Opinión

La Junta Militar y la incitación sectaria

Mansoura Ezeldin
Mansoura Ezeldin
· 12 minutos

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(Al mártir Daniel Mina y sus compañeros)

Incendios aquí y allá, en la ribera del Nilo, junto a Maspero. Vehículos blindados, que atropellan a civiles desarmados y pasan sobre ellos. Una masa de conciudadanos que evitan, gritando de terror, los vehículos de la muerte. Disparos en medio de cánticos y lamentos. Una densa niebla que te impide ver con claridad, sin saber si es producto del humo o de las lágrimas que cubren tu rostro, que están a punto de ahogarte, o si es solo que te domina una nube temporal a la que acompaña el agudizamiento de tus demás sentidos.

Disparos entre cánticos y lamentos; una densa niebla te impide ver sin saber si es por el humo o las lágrimas…

Todo esto te hizo volver al Viernes de la Ira, al olor a humo y granadas de gas, a la brutal violencia de los dispositivos policiales que supuestamente deben proteger a la gente y no acabar con sus vidas. Responsables dispuestos a arriesgar el futuro del país, de su seguridad y pisotear a los seres humanos y sus derechos con el fin de mantenerse en el poder.

A pesar de todas las escenas de violencia sangrienta almacenadas en tu memoria sobre el viernes de la ira, la visión de los tanques del ejército por las calles de tu ciudad fue el momento más difícil, que hirió tu corazón profundamente. Tuviste una repentina sensación de dolor que te hizo evocar una vieja frase que has leído, y cuya fuente no recuerdas. Su moraleja es que cada soldado es un asesino en potencia.

Te sorprendió la alegría de tus compañeros con los vehículos blindados de los militares y su confianza en el ejército. Deseaste estar equivocado, y consideraste este paso como una clara declaración de la pérdida de legitimidad del régimen de Mubarak. Ahora, mientras que los participantes en una manifestación de coptos frente a Maspero son atropellados, sientes que este abominable crimen es un anuncio de la pérdida de «legitimidad» de la Junta Suprema de las Fuerzas Armadas, ya sospechosa desde el principio.

Esta Junta justifica su «legitimidad» haciendo hincapié reiteradamente en que las fuerzas armadas nunca han disparado una sola bala hacia un egipcio y nunca lo harán. Pero como han derramado sangre en las calles, han matado a propósito, y han contribuido – a través de los medios de comunicación oficiales – a incitar al sectarismo, no hay lugar para continuar alardeando de esa legitimidad. La única respuesta aceptable es la investigación inmediata de este crimen y un enjuiciamiento de los responsables sin demora.

Evocas una vieja frase que has leído y cuya moraleja es que cada soldado es un asesino en potencia

Mientras contemplas llorando las imágenes de los mártires bañados en sangre en el hospital copto, te das cuenta de que tu intuición te hace prever las calamidades antes de que ocurran. No es que tengas supuestas capacidades proféticas, sino sólo una mala fe fortuita que te obliga a analizar todo lo que sucede de un modo pesimista. Por lo tanto, ya no ves en las ensordecedoras exhibiciones aéreas la celebración del aniversario de la guerra de octubre, sino una introducción a los funestos acontecimientos.

Los aviones militares ocupan los cielos de El Cairo con alarmantes desfiles aéreos. No intentaste cuantificar los altos costes financieros de estos carnavales, caracterizados por su fuerza en un país cuyos responsables y medios de comunicación gritan en tu cara día y noche diciendo que están al borde de la quiebra por tu culpa.

No miraste hacia el cielo cada vez que las formaciones sobrevolaban tu cabeza, ni siquiera por curiosidad, que es uno de tus rasgos distintivos. Te acordaste de que aviones F-16 con su espantoso ruido, peinaban el cielo sobre la plaza de Tahrir y la ciudad entera el día 30 de enero. En aquel momento aparecieron unos aviones hostiles, dando la impresión de que en breve te destruirían.

