Vete en paz
Uri Avnery
Confieso que no odio a Binyamin Netanyahu. Tampoco a Sarah’le.
No suelo odiar a la gente. Con la única excepción de los que traicionan la confianza que pongo en ellos y pretenden apuñalarme por la espalda. No han sido más que tres o cuatro en toda mi vida. Prefiero callar sus nombres.
Las veces que he estado en privado con Netanyahu no pasan de dos o tres.
La primera, me presentó en los pasillos de la Knesset a la que por entonces era su segunda mujer. Me pareció una joven muy agradable.
La segunda, coincidimos en una exposición de fotografía en la que había un retrato mío con casco de piloto (No sé ni cómo ni por qué).
“Te pareces a Errol Flynn”, me dijo. Yo no había visto una película de Errol Flynn en mi vida, pero me lo tomé como un cumplido.
Tuvimos, por supuesto, muchas discusiones en la Knesset, pero eso no cuenta.
Mi deseo de expulsar a Netanyahu del gobierno no se debe a motivos personales
Por tanto, mi deseo de expulsar a Netanyahu del gobierno, y además lo antes posibles, no se debe a motivos personales. Es solo porque estoy convencido de que es un desastre para Israel.
Los incontables casos de corrupción que han emergido, y que siguen haciéndolo cual submarinos, exigen su cese inmediato. Y eso por no hablar del tema de los submarinos alemanes, que promete nuevas revelaciones. Me lo dice mi olfato de antiguo editor de una revista de noticias especializada en casos de corrupción.
A muchos les encantaría ver a Bibi entre rejas. A mí no. Si de mí dependiera, el presidente de la nación y el fiscal general del Estado le ofrecerían un acuerdo al estilo Nixon: dimisión inmediata e indulto cinco minutos después. Para ti y para tu mujer. Sin investigaciones ni juicios. Vete a tu casa y disfruta de la vida.
El dinero no sería el problema. Netanyahu es rico. Aparte de las comisiones que parecer haberse embolsado a lo largo de los años y de los varios apartamentos de lujo que posee, aún le quedaría una generosa pensión de exprimer ministro.
Además, todos los editores del mundo estarían dispuestos a ofrecerle jugosos adelantos por la publicación de sus memorias.
De modo que no necesita de nuestra compasión.
El problema es quién le sucederá.
Su escaño lo ocupará una desconocida jurista, colocada por su partido en la terna de candidatos debido a que hay un puesto reservado para una “nueva candidata femenina”. Pero tampoco esto es verdaderamente relevante
Lo que realmente importa es quién va a ser el nuevo primer ministro.
La dimisión de Netanyahu no implica la inmediata disolución de la actual Knesset. Si algún otro diputado consigue formar una mayoría de gobierno en la Knesset actual, él, o ella, se convertirá en primer ministro. Solo un (o una) miembro del Likud tiene posibilidades.
Como tantos otros líderes fuertes pero inseguros, Netanyahu no ha formado a un sucesor
¿Hay algún candidato posible? Lo dudo. Como tantos otros líderes fuertes pero inseguros, Netanyahu no ha formado a un sucesor. Al contrario, ha alejado a todos los posibles delfines.
El liderazgo actual del Likud así como el gabinete de ministros del Likud y sus aliados al completo son unas nulidades. No veo a ninguno como la persona responsable del futuro de Israel. Dios (exista o no) nos libre.
Si nadie consigue formar gobierno en la Knesset actual, habrá que elegir una nueva.
¿Saldrá de las urnas una nueva mayoría? Puede, pero no es probable.
En un país normal, después de la increíble serie de casos de corrupción de la que hemos sido testigos, la oposición se haría con el poder y uno de sus líderes se convertiría en primer ministro. Así de simple.
Pero Israel no es un país normal. Una profunda brecha separa a la izquierda de la derecha, y entre ellas no hay nada. Es casi imposible que los votantes de la derecha se pasen en masa a la izquierda. Tampoco existe consenso acerca del comportamiento adecuado del primer ministro.
Una vez, un catedrático me dijo: “En el Reino Unido, un primer ministro que concediera a su parentela los cargos más importantes del gobierno sería considerado un corrupto. En Egipto, por el contrario, lo considerarían un egoísta si no lo hiciera: ¿Qué es eso de tener tanta suerte y no compartirla con los tuyos?”
