Opinión

El camino a Canossa

Uri Avnery
Uri Avnery
· 10 minutos

opinion

En enero de 1077, el rey Enrique IV de Alemania caminó a Canossa. Cruzó descalzo las Alpes, cubiertas de nieve, vestido con el hábito de los monjes penitentes, y alcanzó la fortaleza en el norte de Italia, en la que se había refugiado el Vicario de Dios.

El papa Gregorio VII le había excomulgado al rey tras un conflicto sobre el derecho de investir a obispos en todo el Imperio Germánico. La excomunión puso en peligro la posición del rey y decidió hacer todo lo posible para levantarla.

El rey esperó durante tres días fuera de las puertas de Canossa, vestido con su hábito y ayunando, hasta que el Papa acordó abrir la puerta. Después de que el rey se arrodillara ante el Papa, la excomunión se anuló y el conflicto se había terminado ― al menos por el momento.

Esta semana, el rey Netanyahu fue a Canossa en los Estados Unidos para impedir que el papa Obama I le excomulgara.

Al contrario de lo que hizo el rey alemán, Bibi I no andaba descalzo por la nieve, no cambió su traje caro por un hábito de monje y no renunció a sus cenas suculentas.

Bibi I no se arrodilló ante el papa Obama: pensaba que la cosa podía salirle barata

Pero sí fue obligado a esperar varios días ante las puertas de la Casa Blanca antes de que el papa se dignara a recibirlo.

El rey alemán supo que tenía que pagar el precio completo por el perdón. Se arrodilló. El rey israelí pensaba que la cosa podía salirle barata. Como es su costumbre, probó con toda suerte de subterfugios. No se arrodilló: apenas se inclinó. El papa no estaba satisfecho.

Esta vez, el camino a Canossa no dio resultado. Al contrario, empeoró la situación. La espada letal de la excomunión americana sigue colgando sobre la cabeza de Netanyahu.

En Israel, a Benjamin Netanyahu se le considera el experto número uno en Estados Unidos. Le llevaron de niño a ese país, donde acudió al instituto y a la universidad, y habla un americano fluido, aunque algo superficial.

Pero esta vez se equivocó, y mucho.

El corazón de Netanyahu está con la derecha americana. Sus amigos más cercanos allí son neoconservadores, republicanos del ala derecha y predicadores evangelistas. Parece que ellos le habían asegurado que Obama perdería la gran batalla de la reforma sanitaria y pronto sería un ‘pato cojo’ hasta que, inevitablemente, perdiera las próximas elecciones presidenciales.

Era un juego, y Netanyahu perdió.

Netanyahu creyó que Obama fracasaría en su reforma sanitaria y sería un ‘pato cojo’

Al principio de la crisis sobre la construcción en Jerusalén Este, Netanyahu aún estaba seguro de sí mismo. La gente de Obama le hacía reproches, pero no con demasiada severidad. Parecía que el conflicto acabaría como todos los anteriores: Jerusalén ofrecería palabras bonitas y Washington pretendería que la saliva era lluvia.

Una persona menos arrogante se habría dicho: no precipitemos las cosas. Esperemos en casa hasta que se aclare quién gana la batalla de la atención sanitaria. Luego lo pensamos y tomamos una decisión.

Pero Netanyah sabía que podía contar con una bienvenida entusiasta en la conferencia delAIPAC, y el AIPAC, al fin y al cabo, gobierna Washington. Sin pensárselo mucho voló allí, dio su discurso y cosechó aplausos atronantes. Embriagado con el éxito esperaba el encuentro en la Casa Blanca, donde se suponía que Obama le abrazaría ante las cámaras.

Pero mientras tanto ocurrió algo completamente terrible: el Congreso adoptó la ley sanitaria. Obama alcanzó una victoria que se ha definido como “histórica”. Netanyahu no se enfrentó con un papa golpeado y sitiado sino con un Príncipe de la Iglesia en todo su esplendor.

Según un chiste israelí, la unidad de tiempo más breve es el momento entre que el semáforo se vuelve verde y el conductor detrás de ti se pone a pitar. Un amigo mío ya fallecido, el general Matti Peled, insistía en que había una unidad más breve: el tiempo que un oficial ascendido a un rango superior tarda en acostumbrarse a su nuevo poder. Pero parece que hay una unidad aun más breve.

George Mitchell, el mediador volante, le entregó a Netanyahu la invitación de Obama para la Casa Blanca. Las cámaras lo mostraron todo: con una sonrisa de oreja a oreja, Mitchell extendió su mano para el saludo, incluso levantó la otra mano para agarrar el brazo de Netanyahu. Y luego, en el instante en el que pensaba que las cámaras habían dejado de grabar, la sonrisa desapareció de su cara a una velocidad de rayo, como si una máscara hubiera caído, y apareció una expresión agria y furiosa.

Si Netanyahu hubiera percibido este momento, habría estado cauteloso a partir de ahí. Pero ser cauteloso no es una de sus cualidades más destacadas. Sin hacer ningún caso a Obama, contó a los miles de seguidores jubilosos del AIPAC que seguiría construyendo en Jerusalén Este, que no hay diferencia entre Jerusalén y Tel Aviv, y que todos los gobiernos israelíes anteriores habían construido allí.

