Los bombardeos bien, gracias
Daniel Iriarte
Tras los atentados del 11-S hubo unas cuantas voces dentro del Gobierno Bush que alertaron de que la “guerra contra el terrorismo” podría durar varias décadas, incluso un siglo. 15 años después de aquella tragedia y casi dos administraciones después, EE UU sigue firmemente implicado en lo que, ejercicios de retórica aparte, no cabe considerar sino como una prolongada extensión de ese conflicto.
En la primera semana de septiembre, el ejército estadounidense ha llevado a cabooperaciones de bombardeo en media docena de países. Ninguno de ellos novedoso. Ninguno de ellos especialmente sorprendente. Pero el hecho de que la fuerza aérea estadounidense esté participando de forma simultánea en misiones de ataque en seis Estados diferentes demuestra hasta qué punto Washington está inmerso en una contienda de largo alcance.
Obama prefiere confiar en tropas locales coordinadas con las fuerzas especiales y la aviación estadounidense
El domingo 4, un dron mató a seis presuntos miembros de Al Qaeda en Yemen. Al día siguiente, otro bombardeo castigó a la milicia Al Shabab en Somalia. Y durante casi todos estos días han tenido lugar operaciones en Iraq, Siria y Libia contra el Estado Islámico, y en Afganistán contra los talibanes y otros grupos yihadistas. Unas operaciones que reflejan la evolución del ‘modus operandi’ del Pentágono: frente a la implicación masiva de tropas en Afganistán e Iraq puesta en marcha por la Administración Bush, el presidente Barack Obama ha preferido confiar en tropas locales coordinadas con pequeños grupos de las fuerzas especiales y apoyadas por la aviación estadounidense.
Tan sólo el jueves 8, la aviación estadounidense realizó una docena de bombardeos en diez localizaciones diferentes en Siria e Iraq. En Libia, los ataques están sirviendo de apoyo aéreo a las tropas locales que luchan por expulsar al ISIS del área de Sirte, y en Somalia fueron lanzados para defender a las fuerzas de pacificación africanas, que habían sido atacadas por los islamistas. (Además de los mencionados, un séptimo país viene siendo escenario frecuente de ataques con drones: Pakistán. Aunque, al parecer, no esta semana).
Pero los bombardeos son solo la cara más visible de esta nueva forma de hacer la guerra, frente a otra mucho más sigilosa: en 2014, las fuerzas especiales de EE UU llevaron a cabo misiones en 133 países, una cifra que el año pasado se elevó a los 147, según Ken McGraw, portavoz del Mando de Operaciones Especiales de EE UU (SOCOM). Es decir, en el 75% de los Estados reconocidos del mundo (y algún que otro territorio no reconocido).
Aunque Obama siempre había negado ser pacifista, contaba con un mérito indiscutible: no ser Bush
La mayoría de estas incursiones tienen como objetivo la recopilación de información de inteligencia o la preparación logística. En algunos casos, son infiltraciones dedicadas a eliminar objetivos concretos o realizar sabotajes. Pero en otras ocasiones se trata de verdaderos despliegues de tropas capacitadas para entrar en combate si fuera necesario. Además de en los países mencionados arriba, estas fuerzas están presentes en Mali, Níger, Mauritania, Camerún, Chad, Uganda, Kenia y Filipinas, además de en Colombia.
“Las fuerzas de operaciones especiales proporcionan entrenamiento a nivel individual, a nivel de unidad, y a nivel de aula”, ha dicho McGraw, del SOCOM. “El entrenamiento individual puede versar sobre materias como manejo básico del rifle, navegación por tierra, operaciones aerotransportadas y primeros auxilios. El entrenamiento de unidad incluye pequeñas unidades tácticas, operaciones antiterroristas y operaciones marítimas”, explica.
En la actualidad, el SOCOM cuenta con 70.000 efectivos, a los que hay que añadir las decenas de miles de otros miembros de las fuerzas armadas que participan en estas misiones. Un esfuerzo nada desdeñable para una presidencia estadounidense galardonada de forma preventiva con el Premio Nobel de la Paz. Aunque Obama siempre había negado ser pacifista -”que le pregunten a Osama Bin Laden”, volvió a reiterar recientemente en una entrevista-, contaba con un mérito indiscutible: no ser Bush. Pero la concesión se mostró prematura muy pronto.
El gasto militar se ha incrementado desde la era Bush y el número de operaciones se ha disparado
Un detallado análisis en la revista The Atlantic muestra cómo, aunque las cifras de soldados estadounidenses caídos o heridos en combate se han reducido considerablemente respecto a la era Bush, el gasto militar en realidad se ha incrementado y el número de operaciones se ha disparado.
Hoy, la doctrina bélica de Obama cuenta con apasionados defensores y detractores. Hay quien ensalza las virtudes de haber evitado comprometer grandes números de soldados en nuevos escenarios, y quien considera los ataques con drones una forma “quirúrgica” de combate que a pesar de todo, aseguran, causa menos daños, colaterales y propios, que cualquier otra. Los críticos se dividen entre los que creen que EE UU debería actuar con mucha más contundencia en el mundo, y aquellos a los que la intervención limitada de hoy ya les parece demasiado.
Sea como fuere, Obama tiene un pie fuera de la Casa Blanca, lo que a estas alturas no significa mucho: los cambios estratégicos llevados a cabo en la planificación militar estadounidense garantizan que, ocupe quien ocupe el Despacho Oval, Estados Unidos seguirá en guerra durante bastante tiempo.
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