La televisión pedía a los «ciudadanos» (es decir, los musulmanes) colaborar para proteger al ejército

Te sobrevino el sentimiento vago —intentas con esfuerzo fingir que ignoras las mareantes exhibiciones aéreas— de que los generales de la Junta Militar, después de haber fracasado en la gestión de la «tierra», huyen ahora a pasar revista a su fuerza en el corazón del cielo. Te sacan la lengua para irritarte y juegan con tus nervios quemados. Pasan revista a una fuerza exagerada que tal vez muy poco después tenga intención de expresarse de forma clara y violenta. Esto precisamente es lo que sucedió después de unos días.

Desde el comienzo de la manifestación se mostró claramente la insistencia en describirla como un acto de sectarismo e intolerancia, y presentar el asunto como un ataque de los coptos contra el ejército. La principal preocupación de la televisión egipcia que cubría los acontecimientos, era incitar al público contra los manifestantes, e incluso pedía a los «ciudadanos» (es decir, los musulmanes, por supuesto) colaborar para proteger al ejército. ¡Las noticias te informan de que civiles de Bulaq defienden al ejército y se enfrentan a los coptos obligándoles a retirarse! Uno de los soldados grita delante de ti en la pantalla: «Los cristianos nos han traicionado.»

La televisión, protagonista de la hipocresía de todo poder, no mencionó la caída de civiles inocentes bajo los malévolos blindados, y anunció que había muertos entre las tropas, antes de tener que negarlo al día siguiente, y justificar sus mentiras a través del nerviosismo del presentador.

Era como si estuvieran provocando abiertamente la violencia civil y los mortales enfrentamientos sectarios, porque creen que es el único escenario que puede salvar a la Junta Militar del estrepitoso fracaso en la gestión de la transición. Y continúan insistiendo al mundo sobre la cuestión de que se trata solo de enfrentamientos sectarios entre musulmanes y coptos, ya que esto encubre los nuevos episodios de opresión del poder sobre los manifestantes, ocultando las demandas de sus legítimos derechos.

Era como si estuvieran provocando abiertamente la violencia civil

Tienes fe en aquellos que salieron para manifestarse delante del edificio de la televisión egipcia, en Maspero, egipcios como tú reclamando sus derechos, que en esencia son parte del lema de la revolución: “Pan, libertad y justicia social”. No te extrañas de que tal vez algunos de ellos hayan gritado consignas sectarias o hayan intentado defenderse después de haber comenzado el ataque, pues esas cosas pasan, sobre todo con la sensación de opresión e injusticia. Sin embargo, la mayoría de ellos pedía la caída del régimen militar y cantaban: “Musulmán, cristiano / una sola mano”.

A pesar de eso la televisión egipcia únicamente resaltó todo aquello que los hacía aparecer como agitadores sectarios que atacaban a las fuerzas militares o agredían propiedades públicas y privadas, algo que se ha convertido en habitual a la hora de informar sobre las diferentes manifestaciones que anhelan la continuación de la revolución. Pero la irresponsabilidad esta vez ha sido el colmo porque la partida en la que se muestran las cartas del sectarismo es ya un órdago loco, sobre todo en este ambiente cargado.

El racismo está extendido; la solución un Estado de derecho que garantice la igualdad de los ciudadanos

Tú no eres de aquellos que niegan la existencia de fricciones entre las confesiones de tu país. Muy al contrario, sabes que es una enfermedad extendida que ha sido alimentada desde hace tiempo, y que necesita una cura radical. Para curar la enfermedad, primero hay que reconocer que existe, en lugar de continuar negándola o repitiendo los clichés de la conspiración, la minoría marginada y las manos extranjeras.

“No somos ángeles. El racismo en todos su grados está extendido en nuestra sociedad igual que en muchas sociedades”. Esto es lo que te dices a ti mismo en cada crisis. La solución, en tu opinión, estriba en asentar un estado de derecho que garantice la igualdad de los ciudadanos. Ahora es el momento adecuado para promulgar inmediatamente la ley de tratamiento único de los lugares de culto, de lucha contra la discriminación religiosa y la incitación sectaria, del reconocimiento oficial de conversión de una religión a otra ante la justicia.

