Morir en la protesta
Amira Hass
De los cuatro habitantes de Beita a los que mataron desde mediados de mayo en las protestas contra la construcción del asentamiento ilegal de Evyatar, Issa Barham fue el único que no se “merecía” la típica declaración genérica que difunde el portavoz del ejército israelí cada vez que hay una víctima palestina. Una declaración como: “Hubo disturbios. El ejército tiene noticia de que murió un palestino”.
Barham, 41 años, era jurista especializado en derecho penal internacional y trabajaba en la fiscalía palestina en el distrito de Salfit. Había ido al lugar de la protesta para ayudar a sacar a los heridos. Ya no tenía la edad de los jóvenes que suben por las colinas en terrazas, corren por los senderos que serpentean entre los olivares, queman neumáticos, lanzan piedras a los soldados a una distancia de diez metros o más, y huyen de los gases lacrimógenos. Todas acciones de protesta que requieren agilidad y una condición física superior a la media.
El viernes 14 de mayo no había ambulancias suficientes para recoger el gran número de heridos, y las mezquitas hicieron un llamamiento a la población pidiendo que se trajeran coches, recuerda Sultan, hermano de Barham. Entre las personas que respondieron estaba Barham.
Era el segundo día del Aíd al Fitr, la festividad que marca el fin del Ramadán, el mes sagrado para los musulmanes; el cuarto día de la guerra en Gaza; y el duodécimo día desde que el asentamiento ilegal había empezado a levantarse, rápido, en los terrenos pertenecientes a los pueblos palestinos de Beita, Qablan y Yatma.
Notó también a algunos civiles israelíes armados en la ladera, junto a otro grupo de soldados
Ese viernes hubo manifestaciones en toda Cisjordania. El fuego israelí mató a diez palestinos, cuatro solo en el área de Nablus. Barham fue uno de ellos. Alrededor de 1650 personas fueron heridas. La Media Luna Roja Palestina hizo un llamamiento a la donación de sangre. Un manifestante que estaba cerca de Barham relata que había algunos soldados a unos 200 metros de ellos. Dice que notó también a algunos civiles israelíes armados en la ladera, junto al otro grupo de soldados. “Colonos”, concluyó. Este es un detalle que repitieron muchos testigos en Beita: junto a los soldados, repartidos en varios grupos, había civiles israelíes armados.
Uno de los testigos contó a Salma a-Daba’i, investigadora de B’Tselem, que se había cruzado con Barham, que conducía su SUV blanco Hyundai Tucson, en un caminito de tierra entre olivares, y que este le había preguntado: “¿Dónde están los heridos?”. A muchos ya se los habían llevado en coche. Otros, incluso uno en estado grave, estaban todavía esperando entre los árboles a que los llevaran en camillas a la ambulancia o que los ayudaran a llegar a un coche. Barham aparcó y empezó a caminar hacia los heridos. El testigo vio que un soldado del grupo de lejos se agachó en posición de tiro. Pensaba que no habría disparado, que quizás solo quería inquietar un poco a los asistentes. En ese punto y en ese momento, la situación era relativamente tranquila. Todos estaban ocupados con los heridos.
Los soldados lanzan gases lacrimógenos, seguidos por balas forradas de caucho
De repente, el testigo oyó un disparo: “Vi a Issa caer al suelo de espalda”. Le habían disparado en el abdomen. Cuando lo subieron al coche de otro voluntario para llevarlo al hospital de campaña instalado en Beita y luego a una ambulancia, Barham todavía respiraba y tenía pulso. Los soldados bloqueaban el acceso principal al pueblo; la ambulancia se fue hacia el norte a través de las calles estrechas y tortuosas de Beita, Odala y Awarta. Durante el camino, el personal de la ambulancia intentó reanimar a Issa. Sin embargo, en el hospital Al Najah de Nablus lo declararon fallecido.
Es necesario describir la topografía para entender lo que está pasando allí.
Las manifestaciones tienen lugar en el monte Sabih, que se compone de diferentes cimas: Evyatar se encuentra en la más alta y más al sur. En línea recta, la distancia entre esta y las otras cimas más bajas es de alrededor de medio kilómetro. En una de las otras cimas hay una piscina cercada rodeada por un jardín. Todos los viernes al mediodía se recitan oraciones de protesta cerca de la piscina; luego, los manifestantes más audaces empiezan a dispersarse en la montaña y a lo largo de los wadi (barrancos). Los soldados ya están allí esperándolos desde lejos; lanzan gases lacrimógenos, seguidos por balas forradas de caucho.
