Divide et impera
Uri Avnery
Pero ¿qué le pasaal movimiento de protesta social israelí?
Buena pregunta. No se la hacen sólo en el extranjero, sino también en Israel.
El año pasado, el movimiento alcanzó su cumbre en una manifestación gigantesca. Centenares de miles de personas marcharon por Tel Aviv.
El Gobierno hace lo que los gobiernos suelen hacer en este tipo de situaciones: nombró una comisión, encabezada por un profesor respetado, de nombre Manuel Trajtenberg. La comisión hizo algunas recomendaciones buenas pero limitadas, de las que sólo se llegó a aplicar una minúscula parte.
Se aceptaba que un movimiento de protesta sólo debería ser activo en verano
Mientras tanto, el movimiento de protesta se retiró para hibernar. Por alguna razón nada obvia se aceptaba que un movimiento de protesta sólo debería ser activo en verano (personalmente, prefiero con mucho las manifestaciones de invierno. En verano hace un calor de mil demonios).
Cuando llegó el verano 2012 – y está siendo un verano especialmente caluroso -, el movimiento de protesta se puso en marcha de nuevo.
Daphni Leef, que había empezado todo, convocó una manifestación. Juntó a unas 10.000 personas, un número respetable, pero mucho menos que las multitudes del año pasado. Había un buen (o mal) motivo: El mismo día, y precisamente a la misma hora, a menos de un kilómetro de distancia, tuvo lugar otra manifestación. Ésta era por el servicio militar (luego hablaremos de ella).
Era difícil no sospechar que alguna mano oculta aplicaba la máxima de “Divide et impera”
El pasado sábado por la noche, Daphni convocó otra protesta, y de nuevo se juntaron unas 10.000 personas. ¿Por qué no más? Porque precisamente ese mismo día, a la misma hora, otra manifestación tuvo lugar en la playa de Tel Aviv.
¿Cuál era la diferencia entre las dos manifestaciones? Ninguna. Ambas reclamaban ser la sucesora legítima de la protesta del año pasado. Utilizaban los mismos eslóganes.
Normalmente no me adhiero a las teorías de la conspiración. Pero esta vez era difícil no sospechar que alguna mano oculta aplicaba la vieja máxima romana de “Divide et impera”, divide y reinarás. (Parece que no fue acuñada realmente por los romanos sino por el rey francés Luis XIV, quien dijo: “Diviser pour régner”).
El éxito de la manifestación de Daphni el sábado pasado se garantizó por un evento que nadie podría haber previsto.
Cuando la marcha alcanzó el barrio gubernamental de Tel Aviv (el antiguo pueblo de Sarona, fundado por colonos alemanes religiosos de mediados del siglo XIX), ocurrió algo chocante. Uno de los manifestantes, un hombre de mediana edad de Haifa, se prendió fuego y sufrió terribles quemaduras.
Los judíos no son monjes budistas y aquí, nunca antes ha pasado algo así. Las personas desesperadas cometen suicidio, pero no en público y no por fuego. Creo que desde los días en los que la Inquisición española quemaba a los israelitas conversos, los judíos detestan esta forma de morir.
El hombre en cuestión, Moshe Silman, era un tipo de poca suerte. El año pasado estaba activo en el movimiento de protesta. Era un pequeño empresario que dos veces fracasó en su negocio, sufrió una serie de golpes y se quedó con nada, aparte de enormes deudas. Estaba a punto de ser desahuciado de su pequeño piso. Antes de convertirse en un sin techo, decidió quitarse la vida, tras distribuir una nota de suicidio a la gente a su alrededor.
Los manifestantes respondieron con pancartas: “Bibi, ¡tú eres nuestra tragedia personal!”
Quienes creen en el ‘camino americano’, probablemente dirían que su fracaso era únicamente culpa suya y que nadie tenía por qué ayudarle. La ética judía es distinta y exige que una persona desesperada, incluso si ha llegado ahí por sus propios errores, debería tener garantizada unos medios mínimos de existencia compatibles con la dignidad humana.
Binyamin Netanyahu, un admirador ferviente del Mercado Libre, hizo público un comunicado que descalificó el incidente como una “tragedia personal”. Los manifestantes respondieron con pancartas: “Bibi, ¡tú eres nuestra tragedia personal!”
Silman se ha convertido en un símbolo nacional. Ha dado un enorme empujón al movimiento de protesta, que ahora ha recuperado su lugar en la conciencia pública.
Sin embargo, las noticias del momento están dominadas por la protesta de la competencia: la que se ocupa del servicio militar.
No se trata de rechazar el servicio militar a causa de la ocupación. Hay muy pocos de estos objetores y sus actos valientes lamentablemente no suscitan eco.
No, se trata de algo muy distinto: el hecho de que unos 6.000 jóvenes ortodoxos, de complexión sana, son eximidos cada año del servicio militar, así como del servicio civil alternativo. Los otros jóvenes, los que sirven tres largos años en el ejército, y luego casi un mes al año en la reserva, están hartos. Piden un “reparto equitativo del deber”. Entre la mayoría laica, e incluso entre la juventud religiosa sionista, éste es un eslogan inmensamente popular.
