Egipto vuelve a 1977
Wael Eskandar
A Ahmed Kamal, estudiante de medicina, lo detuvo la policía y al día siguiente se lo entregó a su familia, a través del depósito de cadáveres. A Ahmed le habían condenado a dos años en ausencia y hace muy poco, la policía egipcia lo arrestó y lo mató, posiblemente torturándolo hasta la muerte. En algún momento del pasado, esto habría sido un gran titular que causara un escándalo en la sociedad egipcia y quizás incluso en el resto del mundo. Pero en el Egipto de hoy día es una historia que se repite y que es predecible en todos sus aspectos.
El Estado ocultará el asunto para proteger su aparato de seguridad y cuando se desmonte el público la versión oficial ridícula, los detalles pueden cambiar un poco, hasta que se olvide todo el asunto. Si el asesinato de Giulio Regeni no forzó al régimen egipcio ni a sus cuerpos de seguridad a asumir responsabilidades, es muy improbable que el asesinato de Ahmed Kamal tenga un resultado más positivo.
El régimen ha demostrado una y otra vez que la injustica sistemática es su modus operandi
Los cuerpos de seguridad negarán haber hecho nada malo. Los forenses puede que acaben fabricando un informe falso, como hicieron en el caso de Khaled Said. Los partidarios del régimen pedirán a la gente, como mucho, que esperen hasta que el Estado lleve a cabo una investigación sin sentido alguno. Si los informes forenses no tranquilizan las instituciónes estatales y las pruebas se consideran aplastantes, se detendrá a algunas personas, pero sólo para silenciar la presión pública. Estas detenciones no desembocarán en una condena judicial, y si lo hacen, se recurrirán y anularán con rapidez.
El asesinato de Ahmed Kamal y la historia que le sigue no es un incidente aislado. Refleja los métodos de un régimen brutal cuyas instituciones son cómplices en los crímenes contra los egipcios y trabajan en perfecta armonía para garantizar impunidad a sus miembros. Esta situación de criminalidad y complicidad es difícil de digerir, incluso cuando uno es testigo de ella. Sin embargo, el régimen ha demostrado, una y otra vez, con insistencia, que esta injustica sistemática es su modus operandi.
La brutalidad policial es el método elegido por el Gobierno para cuidar de sus intereses e imponer sus políticas. Si bien las protestas políticas recibieron la mayor parte del impacto que significaba restablecer esos métidos, éstos también se aplicarán para imponer las duras políticas económicas por las que abogan los ‘aliados’ de Egipto.
Durante los últimos seis años, después de la muerte de Khaled Said, se negoció un acuerdo implícito entre el Gobierno egipcio y el pueblo por el que se aceptaba más o menos la brutalidad policial y la impunidad de las autoridades. Sin embargo, incluso con la carta blanca que los simpatizantes del régimen ofrecen al uso de la violencia excesiva, las difíciles condiciones económicas pueden hacer que ese acuerdo se rompa.
Pese a su rabia, el pueblo carece del poder de cambiar el régimen o quizás carezca de voluntad
Pese a su rabia, el pueblo carece del poder de intentar cambiar el régimen o de destituir al presidente Abdelfatah Sisi, o quizás carezca de la voluntad de hacerlo. Cualquier intento en este sentido podría dar inicio a una nueva oleada de condiciones económicas aún más duras que el pueblo no está dispuesto a afrontar.
El pueblo ha abandonado voluntariamente su derecho de protestar contra este régimen. Muchos se sienten obligados a vivir con las consecuencias después de renunciar a la influencia. Pero podemos llamar “estabilidad” la incapacidad de destituir a Sisi o de influir en las políticas de su régimen?
Egipto necesita reformas para mejorar su maltrecha economía, pero estas reformas deben ser políticas más que puramente de cifras. Es muy ingenuo y muy alejado de la realidad afirmar que un préstamo del Fondo Monetario Internacional (FMI) es la respuesta a la frágil economía egipcia. La insistencia continua de imponer las condiciones del FMI, como el impuesto sobre el valor añadido o la anulación de los subsidios recuerda enormemente a las revueltas del pan de 1977.
