Carta a Lydia
Wael Eskandar
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Vivimos unos de los peores momento de la historia de Egipto. La próxima generación nos preguntará por qué permitimos que sucediera todo esto. Esta carta es para Lydia, la hija de uno de mis antiguos amigos fascistas. Es mi respuesta a la pregunta de su generación: hicimos lo que pudimos.
Querida Lydia:
Te escribo con gran tristeza y plena conciencia de que quizá no confíes en mis palabras ni las comprendas y acaso ni siquiera me creas. Quizá hayas crecido creyendo un relato de los hechos contrario a la verdad. En ese caso, esta carta no te servirá de nada y sentirás ira y rencor hacia ella y hacia mí por enviártela. Sin embargo, es muy posible que, a diferencia de tus padres, hayas comprendido lo que sucedió en mi época, esa época turbulenta que tus padres y yo vivimos juntos y en la que tomamos caminos diferentes.
Esta carta solo tendrá sentido si alguna vez te topas con la verdad de una historia que comenzó en 2011 y en 2013 se convirtió en opresión, en la que prevaleció la injusticia, en la que se cometieron masacres. Solo tendrá un valor si tomas conciencia de lo espantosa que fue esa historia e intentas conciliar esto con lo que hicieron las personas que participaron en ella.
Acusó de traidores a quienes se oponían a la tiranía y apoyó a los verdaderos traidores
Tu madre fue una acérrima defensora del régimen de Sisi. Dado que tu tío era policía, ella se oponía vehementemente a cualquiera que señalara la corrupción en el seno de las fuerzas del orden. Apoyó a esa policía que asesinó a miles de personas y simplemente se encogía de hombros cuando alguien le ponía delante las pruebas que demostraban lo injustificada que era esa violencia. Siguió estando a favor de la brutalidad policial contra toda lógica, contra cualquier prueba de la decadencia de la justicia y de la economía nacional. Acusó abiertamente de traidores a quienes se oponían a la tiranía y apoyó a los verdaderos traidores.
Tu padre y yo éramos más cercanos. También era más moderado que tu madre. Sin embargo mostraba una gran debilidad y nunca fue capaz de denunciar los crímenes cometidos delante de sus ojos. Como a cualquier padre, le preocupaba tu futuro. Sin embargo, el precio de su preocupación era el futuro de muchas otras generaciones y la historia que es ahora tu herencia. Muchos murieron bajo el aplauso de quienes justificaban la violencia , y tus padres formaban parte de quienes la justificaban.
Te preguntarás si mi generación fue consciente de las atrocidades de las que te han hablado en la escuela y la respuesta es que sí. Estábamos al tanto de todo. Simplemente, muchos no quisieron creerlo o se negaron a enfrentarse a la amarga realidad de un país dirigido por criminales. Prefirieron creer que los que intentaban enmendar la situación eran espías en lugar de personas que se enfrentaban a los opresores por amor a su país y compromiso con su futuro.
Tus padres se obstinaban en culpar a las víctimas, no a los criminales
Aunque la tortura se convirtió en algo habitual, la reacción de la gente era mirar hacia otro lado siempre y cuando no le tocara a alguien conocido. Sin embargo, era cuestión de tiempo: antes o después alguien cercano salió perjudicado de una forma u otra. Mientras la brutalidad policial arrastraba al país a la anarquía, gente como tus padres se obstinaban en culpar a las víctimas, no a los criminales.
El relato oficial era que el país estaba combatiendo el terrorismo. Sin embargo, hoy sabemos que las políticas del régimen solo sirvieron para que aumentara el número de extremistas que luchaban en nombre de un fanatismo creciente o para vengarse de un régimen incapaz de ofrecer maneras civilizadas de conseguir justicia.
Créeme si te digo que hice lo posible por convencer a tus padres de que adoptaran una postura moral diferente, pero se negaron en redondo y persistieron en sus ideas. Les pedí que fueran íntegros por ti para que nunca pensaras que habían sido débiles o cómplices de semejantes atrocidades. No sirvió de nada. Ya habían tomado partido.
No sé si podría haber hecho más. Créeme, lo intenté todo para que tú y muchos otros como tú no recibierais en herencia el país y la historia que os ha tocado. Se nos concedieron muchas ocasiones pero la gente no aprendió a ver más allá de sus propias necesidades.
Ya es tarde para cambiar la historia. Ya sabes lo que sucedió. Querida Lydia, te ruego que no sigas el camino de tus padres, el camino de la indiferencia y la justificación de la tiranía. Nunca olvides que todo pasa y que lo único que permanece es lo que hayas sabido conservar de tu propia integridad.
Con cariño,
W.
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