Su popularidad se puede medir por el hecho de que allí está Itzik Shmuli. Shmuli, nos acordamos, es el estudiante ambicioso que se unió a Daphni el año pasado y luego la dejó en la estacada. Recientemente se ha revelado que uno de los mayores empresarios de Israel le ha dado 200.000 dólares para un proyecto.
Los ortodoxos no tienen ninguna intención de acudir a filas. Tienen muy buenos motivos. Por ejemplo: estudiar la tora es evidentemente más importante para la seguridad del Estado que el servicio militar, dado que, como sabe todo el mundo, Dios nos protege únicamente mientras se siga estudiando la tora. (Una vez hablé sobre esto con Ariel Sharon, y para mi sorpresa y consternación estuvo de acuerdo con esa teoría).
La razón verdadera de los ortodoxos es, desde luego, su determinación de evitar a toda costa cualquier contacto entre sus chicos y chicas y los israelíes normales, que están enfangados en una vida de alcohol, crímenes, sexo y drogas.
Netanyahu podría gobernar fácilmente sin los ortodoxos, con el único apoyo de sus socios de coalición laicos. Pero sabe que en tiempos revueltos, los ortodoxos se mantendrán fieles a él, mientras que los otros podrían huir en desbandada.
El Ejército israelí nunca quiso llamar a filas a los árabes y ofrecerles entrenamiento militar
Esta semana, su fértil mente fabricaba febrilmente unas soluciones de compromiso que cambiarían todo, a la vez que dejarían el status quo completamente tal cual. Se propuso, por ejemplo, llamar a filas a todos los varones religiosos, pero no a los 18 años, como todos los demás, sino a los 26, una edad a la que virtualmente todos los hombres ortodoxos están casados y son padres de cuatro hijos, algo que convierte su ingreso a filas en imposible o extremamente costoso.
Hace sólo 70 días, el partido Kadima se unió de manera precipitada al gobierno. Su justificación consistía en que una coalición que abarcaba el 80% de la Knesset ofrecería a Netanyahu la red de seguridad necesaria para revisar a fondo el sistema de exenciones del servicio militar.
La verdadera razón era que Kadima se había quedado sin ningún tema que pudiera llamar suyo propio. Seguía siendo la mayor facción en la Knesset, con un escaño más que el Likud, pero estaba amenazado por la aniquilación total en las próximas elecciones. Un rifirrafe con los ortodoxos, tan odiados, podía cambiar esta condición.
Así, esta semana, el día 70 de su participación en la gloriosa coalición, Kadima volvió a abandonar. Ahora puede marchar hacia las futuras elecciones bajo la orgullosa pancarta de “Servicio igualitario para todos”.
Esta historia tiene, además, otro aspecto más.
Los ortodoxos no son los únicos que están exentos del servicio militar (y civil). También lo están los ciudadanos árabes, aunque por motivos bastante distintos.
El Ejército israelí nunca quiso llamar a filas a los árabes y ofrecerles, válgame Dios, entrenamiento militar y armas. Únicamente los drusos, una antigua comunidad étnico-religiosa con una vaga conexión con el islam chií, sí hacen el servicio militar, al igual que unos pocos beduinos.
Ahora, con los eslóganes del Servicio Igualitario por todas partes, también surge esta exención. ¿Por qué a los árabes no se les recluta? ¿Por qué no se les obliga, al menos, a hacer el servicio civil?
Los ciudadanos árabes, desde luego, rechazan todo. Un servicio militar contra su propio pueblo —hermanos palestinos, hermanos árabes— es inadmisible. También rechazan el servicio civil, aduciendo que el Estado, que los discrimina en tantos aspectos, no tiene derecho a reclutarlos para nada. Incluso cuando se les ofrece un servicio social en sus propias comunidades, lo rechazan, algo que causa muchos resentimientos entre los jóvenes judíos, que deben acudir al Ejército mientras que los árabes de la misma pueden ir a la universidad o ganar dinero trabajando.
Así, el movimiento por el Servicio Igualitario está en la feliz posición de poder atacar a las dos comunidades más odiadas por la mayoría: los ortodoxos y los árabes. Intolerancia, racismo y laicismo, todo en nombre de la Igualdad. ¿Qué más se puede pedir?
Netanyahu se ha quedado ahora de nuevo con su pequeña mayoría de antes. Debe encontrar una solución rápida para el servicio militar de los ortodoxos, dado que el Tribunal Supremo le está pisando los talones. La ley de reclutamiento vigente, rechazada por el Tribunal, expira a finales del mes. Para entonces, otra ley debe entrar en vigor.
La solución preferible para Netanyahu sería convocar elecciones anticipadas, quizás para febrero próximo. Le gustaría hacerlo, porque por ahora no hay nadie por ahí que pudiera competir con su popularidad. Y no habría tiempo para que se establezca un nuevo partido.
Pero Netanyahu no es un jugador. No le gusta asumir riesgos. Con las elecciones, al igual que pasa con las guerras, uno nunca sabe qué puede pasar. Ocurren cosas.
Una alternativa excelente sería dividir Kadima. Algunos de sus diputados, que justo acababan de probar el dulce sabor de estar en el Gobierno, podrían sentirse poco inclinados a abandonarlo. El Likud estaría muy contento de recibirlos con los brazos abiertos.
Lo de Divide et impera igual todavía funciona.