Otro punto de encuentro es una de las cimas hacia el oeste, junto a grandes edificios utilizados como almacenes. Los soldados y los civiles armados israelíes suelen colocarse más arriba que los manifestantes. A veces, los soldados recorren los caminos de tierra entre los olivares hacia los manifestantes, bajan de sus vehículos blindados de combate y luego, a unas pocas decenas de metros, lanzan gases lacrimógenos y balas forradas de caucho. A veces, los soldados, sin ser vistos, aparecen de repente de los wadi. A veces, se agachan en posición de tiro y disparan munición real.
«Vimos a un grupo de soldados y oímos el disparo, pero no nos dimos cuenta de que le habían dado»
En las laderas de la cima meridional los jóvenes queman neumáticos, esperando que el humo negro llegue a los colonos en el asentamiento que ha invadido su tierra. Preferirían subir lo más cerca posible al asentamiento, pero, conforme se vaya subiendo, la montaña se hace más empinada y los árboles son más escasos.
El portavoz militar comentó al diario Haaretz: “Una conducta violenta y revoltosa… pone en peligro las vidas de los civiles israelíes. Por eso se despliega una fuerza militar en el lugar”. Sin embargo, los civiles israelíes armados deciden dejar el asentamiento y bajar de la montaña hacia los manifestantes desarmados, y las vidas de los soldados no están en peligro, explican los manifestantes. El número de manifestantes varía de algunas decenas a varios centenares, dependiendo del día y de la hora. “Nos reunimos aquí cada día para protestar, hasta por la noche”, cuenta uno de ellos. No usa los términos “disturbios nocturnos” que, aparentemente, han empezado a formar parte del lenguaje común, quizás de manera espontánea entre los manifestantes, o de manera voluntaria por los portavoces relacionados con Hamás, expresión que trae a la mente el intento realizado en Gaza de confundir y mantener ocupado al ejército a lo largo del muro de separación.
Los grupos varían de tres a diez personas. “A veces nos sentamos como para un pícnic, en una roca, cerca de un árbol”, contó Mohammed Hamayel, hermano de Zakaria. Mohamed estaba justo al lado de Zakaria cuando lo mataron el 28 de mayo. “Las personas están a varios metros de distancia entre sí, así que si se quedan heridas nadie lo ve en el momento exacto. Eso es lo que pasó con Zakaria. Se había movido a algunos metros de distancia de mí, de mi otro hermano y de nuestro primo, buscando un sitio para rezar la oración de la tarde. Eran más o menos las cuatro. Vimos a un grupo de soldados y oímos el disparo, pero al principio no nos dimos cuenta de que le habían dado a él”.
Una bala forrada de caucho le dio en el muslo a uno de los médicos; tenía puesto el chaleco reflectante
Mientras tanto, un equipo médico allí cerca estaba tratando a un hombre herido en la pierna. La bala había entrado por un lado y había salido por el otro. Al grito de “ambulancia, ambulancia”, algunos médicos comenzaron a correr hacia ellos.
El suelo es rocoso. Los soldados y varios colonos armados estaban situados en un punto más alto. Probablemente, los tiradores estaban a unas pocas decenas de metros de Zakaria, afirma uno de los manifestantes a Haaretz; otro calculó una distancia de aproximadamente 150 metros. Sin embargo, mientras que los voluntarios y el equipo médico se dirigían hacia Zakaria, los soldados le dispararon. Una bala forrada de caucho le dio en el muslo a uno de los rescatadores. Tenía puesto, como todos, el chaleco reflectante que llevan los médicos. Le lanzaron gases lacrimógenos hasta mientras llevaban a Zakaria en la camilla. A uno de ellos le golpeó un bote en la cara.
Zakaria, 26 años, enseñaba árabe en una escuela en Bir Nabala, al sur de Ramalá. La bala le entró en el pecho por la derecha, causándole una hemorragia interna y haciéndole sangrar abundantemente por la boca y la nariz. Dos testigos afirman que a Zakaria le disparó un civil armado; uno declara que llevaba una camisa roja. Según otro, iba vestido de negro. Otro testigo afirma que fueron los soldados los que dispararon, pero que a su lado había unos civiles armados.
Más tarde, el portavoz del ejército declaró: “De momento, la causa del tiroteo es desconocida”. No contestó directamente cuando le preguntaron si había verificado la hipótesis según la cual el que disparó era un civil, emitiendo solamente una declaración genérica en la que se afirmaba que la unidad de investigación de la policía estaba realizando una investigación, cuyos resultados se habrían enviado a la fiscalía militar.
El portavoz del ejército también dijo a Haaretz que, cuando necesario, los soldados usan municiones reales de acuerdo con las reglas de enfrentamiento.