De otro modo, cualquier calmante del tipo reunión de reconciliación que acaba con abrazos y besos sin intentar seriamente luchar contra la enfermedad, no hará más que empeorar las cosas. En ese caso prevalecería la imagen prototípica del salafista extremista, cuyas cuyas opiniones aparecían en el vídeo ampliamente difundido en internet durante la crisis de la iglesia de Mar Mina en Imbaba. Estaba furioso y amenazaba con incendiar las iglesias asegurando con una “inocencia” envidiable, que tanto él como la multitud que le acompañaba delante de la iglesia, no llevaban más que ladrillos mientras que los de la iglesia llevaban armas de fuego.

 No hablaba como un individuo independiente, sino como un elemento pequeño de una máquina más grande.

Este individuo, cuyas palabras estaban cargadas de racismo y odio, no se dio cuenta de que el hecho de ir a la iglesia y rodearla con sus compañeros, para liberar a su “hermana” Abir, violando las leyes del estado, no hace más que autoinculparle antes que inculpar a otra parte.

Te ha inquietado que, a pesar de toda su violencia, se concebía como víctima. Has encontrado con facilidad en sus palabras, su visión de sí mismo y de sus compañeros como víctimas «pacíficas», que se sorprendieron cuando les atacaron con armas de fuego desde la iglesia. Pensaste que es imposible convencerle, debido a la lógica de ello, que rodear y atacar una casa de culto es un crimen que merece un castigo disuasivo e inmediato.

El hombre miraba como si estuviera en la guerra «santa». No hablaba como un individuo independiente, sino como un elemento pequeño de una máquina más grande. Un ejército que se enfrenta a otro ejército enemigo. Sus palabras te han puesto ante la terrible polarización: “El defensor del estado islámico —soñado por los salafistas— en su lucha contra los cristianos”.

Ahora descubres que él y sus secuaces son la cara opuesta al mártir Daniel Mina y sus semejantes. Daniel Mina no fue sectario, como los medios de comunicación hipócritas trataron de presentar a todos los participantes en la manifestación. Es uno de los soldados anónimos y héroes de la revolución de enero. Recibió dos disparos los primeros días de la revolución, persiguió a los francotiradores de la policía, peleó valientemente en la batalla de “al-Jamal” a pesar de su lesión, protegió con su cuerpo a sus compañeros musulmanes durante sus oraciones en la plaza de Tahrir.

Daniel Mina fue asesinado porque se atrevió a soñar e intentó lograr su sueño a través de la revolución

Es, al igual que muchos, uno de los que rechazaron las estrechas afiliaciones, porque poseían el coraje y la imaginación para soñar con un nuevo Egipto. Mina tenía fe en la posibilidad de construir un país democrático cuyas bases sean los valores de la ciudadanía y los derechos humanos, donde sus miembros acepten la idea de su diversidad y las diferencias entre sí, como un valor añadido que refleja riqueza y vitalidad y que no conduzcan necesariamente a las disputas y el odio.

Mina fue asesinado brutalmente porque se atrevió a soñar, y tenía una imaginación que le empujó a lograr su sueño a través de la revolución; en cambio nadie ha castigado al exaltado que inspiró la quema de iglesias, ni a los que atacaron las iglesias en todo Egipto en los últimos meses, ni los símbolos del régimen de Mubarak que planeaban dinamitar la Iglesia de los Santos.

Como consecuencia lógica de esta negligencia, puedes ver que la provocación se ha trasladado a la televisión oficial en un peligroso precedente que podría dar a los extremistas de ambos lados la oportunidad para encender tu país, y arrastrarlo a una guerra civil que a tu juicio siempre ha sido considerado el escenario más lejano.

Puedes ver que todo lo que está sucediendo a tu alrededor, desde la caída de Mubarak hasta ahora, no tiene nada que ver con la política, sin embargo, se puede considerar una declaración, largamente atrasada de la muerte de la política y del reinado del caos y la confusión. Así la lógica ha desaparecido, y los gritos y las acusaciones de traición se han convertido en el «lenguaje» imperante.

No obstante, tienes que ratificar una y otra vez que el vacío político y la confusión que observas, no son consecuencia de la fase de transición, ni resultado de la revolución, tal y como los medios oficiales de comunicación tratan de transmitir a los «ciudadanos honorables», sino el fruto de seis décadas de empobrecimiento de la vida política y del secado de las fuentes de la vitalidad y la diversidad.