir algo así en Israel? ¿Tenemos en Israel un fenómeno que se puede comparar con el ascenso de Trump en América? ¿Hay un Trump en Israel?
De hecho, sí hay. Pero el Trump israelí es una Trumpita.
Se llama Miri Regev.
Se parece en muchos sentidos al Trump original. Desafía a la “vieja elite” de Tel Aviv, al igual que Trump se lanza contra Washington. Azuza a los ciudadanos judíos contra los árabes. A los judíos ‘orientales’ contra los asquenazíes, de ascendencia europea. A los que no tienen cultura contra los intelectuales. A los pobres contra todos los demás. Desgarra los delicados lazos de la sociedad israelí.
Por supuesto no es la única de este tipo. Pero hace sombra a todos los demás.
Tras las elecciones para la vigésima legislatura de la Knesset, en marzo de 2015, y el establecimiento de un nuevo Gobierno, Israel fue asaltada por una banda de políticos de extrema derecha como una manada de lobos hambrientos. Eran hombres y mujeres sin carisma, sin dignidad, poseídos por una voraz hambre de poder, con sed de destacar a toda costa, gente que sólo iba a por su interés personal y nada más. Compiten unos con otros cazando titulares y acciones provocadoras.
En la línea de salida eran todos iguales: ambiciosos, desagradables, sin inhibiciones. Pero poco a poco, Miri Regev se adelantó a todos los demás. Todo lo que ellos pueden hacer, lo puede hacer ella mejor. Por cada titular que consigue alguien, ella consigue cinco. Cada vez que la prensa condena a alguien, ella consigue que la condenen diez veces.
Eran todos iguales: ambiciosos, desagradables, sin inhibiciones, pero Miri Regev se adelantó a todos
Binyamin Netanyahu es un enano, pero comparado con esa pandilla es un gigante. Para seguir siéndolo, le asignó a cada uno de ellos el cargo para el que menos preparados estaban. Miri Regev, una persona bruta, vulgar, primitiva, se convirtió en ministra de Cultura y Deportes.
Regev, de 51 años, es una mujer atractiva, hija de inmigrantes de Marruecos. Nació con el nombre de Miri Siboni en Kiryat-Gat, un lugar al que tengo mucho cariño, porque era allí donde fui herido en 1948. En aquel entonces era aún una aldea árabe llamada Irak-al-Nabshiye, y me salvaron la vida cuatro soldados de los que uno se llamaba Siboni (sin relación con Miri).
Durante muchos años, Regev servía en el Ejército como oficial de relaciones públicas, ascendiendo hasta el rango de coronel. Parece ser que un día decidió hacer relaciones públicas para ella misma, en lugar de hacerlas para otros.
Desde su primer día como ministra de Cultura ha alimentado la prensa con un flujo continuo de escándalos y provocaciones. Así, paso a paso, se adelantó a todos sus competidores en la lucha por el liderazgo del Likud. Nadie puede competir con su energía y creatividad.
Regev declaró con orgullo que considera su trabajo eliminar del ruedo cultural a todas las personas contrarias al Likud. Al fin y al cabo, “para eso se ha votado al Likud”.
En todas partes del mundo, los Gobiernos subvencionan instituciones culturales y personas creativas, en la convicción de que la cultura es un elemento nacional vital. Cuando Charles de Gaulle era presidente de Francia, sus jefes de policía le contactaron una vez para pedirle que emitiera una orden de arresto contra el filósofo Jean-Paul Sartre, quien estaba apoyando a los argelinos que luchaban por la independencia. De Gaulle lo rechazó: “Sartre también es Francia”, declaró.
Amenaza con retirar las subvenciones a toda institución que se oponga las políticas del Gobierno derechista
Bueno, Regev no es De Gaulle. Amenaza con retirar las subvenciones públicas a toda institución que se oponga públicamente a las políticas del Gobierno de derechas. Exigió que se cancelara el programa de un rapero árabe, que leía textos de la obra de Mahmoud Darwish, el adorado poeta nacional de los ciudadanos árabes y del mundo árabe entero. Exigió que todos los teatros y orquestas hagan espectáculos en los asentamientos en los territorios ocupados, si quieren seguir recibiendo subvenciones.
Esta semana ganó una rotunda victoria, cuando Habima, el “teatro nacional”, consintió actuar en Kiryat Arba, un nido de los colonos fascistas más fanáticos. De hecho, no pasa un día sin que Regev tenga alguna nueva hazaña. Sus colegas estallan de pura envidia.
La base de trumpismo israelí y de la carrera de Miri Regev es el profundo resentimiento de la comunidad judía oriental, llamada mizrají. Se dirige contra los asquenazíes, los israelíes de ascendencia europea. A éstos se les acusa de tratar a los orientales con desdén y de llamarlos “el segundo Israel”.
Desde que los reclutas de origen marroquí me salvaron la vida cerca de donde nació más tarde Miri Regev, he escrito muchas palabras sobre la tragedia de la inmigración mizrají, una tragedia que he presenciado como testigo desde el primer momento. La población judía ya establecida cometió muchas injusticias contra los nuevos inmigrantes, la mayoría sin mala intención. Pero raramente se menciona el mayor pecado de todos.