«El soldado disparó dos veces, Mohammed y su primo cayeron, yo estaba en shock»
¿Qué fue, en la actitud de Zakaria Hamayel y de Issa Barham, y en la distancia entre los soldados y ellos, lo que obligó a los militares a disparar municiones reales y mortales, hiriéndolos en el pecho? ¿Qué fue, en la posición y en la actitud de Mohammed Hamayel, un estudiante de secundaria de dieciséis años, matado el 11 de junio, lo que “obligaba” al uso de municiones reales contra él? El ejército no lo revela.
“Salimos para manifestarnos después de la oración de la tarde, alrededor de las 12.50”, cuenta M., un estudiante de Al Najah, a Haaretz. “Nos dispersamos en la zona de los depósitos (en la cima occidental), donde también rezamos entre los olivos. Vimos dos autobuses de los que bajaban los soldados y entonces nos quedamos lejos de ellos. Yo me quedé allí durante varias horas, huyendo de los gases, escondiéndome entre los árboles, descansando y avanzando hacia la cima. Alrededor de las cinco de la tarde, me encontré al lado de otros dos chicos, Mohammed y su primo. Nos conocíamos porque vivíamos cerca. No lanzamos piedras. Vimos a cuatro soldados. Uno de ellos cogió su arma. Pensaba que no habría disparado o que, a lo mejor, habría disparado una bala metálica forrada de caucho. El soldado disparó dos veces, Mohammed y su primo cayeron, yo estaba en shock. Me quedé paralizado. No sabía qué hacer”. Cuenta que Mohammed tenía la cara cubierta; otros testigos no recuerdan este detalle.
Otro testigo revela que los cuatro soldados, a unos diez metros de distancia, estaban tumbados en el suelo, apuntando con los rifles. Otros soldados alrededor de ellos lanzaban lacrimógenos. El sonido de las granadas y de las balas metálicas forradas de caucho amortiguaban el ruido de las municiones reales. A su primo le dispararon en el hombro. La bala que mató a Mohammed le alcanzó en el pecho, salió por la izquierda y le penetró el brazo izquierdo, cerca del hombro.
Su primo, herido, consiguió correr solo hacia los rescatadores. Al principio, pensaban que él fuera la única víctima; después encontraron a Mohammed sangrando. Uno de los rescatadores recuerda: “Corrí hacia él. Los soldados nos disparaban gases lacrimógenos. Había tanto gas que no podía ver la herida. Nos estábamos ahogando. No sé cómo pudimos continuar a llevarlo en camilla, cuando casi era imposible ver el sendero, entre las rocas, los árboles y las terrazas”. Más tarde, el portavoz del ejército declaró: “Estamos al corriente de que los palestinos afirman que se mató a un joven y se hirieron varios hombres”.
El 18 de junio se mató a otro estudiante de secundaria, Ahmad Bani Shamseh. El portavoz del ejército declaró que el joven había lanzado un explosivo a un soldado, y por eso le mataron. Haaretz todavía no ha recibido testimonios con respecto a las circunstancias de su muerte.
El portavoz del ejército no contestó a las preguntas en las que el periódico preguntaba si durante las manifestaciones en Beita se hubieran herido soldados, o si fuera cierto que el dron que lanzaba lacrimógenos a los manifestantes procedía de Evyatar y se había activado desde dentro del asentamiento.
Con respecto a las reiteradas afirmaciones de los testigos oculares según los que las granadas de lacrimógenos se habrían lanzado contra los equipos médicos y las personas que se llevaban a los heridos, y según los que se habrían atacado las ambulancias de la Media Luna Roja que trabajan en Beita, el portavoz respondió: “Las fuerzas israelíes no usan instrumentos para la dispersión de multitudes en las manifestaciones, ni disparan deliberadamente al personal médico y a las ambulancias”.
Las conversaciones con las familias de Zakaria Hamayel e Issa Barham duraron varias horas, durante las que los padres contaron sus vidas. Su hermano tiene un nudo en la garganta cuando habla de las colmenas que Zakaria había puesto al lado de su casa.
“Merecen que se cuente no solo su muerte, sino que también su vida”, dice el tío y suegro de Barham, Ziad Bani Shamseh, abuelo de sus cuatro hijos. Asinat, la mayor, tiene siete años. Maryam, la más joven, un año y medio. Los dos chicos son Yihye, de seis años, y Mohammed, de cuatro y medio. Son demasiado pequeños para entender lo que es la muerte, dice el abuelo. Sultan, hermano de Barham, cuenta: “Hace unos días un SUV blanco como el de Issa se paró cerca de nuestra casa. Los niños gritaron alegremente: “¡Es papá, es papá!”.
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© Amira Hass | Primero publicado en Haaretz; republicado en Internazionale | 21 Junio 2020 | Traducción: Jessica Bernardi a partir de la versión italiana de Franceso de Lellis
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