También entonces, se cancelaron los subsidios, lo que causó una gran oleada de protestas que dejó a 79 muertos y 566 heridos. Estas medidas de austeridad se tomaron sin tener en cuenta las consecuencias políticas ni el contexto que convirtió estos pasos en un calvario para los egipcios de a pie.
Además, el Gobierno no llega a cumplir sus objetivos en la mayoría de los sectores y exhibe una incompetencia aún mayor que la que se vivía bajo Hosni Mubarak. No importa cuál es el plan: es inverosímil que se pueda ejecutar de forma eficiente, bajo la suposición traída por los pelos de que estas son las reformas que necesita Egipto.
¿Cómo impedir a los militares que manipulen el mercado y expulsen a la competencia civil?
¿Qué esperanza hay para un país cuya economía empeora de forma sistemática mediante la canalización del dinero público hacia una economía militar que ni paga impuestos ni aporta nada al presupuesto nacional? ¿Cómo puede tener éxito ninguna reforma de los impuestos si los militares siguen sacando dinero del ciclo económico? ¿Qué mecanismos o instrumentos de control puede haber para un régimen que hace caso omiso tanto de sus propias leyes como de los tratados internacional para hacer avanzar sus propios intereses políticos y económicos?
¿Qué préstamo o condición puede impedir a los militares que manipulen el mercado y expulsen a la competencia para expandir sus propios productos y servicios? ¿De qué manera se pueden afrontar las políticas que favorecen los aparatos de aire acondicionado militares, su agua embotellada y sus productos de comida que destruyen la competencia civil? ¿Se puede imponer alguna condición para cambiar los contratos que se entregan directamente al Ejército y cuyos beneficios no se canalizan de vuelta a la economía mediante impuestos y control parlamentario?
Para muchos en el Gobierno egipcio, la corrupción es una forma de vida a la que no están dispuestos a renunciar. Los economías que defienden condiciones de préstamos no explican cómo afrontar estos asuntos urgentes que son clave para los problemas económicas estructurales de Egipto. El debate en marcha deja de lado algunos de los factores más importantes que influyen en la economía de forma negativa. Entre estos factores se cuentan la represión política, la falta de reformas judiciales, el estado policial y los intereses económicos militares que dirigen la política.
Las reformas cosméticas sólo arrastrarán a Egipto cuesta abajo por el abismo
Ahmed Kamal es una historia recurrente, síntoma de un Estado de la seguridad que se ha convertido en uno criminal, motivado por los intereses económicos miopes que favorecen una elite económica frente a la masa del pueblo egipcio. Ahmed no aparecerá en las cifras infladas por los expertos, ni se cuestionará la versión oficial absurda ofrecida por el Gobierno.
El régimen actual ha enajenado a muchas facciones de la sociedad: médicos, abogados, periodistas, estudiantes, jóvenes, empresarios e incluso a algunos funcionarios. Mientras tanto, Egipto ha tomado a su propio futuro como rehén. A la juventud se le amenaza de forma constante y se le veta el acceso a los círculos que toman las decisiones. Muchas están en la cárcel, torturados o en detención solitaria sin un proceso judicial justo. Y a algunos, como a Ahmed, se les mata en comisaría.
Los problemas de Egipto no se resolverán aplicando reformas cosméticas. Éstas sólo arrastrarán a Egipto cuesta abajo por el abismo, como un coche atrapado en la arena que se hunde más y más cuando se le da demasiado fuerte al acelerador. Las nuevas medidas de austeridad, que se combinan siempre con violencia estatal y represión, pueden causar la erupción de una calle que ya está a punto de hervir.
Es más, incluso si esto no se destaca, Egipto no puede avanzar mientras siga habiendo historias como la Giulio Regeni y Ahmed Kamal e innúmeras otras. Hace falta un cambio verdadero y hace falta quitarles las cadenas a la juventud egipcia – su futuro – para sacar el país del hoyo que se hace más profundo a cada instante.
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