El lema de los laboristas era construir en Jerusalén Este pero sin hacer ruido

Eso es bastante cierto. El colono más enérgico en Jerusalén Este era Teddy Kollek, el alcalde laborista de Jerusalén Oeste durante la época de la anexión. Pero Teddy era un genio. Consiguió engañar a todo el mundo, apareciendo como un luminoso activista de la paz, recogiendo todos los premios de la paz posibles (excepto el Nobel), y entre premio y premio establecía una inmensa área de asentamientos israelíes en todo Jerusalén Este. (Una vez hablé en Jerusalén con Lord Caradon, el padre de la Resolución 242 del Consejo de la Seguridad de Naciones Unidas, un estadista británico sobrio que era muy crítico con Israel. Tras nuestra conversación se citó con Teddy, que le dedicó el día completo y recorrió Jerusalén en su compañía. Al atardecer, el noble lord se había convertido en un devoto admirador de Teddy). El lema de Teddy era: ¡construye y no hables! ¡construye y no hagas ruido!

Pero Netanyahu no se puede quedar quieto. Se dice de los sabras, los israelíes nacidos en el país, que “acaban pronto” porque tienen que irse corriendo y contárselo a los muchachos. Netanyahu es un sabra.

Tal vez Obama habría estado dispuesto de aplicar a Jerusalén la norma que el Ejército estadounidense utiliza para los gays: No preguntes. No lo cuentes. Pero para Netanyahu, contarlo es la parte más importante del asunto, sobre todo porque los gobiernos anteriores efectivamente construyeron asentamientos en Jerusalén.

El otro argumento de Netanyahu es también interesante. Dice que hay un consenso sobre los nuevos barrios judíos en Jerusalén Este. El plan de paz de Bill Clinton preveía que “lo que es judío en Jerusalén será para Israel, lo que es árabe será para Palestina”. Dado que todo el mundo está de acuerdo en que los barrios judíos se unirán de todas formas a Israel, ¿por qué no construir ahora en ellos?

El método sionista: Lo mío es mío, ahora negociamos sobre cuál territorio es vuestro

Eso arroja luz sobre un método sionista de probada eficacia. Cuando se alcanza un consenso no oficial sobre la división de la tierra entre Israel y Palestina, el gobierno israelí dice: vale, ahora que tenemos una acuerdo sobre que parte recibiremos nosotros, hablemos del resto del territorio. Lo mío es mío, ahora negociaremos cuál es lo vuestro. Los barrios judíos que existen ya son nuestros. Allí podemos construir todo lo que queramos. Sólo queda decidir sobre los barrios árabes, donde también tenemos intención de construir.

En realidad habría que agradecérselo a Netanyahu. Durante décadas, todo el mundo distinguía entre los “asentamientos” en Cisjordania y Gaza y los “barrios judíos” en Jerusalén Este. Ahora, esta distinción se ha eradicado y todo el mundo habla de los asentamientos en Jerusalén Este.

Así que Netanyahu se fue a Canossa. Entró por la puerta de la Casa Blanca. Obama escuchó sus propuestas y le dijo que no bastaban. Netanyahu se juntó con sus consejeros en una habitación lateral del edificio y luego volvió donde Obama. De nuevo, éste le dijo que sus propuestas no bastaban. Así terminó: no hubo acuerdo, no hubo declaración conjunta, no hubo fotografías.

Eso ya es es una “crisis” cualquiera. Es algo realmente crucial: un cambio básico en la política de Estados Unidos. El buque americano en Oriente Próximo da un gran giro, y eso tarda mucho. Para los amantes de la paz ha habido muchas desilusiones en el camino. Pero ahora, por fin, sucede.

Esto ya no es una crisis cualquiera. Es un cambio básico en la político de EE UU

El presidente de Estados Unidos quiere poner fin al conflicto que amenaza los intereses vitales de EE UU. Quiere un acuerdo de paz. No al final de los tiempos, no en la próxima generación, sino ahora, en los próximos dos años.

El cambio se expresa en Jerusalén Este, porque no puede haber paz sin que Jerusalén Este se convierta en la capital de Palestina. La finalidad de las construcciones que Israel levanta allí es precisamente evitar eso. Por ello es la prueba del algodón.

Hasta ahora, Netanyahu ha jugado un juego doble. En un momento se inclina hacia Estados Unidos, en el próximo hacia los colonos. Aluf Ben, el redactor jefe de la sección política del diario Haaretz, le pidió esta semana que eligiera “entre Benny Begin y Uri Avnery” ―quiere decir, entre la Gran Israel y la solución de los dos estados.

Me siento halagado por la fórmula, pero la elección política es ahora entre Lieberman-Yishaiy Tzipi Livni.

Netanyahu no tiene posibilidad de escapar a la excomunión de Obama mientras siga siendo un rehén de la actual coalición en el gobierno. Se dice que una persona astuta es alguien que sabe cómo salir de una trampa en la que una persona sabia, para empezar, no habría caído. Si Netanyahu hubiera sido sabio, no habría puesto en pie esta coalición. Ahora veremos si es astuto.

Kadima está lejos de ser un partido de la paz. Su semblante es difuso. Durante todo el año en la oposición no ha demostrado lo que vale ni ha participado en ninguna lucha por principios. Pero el público lo considera un partido moderado, diferente de los aliados de Netanyahu, abiertamente extremistas. Según recientes sondeos, Kadima ha ampliado últimamente su ligera ventaja sobre el Likud.

Para iniciar negociaciones serias con los palestinos, tal y como exige Obama, Netanyahu tendrá que desmantelar la coalición existente e invitar a Livni que participe en el gobierno. Hasta que eso no suceda le dejarán esperar en las puertas de Canossa.

La lucha entre el rey y el papa no terminó con la escena humillante en Canossa. Siguió durante mucho tiempo. La batalla entre Netanyahu y Obama se decidirá mucho más rápidamente.