Opinión

Vuelven aquellos días…

Sanaa El Aji El Hanafi
Sanaa El Aji El Hanafi
· 5 minutos

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Nací a finales de los setenta y crecí en un barrio popular en el centro de Casablanca.

Durante los años ochenta, y hasta mediados de los noventa del siglo pasado, recuerdo que íbamos a la playa en traje de baño, sin que eso fuese jamás motivo de discusión o debate.

La única pregunta que nos hacíamos las chicas entre nosotras era: “¿Tú tienes un bikini de dos piezas o un bañador de una pieza?” No existía el burkini ni nadie iba a nadar con la ropa puesta en ninguna época de mi vida, salvo algunas mujeres muy mayores. Hasta nuestras madres, la mayoría tradicionales y sin estudios, utilizaban traje de baño de forma natural sin que nadie lo cuestionara ni le pareciera extraño.

Recuerdo que en la asignatura de educación física en el colegio, mis hermanas mayores, durante toda la fase de educación secundaria, hacían los ejercicios en pantalón corto, sin que eso suscitara ningún tipo de sorpresa.

En mi trayectoria en colegios públicos de barrios populares, no recuerdo ninguna profesora con hiyab

El hiyab era algo extremamente raro en Marruecos. A las pocas chicas que lo llevaban, los marroquíes las llamaban “ijuanía”, cofradía, sin ser directamente conscientes del vínculo que traza esta palabra entre el velo y la organización de los Hermanos Musulmanes.

En toda mi trayectoria escolar en colegios públicos en medio de barrios populares, hasta llegar a hacer el bachillerato en 1996, no recuerdo haber tenido nunca una profesora que llevara hiyab.

También recuerdo que durante mi educación primaria y secundaria, y hasta la universitaria, era algo natural que las chicas comiéramos en ramadán en el aula o en en patio del colegio. Y lo mismo se hacía en muchas familias. Hoy día, la mayoría de las mujeres se abstienen de comer en ramadán, incluso cuando por norma religiosa podrían hacerlo.

Luego… no sabemos qué pasó para que el hiyab invadiera nuestras calles, nuestras universidades y nuestros colegios. Y para que apareciera el tema del velo y el bikini bajo guisa de “un debate social”. Para que descubriéramos un día a chicas jóvenes y mujeres en la flor de la vida nadando en el mar en pijama.

Deben elegir entre renunciar a la playa o nadar vestidas, si quieren evitar el acoso verbal

Las chicas que crecen en determinados niveles sociales se ven ahora obligadas a pagar importantes sumas de dinero en las llamadas playas privadas para que puedan tomar un rato el sol sin que nadie las moleste. Las chicas de las clases populares, en cambio, deben elegir entre renunciar directamente a la playa o ir a nadar vestidas, si quieren evitar el acoso verbal y a veces el físico.

Nos asomamos de repente a un Marruecos distinto del de nuestra infancia, nuestra adolescencia, nuestra juventud. Participamos en debates que nunca antes se habían dado, no porque surgieran debido a un avance científico, tecnológico o de valores sorprendente sino todo lo contrario: porque son resultado de un retroceso terrorífico.

¿Será que nuestros padres y madres vivieron en un tiempo o un territorio que desconocía el islam, y este es una religión nueva que acabamos de descubrir hace veinte años? ¿Será que nuestras madres, que se sentaban con toda naturalidad a comer en ramadán mientras les durase la regla, eran unas paganas o quizás unas feroces defensoras de las libertades individuales? ¿No actuaban simplemente conforme a las reglas que les otorgaban permiso para comer, un permiso que marido e hijos tenían perfectamente asumido? Nuestros padres, nuestras madres que nos acompañaban a la playa ¿eran gente sin moral?

Quizás nuestras hijas lleven un día una ropa similar a la que usaban sus abuelas

Este retroceso de valores sociales no debe ocultarnos un nuevo cambio que se está produciendo en la sociedad. Un observador objetivo podrá notar que el cambio ha vuelto a hacerse visible en los últimos dos años, pero en la dirección inversa. En la calle de las grandes ciudades se ve de nuevo una cierta libertad de vestir y los bañadores están volviendo poco a poco a nuestras playas.

Este verano en concreto, en casi todas las playas, la mayoría de las mujeres usaban bañador de forma natural y sin problemas. En el espacio público, pese a que seguía habiendo acoso y violencia, un observador objetivo podía percatarse de un cambio evidente. Y quizás sea eso lo que haya motivado algunas salidas de tono histéricas de los conservadores, como los carteles de Tánger de los que hablamos el otro día en este espacio.

Los salafistas, los conservadores y el beaterío observan el cambio que está teniendo lugar y la vuelta gradual a una especie de libertad de vestir. Así que se lanzan a recuperar al menos parte de la tutela que tuvieron sobre la sociedad, y lo hacen con un estilo agresivo. Y esta violencia al fin y al cabo no es más que la expresión de su miedo a que “las cosas se liberen de las riendas de control”. Pero si su estilo de vida fuera el dominante en la sociedad ¡no haría falta prédica ni misión!

Así las cosas, se proyecta la esperanza. Quién sabe… Quizás nuestras hijas lleven un día una ropa similar a la que usaban sus abuelas… Ropas que no yugulen su libertad.

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© Sanaa El Aji | Primero publicado en Al Hurra · 23 Sep 2021 | Traducción del árabe: Ilya U. Topper

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