Opinión

Un mundo feliz

Wael Eskandar
Wael Eskandar
· 9 minutos

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Son las tantas de la noche y de todos los lugares del mundo llegan noticias del coronavirus. Son solo los primeros segundos de la secuencia inicial de una película de ciencia ficción. La cosa se va a poner fea, porque los que dictan dónde va el mundo son feos. No habrá lección de humildad para nadie excepto para los humildes.

Para esto nos hemos pasado la vida trabajando. Para que cuando llegaran las vacas flacas, los ricos y poderosos estuvieran protegidos y pudieran acaparar aún más riqueza y poder. Ellos son los que controlan esos pequeños diezmos que todos depositamos en sus intereses particulares. Y ahora que llega el momento de recoger lo que nos merecemos nos van a dejar tirados. Los diezmos eran para sus vacas flacas, no para las nuestras. El dinero y los recursos seguirán en manos de los que ya tienen dinero y recursos y nosotros seguiremos pagando su bienestar con nuestro sudor y nuestra sangre.

En una época en que el mundo necesita líderes de verdad, nuestros grandes timoneles son en su mayoría fanáticos anticiencia que trabajan para las grandes corporaciones o antiguallas cuya única esperanza es devolvernos a donde estábamos hace diez años, cuando las cosas iban mal pero no fatal. La esperanza colectiva de salir de esta fortalecidos como sociedad no existe. Quizá solo sea posible la salvación individual. Ahora caemos en la cuenta de lo frágil que es el mundo, del poco sentido que tienen los negocios cuando no hay vida ni salud. Ahora caemos en la cuenta de que la raza es un constructo que la enfermedad no respeta. Ahora caemos en la cuenta de que vivimos en la enfermedad no biológica del racismo y la xenofobia.

Nuestro descuido puede costar vidas. No va a ser fácil ser al mismo tiempo víctimas y perpetradores

Quizá todo esto sea posible, pero yo, por mi parte, he perdido la fe en la capacidad del ser humano de aprender de lo que ve. La realidad es que las emocionas son más fuertes que la razón y que, por triste que resulte reconocerlo, un mensaje repetido durante décadas acaba convirtiéndose en la verdad incluso si la lógica más simple lo refuta. La mayor parte de lo que sabemos proviene de “fuentes fiables”, y aun así me sigue sorprendiendo la cantidad de gente que discute por cosas que no le pertenecen, por opiniones que le han hecho tragar a cucharadas.

Qué va a pasar ahora en nuestro mundo. Buena pregunta. Nos hemos dado cuenta de que no necesitamos viajar tanto ni reunirnos tan a menudo, aunque sea divertido. Nos hemos dado cuenta de que no necesitamos salir todos los días, aunque sea divertido. Hemos admitido que compartimos mucho más de lo que creíamos. Compartimos los medios de transporte, compartimos las carreteras y compartimos los supermercados. Sí, ese lugar en el que no hay escapatoria de la enfermedad. La persona encargada de la caja registradora toca los artículos que vamos a comprar uno por uno y después toca nuestro dinero. Podría contagiarnos cualquier cosa.

He ingeniado una forma de sobrevivir a esta época, pero necesito unos cuantos datos científicos para elaborar un plan. Si el coronavirus no mutara o solo lo padeciéramos una vez, mi plan sería perfecto. Por ahora no queda otra que esperar y no perder la fe. En este momento todo es un juego de azar. La vida es un juego de azar. Más para los viejos que para los jóvenes.

Me he dado cuenta de que todos somos asesinos en potencia. Si contagiamos a una persona vulnerable podemos matarla. Creo que esto es así en muchos ámbitos. Nuestro voto, nuestras decisiones… Hasta ahora todo era muy lejano, pero cada vez está más cerca. Nuestro descuido puede costar vidas. No va a ser fácil vivir siendo al mismo tiempo víctimas y perpetradores.

¿Acaso no hemos sido siempre así? Somos gentrificadores, somos privilegiados. Hasta los privilegiados acaban siendo víctima de sus propios privilegios y de su congénita ceguera. No es culpa suya. Nacer con privilegios implica nacer ciego a injusticias que no deberían suceder. El privilegio es un estado normal excepcional. Lo normal debería ser no sufrir discriminación a causa del color de la piel, lo normal debería ser no sufrir discriminación a causa del sexo. Sin embargo, eso es así tan solo para los privilegiados.

Los poderosos no necesitan seguidores, solo necesitan a moderados e incompetencia

Los privilegiados son ciegos de nacimiento con obligación de ver. Algunos no cumplen con dicha obligación y acaban siendo moderados en un mundo de extremos, culpables de perpetrar el status quo. Otros, aún peor, tratan de atrincherarse tras sus privilegios y de alterar el status quo hundiéndonos más aún en el abismo de la injusticia.

