Tal es el caos
Karlos Zurutuza
“Iraq al borde de una nueva guerra”. Vale, fue un titular facilón, recurrente; “sensacionalista”, me dijo alguno el pasado marzo durante una cobertura al hilo del décimo aniversario de la invasión del país. Algún otro incluso me acusaba de “incidir demasiado en la división sectaria” pero lo cierto es que la eterna espada de Damocles iraquí empezaba a caer por su propio peso.
A una década de que la estatua de Saddam fuera literalmente arrancada de la plaza del Paraíso, la inminencia de un nuevo conflicto armado era, quizás, el único punto en el que coincidían los iraquíes que entrevistaba en Mosul, Erbil y Kirkuk. La guerra como punto de encuentro de árabes, kurdos, turcomanos y cristianos asirios. No se me ocurre una paradoja más triste.
Kirkuk. A la endémica tensión en la zona motivada por un estatus legal entre Erbil y Bagdad aún sin definir se le añadía el reciente despliegue en Hawija –a 50 kilómetros al suroeste de Kirkuk- de la Unidad Tigris. Inicialmente, los árabes de la región veían con buenos ojos un movimiento táctico de Bagdad que había de contrarrestar el creciente despliegue kurdo en la zona en disputa. Sin embargo, las alarmas saltaban cuando se conocía que los aproximadamente 30.000 hombres de Tigris eran árabes chiíes (la mayoría en Hawija son suníes)…
Bagdad no buscaba tanto apuntalar Kirkuk como desplegar un cortafuegos ante las protestas suníes
Resulta que Bagdad no buscaba tanto apuntalar Kirkuk como desplegar un cortafuegos ante unas protestas que se sucedían desde el diciembre de 2012 en las regiones suníes del país. No en vano, Tigris tiene varias “gemelas” en dichas zonas como las unidades Alyazira, Nínive y Badiya, franquicias de la que muchos dan en llamar la “Guardia Republicana” de Maliki.
El pasado 24 de abril fueron miembros de Tigris los que arrasaron el campamento de manifestantes levantado en Hawija, provocando una matanza que parecía resucitar inexorablemente al monstruo de la guerra sectaria en Iraq. La ira por las decenas de muertos, muchos de ellos por un disparo en la cabeza, hacía que los líderes tribales suníes llamaran a levas; las redes sociales muestran fotografías de comisarías abandonadas, milicianos gestionando puestos de control o incluso desplegando banderas baazistas junto a blindados presuntamente capturados al ejército iraquí.
Se habla de deserciones en el ejército federal, de caravanas de camiones que cruzan las frontera desde Irán, supuestamente con suministros para Bagdad… Lo último, el anuncio de una inminente ofensiva sobre la rebelde Ramadi tras cerrar Bagdad las fronteras de Jordania y Siria de la región suní. Los muertos se cuentan ya por centenares aunque nadie conoce las cifras exactas.
Deserciones en el ejército federal, camiones que llegan desde Irán, cierre de fronteras con Siria…
Khaled Shwani, parlamentario kurdo por Kirkuk apuntaba a que, en un futuro, la localidad de Hawija se administraría de facto por Saladino- de mayoría árabe suní- mientras que Tuz Kharmato, de mayoría turcomana chií, pasaría a manos de un Kirkuk “deseablemente bajo control de Erbil”. La relevancia de dicho trueque queda eclipsada frente a las dimensiones de la crisis. No obstante, resulta llamativo que la tensión estallara en una pequeña localidad donde las manifestaciones eran mucho menos significativas que en Ramadi, Samarra o Mosul.
Prisas
En la misma Hawija, representantes árabes suníes aseguraban que Tigris y sus réplicas no buscan sino “garantizar la supervivencia del régimen chií de Nuri Maliki –primer ministro iraquí- ante un eventual cambio de manos en Damasco”, un escenario que tanto Teherán como Bagdad tratan de evitar a toda costa.
Así las cosas, resulta difícil no preguntarse si los incidentes de Hawija y sus terribles secuelas no obedecían a un plan elaborado de antemano. ¿Podría Maliki haber precipitado los acontecimientos antes de que sea demasiado tarde? Y por “tarde” entendemos el momento en el que todos los combatientes internacionales luchando hoy contra Bachar Asad –muchos de ellos iraquíes- crucen la frontera para hacer la yihad ya en suelo iraquí. El pasado 6 de abril Maliki pedía elecciones generales anticipadas tras haber suspendido las locales en las provincias suníes de Anbar y Saladino. La ansiedad del primer ministro se hacía palpable aunque es muy probable que la política, al menos la parlamentaria, carezca ya de relevancia.
Con los alauíes aún en el poder en Damasco, Maliki se enfrenta a una suerte de milicias poco entrenadas y peor armadas que poco podrán contra un poderoso ejército cubierto por cazabombarderos F16 adquiridos a Estados Unidos el pasado año. Y este último es un detalle importante porque, si Asad aún respira, es gracias a sus MIG, hoy por hoy los únicos dueños del espacio aéreo sirio.
La reciente adquisición de los primeros aviones de guerra del ejército iraquí en diez años, el despliegue de las unidades chiíes en suelo suníta y los incidentes de Hawija apuntarían a la anticipación de Bagdad ante el nuevo escenario. ¿El cuarto as en la manga de Maliki? Quizás sean las milicias ‘sahwa’, ese movimiento fundado bajo auspicios de Washington en las regiones suníes en 2005.
También conocidos como los «hijos de Iraq», sus integrantes son antiguos insurgentes suníes reagrupados en una alianza de diferentes líderes tribales para expulsar a Al Qaeda de su territorio.
El cuarto as en la manga de Maliki pueden ser las milicias ‘sahwa’ suníes, fundadas por Washington
La retirada de las tropas americanas en diciembre de 2011 dejó a estos milicianos sin sueldo durante meses hasta que, en otoño de 2012, la administración de Maliki decidió no sólo asumir sus salarios sino que los dobló. Sin duda, era mejor tener a este contingente de unos 50.000 hombres armados de su parte que empujarlos a los brazos de la oposición armada en busca de unos dinares con los que dar de comer a sus hijos. No sería la primera vez.
Atrapados entre la lealtad tribal y la precariedad económica, los ‘sahwa’ siguen siendo víctimas fáciles de atentados selectivos durante los últimos meses. Sin embargo, el jeque Abu Risha, uno de sus principales impulsores, acaba de hacer un llamamiento a los miembros de las fuerzas de seguridad chiíes desplegadas en la zona a que “deserten y no tomen parte en la represión de los manifestantes”. Puede que las recientemente mejoradas condiciones laborales de los “hijos de Iraq” se queden cortas.
Chiíes contra suníes en el tablero iraquí. Las fichas, como siempre, se mueven desde Teherán, Doha, Washington o Moscú. Muchos apuntan a un nuevo descenso al infierno sectario de 2006 pero lo cierto es que puede ser incluso peor.
“Iraq podría haber sido un país cohesionado de no ser, entre otras cosas, por las políticas represivas y excluyentes de Saddam Husein”, me comentaba Manuel Martorell, periodista y escritor navarro especializado en Oriente Medio. Pues bien, todo apunta a que el proyecto de país para Mesopotamia está a punto de dejar de ser. Lo que fuera que fuese.