Parece que cuantas más pruebas afloran de las corruptelas de Netanyahu, más ferozmente lo defiende su partido. ¡No es más que una campaña de desprestigio orquestada por la malvada izquierda! ¡Fake News! ¡La policía está en connivencia con los asquenazíes del traicionero Partido Laborista (a pesar de que el director de la Policía, elegido a dedo por Netanyahu, es un antiguo miembro de los servicios secretos, de origen yemení y de los de kipá en la coronilla)!
Así, la próxima Knesset se parecerá mucho a la actual. ¿Qué pasará en tal caso?
De los 120 parlamentarios de la Knesset la coalición actual de gobierno, con un total de 67 escaños, está repartida de la siguiente forma: 30 pertenecen al Likud, 10 a Kulanu (“Todos Nosotros”), que es una escisión del Likud, 8 al religioso HaBayit ha Yehudi (“Hogar Judío”), 7 al también religioso Shas, 6 a Yisrael Beiteinu (“Israel Nuestro Hogar”), la extrema derecha de Avigdor Lieberman, y 6 al Partido Ortodoxo.
La oposición cuenta con 53 escaños: 24 del Partido Laborista (llamado el “Bando Sionista”), 11 del Yesh Atid (“Hay Un Futuro”) cuyo líder es Yair Lapid, 5 del Meretz, aparte de los 13 miembros de la Lista Árabe Conjunta, a los que prácticamente nadie tiene en cuenta.
Todo el mundo espera que el Partido Laborista se estrelle en las próximas elecciones
Suponiendo que, como indican los sondeos, el resultado de las próximas elecciones será más o menos el mismo, las cifras hacen que todas las miradas caigan sobre los diez escaños de Kulanu. Su indiscutible líder es Moshe Kahlon, de momento el siempre sonriente ministro de Economía, que se las da de liberal y moderado. ¿Será capaz de cambiar de chaqueta?
En realidad, todo el mundo espera que el Partido Laborista se estrelle en las próximas elecciones. Después de cambiar de líder como el que cambia de calcetines, el partido ha elegido por jefe a un mizrají, Avi Gabbay, con la intención de sacudirse la maldición de ser un partido “asquenazí”. No les ha funcionado. Con Gabbay, el Partido sigue cayendo en las encuestas. El Likud, por su parte, siempre elige a líderes asquenazíes como Netanyahu, aunque su base es principalmente mizrají.
Si caen los laboristas, el partido de Lapid subirá. Bien puede suceder que se convierta en la lista más votada. Esto convertiría a Lapid en el candidato más probable al puesto de primer ministro, sobre todo si consigue atraerse el apoyo de Kahlon.
¿Quién es Lapid? Lapid es el político perfecto. Es bueno ante las cámaras. Habla muy bien y no dice nada. Este vacío ideológico es una gran ventaja: lo es todo para todo el mundo.
Su padre, a quien conocí muy bien, fue un superviviente del Holocausto que recordaba vivamente su infancia en el gueto de Budapest. Era un liberal con una vena de nacionalismo extremo. Quizá su hijo haya salido a él.
No faltan quienes predicen que con Lapid llegaremos a echar de menos a Netanyahu
¿Cuál sería, pues, la postura del primer ministro Lapid ante la paz? Nadie lo sabe. Incluir a los árabes en su coalición no le resultaría fácil, y ello podría arrebatarle la mayoría. Quizás después de todo, los árabes lo apoyen “desde fuera”, como sucedió con Yitzhak Rabin y posibilitó los Acuerdos de Oslo. Sin embargo, no faltan quienes predicen que con Lapid “llegaremos a echar de menos a Netanyahu”.
Hay quien sueña con un partido totalmente nuevo, una coalición de liberales, progresistas y pacifistas, con un liderazgo joven y nuevo que cambie completamente el panorama político. Desafortunadamente aún no hay indicios de ello.
Por el contrario, entre los jóvenes son muchos los que, desencantados de la política, optan por la acción directa, se enfrentan a los colonos de los asentamientos y tratan de proteger a la población palestina. Son personas maravillosas y sus acciones son importantes, pero carecen totalmente de peso político. Y desafortunadamente es la política lo que decide nuestro futuro.
Amo a Israel. Mis compañeros de armas y yo lo creamos y lo pagamos con sangre, literalmente. Lo que pasa hoy en día me duele en el alma.
Pero a pesar de todo, mi optimismo no decae. Sigo creyendo que, de alguna forma, de algún sitio, llegará la salvación. Nuevas fuerzas políticas aparecerán y se colocarán en primera línea.
Como dirían nuestros amigos musulmanes, inshalá, si Dios quiere.
© Uri Avnery | Publicado en Gush Shalom | 24 Feb 2017 | Traducción del inglés: Jacinto Pariente.
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