Llegados a ese punto, compensar las desigualdades se vuelve imposible. Los poderosos no necesitan normalizar el hecho de mentir a todo el mundo. A estas alturas solo necesitan engañar a una minoría lo suficientemente amplia como para suprimir a la mayoría. Necesitan a los ciegos, necesitan a los privilegiados, necesitan a quienes son incapaces de ver que vivimos atrincherados tras un status quo extremo. No les hacen falta seguidores, solo necesitan a moderados, solo necesitan incompetencia y obsesión por la ley y el orden a expensas de la justica.

Los segundos iniciales de la película son apocalípticos. Según algunos, la tasa de mortalidad de la enfermedad es solo del 2%. Es completamente cierto. Sin embargo, hay en la naturaleza de la Covid-19 una ventaja que es necesario apreciar y que al mismo tiempo entraña una advertencia: ataca sobre todo a los vulnerables. En cierto modo nos está diciendo que protejamos a los vulnerables. Desgraciadamente, fracasaremos incluso en algo tan sencillo. Carecemos de la formación adecuada en la protección de los vulnerables. Vivimos en un orden mundial neoconservador que los explota.

¿Es razonable pensar que va a surgir de pronto una recién descubierta preocupación por los vulnerables? Eso no va a pasar. Los vulnerables son prescindibles. Esto se llama capitalismo del desastre y se lleva décadas prescindiendo de ellos, con menos alharacas que el virus, eso sí, porque los asesinos tenían que salir en las noticias. Condenamos la codicia pero no al codicioso, condenamos al sistema pero no a los responsables del sistema. Así funciona el mundo.

Hay una pequeña diferencia: los capitalistas no pueden elegir a quien matar. El virus, en cambio, sí puede, y por eso deben protegerse, incluso si para ello hay que proteger al necesitado. Que nadie se llame a engaño, la protección del necesitado les sale carísimo a los ricos y poderosos. En circunstancias normales no pagarían el precio. Pero quizá lo hagan si con ello se protegen a sí mismos. ¿Por qué no hacerlo aparentando de paso un poco de compasión? De todas formas, siempre habrá maneras de sacar beneficio de la enfermedad y de los recortes cuyas consecuencias sufrirán las masas que trabajan para ellos.

Esta deuda futura la pagaremos con trabajo. ¿Cómo nos atrevemos a recibir ayuda de los poderosos? No importa, de todos modos serán ellos quienes se queden con la mayor parte de nuestros impuestos. Cuando no consigan robarnos adecuadamente, los rescataremos. Cuando declaren una guerra “por error”, les pagaremos la fianza, porque son capaces de “aprender” y “crecer” y eso a sus seguidores les parece encomiable.

No importa si estamos en 1984 o en un mundo feliz: constatamos que es lo mismo

Esta crisis nos brinda la oportunidad de crecer y ver el mundo tal cual es. Es lo que me sucedió cuando comprendí la naturaleza del poder el día que vi las calles de Egipto llenas de hombres que recurrían a las armas para imponer su dominio y se infiltraban en los medios de comunicación para seguir repitiendo las mentiras de siempre. Hoy en día veo a los medios repetir esas mismas mentiras, de forma más astuta, aunque aún ilógica, pero qué más da. Lo importante es que a la gente le da igual la lógica y la razón. Los “expertos” oficiales están ahí para alimentarles el ego y atiborrarles el cerebro con las excusas del status quo.

No importa si estamos en 1984 o en un mundo feliz. Tras un poco de observación, constatamos que es lo mismo. El mundo feliz es mejor, por supuesto. Es más gratificante, genera ilusión de libertad. Sin embargo, un moderado en 1984 y un moderado en un mundo feliz son la misma cosa: combustible para la maquinaria del control.

No sé qué sucederá tras los primeros segundos de esta película. Quizá los buenos y los malos sean los encargados de construir el mundo, aunque eso importa poco en este tipo de películas. Lo que importa son los individuos que sobreviven a la catástrofe. Lo que se lleven consigo del antiguo mundo al nuevo depende de ellos.

Sinceramente, poco hay que salvar del viejo mundo excepto la resistencia. Quizá aún podamos resistir a la falta de humanidad y a la injusticia a medida que avanzamos. quizá aún podamos luchar contra las estructuras del control y la opresión. La resistencia conservará su valor según pasamos de un mundo al otro. Desde luego, eso es lo que yo voy a tratar de llevarme conmigo.

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