Toda comunidad necesita un sentimiento de orgullo, que se basa en sus logros históricos. Este orgullo se les arrebató a los mizrajíes que llegaron al país después de la guerra de 1948. Se les trataba como personas carentes de cultura, sin pasado, “trogloditas de los montes del Atlas”.
Esta actitud era parte del desprecio por la cultura árabe, un desprecio que estaba profundamente arraigado en el movimiento sionista. Vladimir (Ze’ev) Jabotinsky, el dirigen derechista sionista y padre espiritual del partido Likud, escribió en su momento un artículo llamado “El Este”, en el que expresó su desdén por la cultura oriental, fuera judía o árabe, a causa de la religiosidad que la permea y su incapacidad de separar Estado y religión, lo que constituía, en su opinión, una barrera para todo progreso humano. Este artículo se cita pocas veces hoy día.
Los mizrajíes aprendieron a distanciarse de todo lo que fuese árabe, como su acento y sus canciones
Los inmigrantes orientales llegaron a un país que estaba predominantemente “laico”, no religioso y occidental. También era muy antiárabe y antimusulmán. Los nuevos inmigrantes entendieron rápidamente que si querían ser aceptados en la sociedad israelí, se tenían que deshacer de su cultura tradicional-religiosa. Aprendieron a distanciarse de todo lo que fuese árabe, como su acento y sus canciones. Sin eso les habría sido difícil formar parte de la nueva sociedad del país.
Antes de que naciera el sionismo – un movimiento muy europeo – no existía enemistad entre judíos y musulmanes. Más bien al contrario. Cuando los judíos fueron expulsados de la España católica, hace muchos siglos, sólo una minoría emigró a la Europa cristiana antisemita. La inmensa mayoría fue a tierras musulmanas y fue recibida con los brazos abiertos en todo el Imperio otomano.
Antes de esto, en la España musulmana, los judíos llegaron a la cúspide, a su “edad de oro”. Estaban integrados en todas las esferas de la sociedad y del gobierno y hablaban árabe. Muchos de sus hombres de letras escribían en árabe y fueron admirados tanto por musulmanes como por judíos. Maimónides, tal vez el más grande de los judíos sefardíes, escribía en árabe y fue el médico personal de Saladino, el guerrero musulmán que derrotó a los cruzados. Los ancestros de los esos cruzados habían masacrado a musulmanes y judíos por igual cuando conquistaron Jerusalén. Otro gran judío mizrají, Saadia Gaon, tradujo la Tora al árabe. Etcétera.
Habría sido natural para los judíos orientales sentirse orgullosos de este glorioso pasado, al igual que los judíos alemanes se sienten orgullosos de Heinrich Heine, y los judíos franceses, de Marcel Proust. Pero el clima cultural en Israel los forzó a abandonar su herencia y a pretender que sólo admiraban la cultura de Occidente. (Los cantantes orientales eran una excepción, primero como animadores de bodas y ahora como estrellas en los medios. Se hicieron populares como “cantantes mediterráneos”.)
Si Miri Regev fuese una persona con cultura, y no sólo ministra de Cultura, habría dedicado su considerable energía a revitalizar esta cultura y devolver el orgullo a su comunidad. Pero esto no le interesa realmente. Y hay una segunda razón.
Durante siglos, musulmanes y judíos trabajaban juntos a favor del avance de la humanidad
Esta cultura mizrají está totalmente ligada a la cultura árabe-musulmana. No se puede mencionar sin subrayar la estrecha relación entre las dos culturas, una relación que duró muchos siglos durante los que musulmanes y judíos trabajaban juntos a favor del avance de la humanidad, mucho antes de que el mundo se enterase de Shakespeare o Goethe.
Yo siempre he creído que devolver el orgullo era el deber de una nueva generación de amantes de la paz que surgirán desde dentro de la sociedad mizrají. Últimamente, hombres y mujeres de esta comunidad han alcanzado posiciones claves en el bando a favor de la paz. Tengo grandes esperanzas.
Tendrán que luchar contra la actual ministra de Cultura, una ministra que no tiene nada que ver con la cultura, una mujer mizrají que no tiene raíces mizrajíes.
Espero que en este país tenga lugar un renacimiento judío mizrají, porque puede promover la paz israelí-árabe y porque puede fortalecer de nuevo los lazos frágiles entre las diversas comunidades en nuestro Estado.
Como persona no religiosa, yo prefiero la religiosidad mizrají, que siempre ha sido moderada y tolerante, antes que el bando fanático sionista-religioso, que es mayoritariamente asquenazí. Siempre he preferido al rabino Ovadia Josef antes que los rabinos Kook, padre e hijo. Prefiero a Arie Der’l antes que Naftali Bennett.
Odio a Trump y el trumpismo. No me gusta nada Miri Regev ni su cultura.
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© Uri Avnery | Publicado en Gush Shalom | 29 Oct 2016 | Traducción del inglés: Imane Rachidi / Ilya U. Topper
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