Opinión

El «topo» y las negociaciones

Daniel Iriarte
Daniel Iriarte
· 6 minutos

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¿Puede la liberación del mayor topo en la historia de los servicios de inteligencia estadounidenses -con permiso de Edward Snowden- ayudar en las moribundas negociaciones entre israelíes y palestinos? Todo apunta a que Jonathan Pollard, un judío norteamericano condenado en 1985 por filtrarle secretos militares a Israel, podría ser puesto en libertad a cambio de concesiones significativas  del gobierno de Benyamin Netanyahu en las conversaciones de paz.

Si suena al argumento de una novela de espías, es porque lo es: la historia de Pollard ha sido retratada en numerosos libros y películas, como la francesa Les Patriotes (1994), y es una de las historias de espionaje más conocidas del siglo XX. Pollard era un analista de inteligencia naval que, tras conocer en Manhattan a Aviem Sella, el coronel de la fuerza aérea israelí que había liderado el bombardeo del reactor nuclear iraquí en Osirak, se ofreció a entregar documentos clasificados a los israelíes. Normalmente, un acercamiento de este tipo no habría pasado los protocolos de seguridad del Mossad, pero el material era tan sensacional que dicha agencia aceptó reclutar a Pollard como informante.

Durante cerca de un año, el analista suministró información sensible a Israel, que este utilizó para sus propios propósitos. Pero el 21 de noviembre de 1985, operativos del FBI arrestaron a Pollard en la puerta de la embajada israelí en Washington, con las manos en la masa. Además, los agentes habían recopilado numerosas pruebas incriminatorias, como imágenes de cámara oculta en las que se le veía sustrayendo informes secretos en su lugar de trabajo, y pruebas de sus movimientos y los pagos recibidos.

Antes de espiar para Israel, Pollard había ofrecido sus servicios a otros tres países, según sus superiores

Pollard evitó un proceso público declarándose culpable, alegando que toda la información que había suministrado había sido sobre países árabes y musulmanes, y que nunca había puesto en riesgo la seguridad de Estados Unidos. El analista aseguró que su motivación principal había sido la política estadounidense de “apaciguamiento” hacia Irak, que estaba ignorando el peligro que este país suponía para Israel. De forma algo sorprendente, el juez condenó al topo a cadena perpetua, algo que no demandaba ni siquiera el propio fiscal de la acusación. Prácticamente desde entonces, existe una campaña que demanda la puesta en libertad de Pollard, orquestada por ciudadanos estadounidenses proisraelíes.

La versión en el seno de la administración estadounidense es algo menos idealista: cuatro directores del servicio de inteligencia naval afirman que antes de espiar para Israel, Pollard había ofrecido sus servicios a otros tres países, y lo volvió a intentar con un cuarto al mismo tiempo que trabajaba para Tel Aviv. El periodista de investigación Seymour Hersh afirmó en 1999 que varios de los secretos suministrados por el analista habían acabado en manos de la URSS, como parte de un trato realizado con Israel para que Moscú permitiese la emigración de numerosos judíos soviéticos. Y el especialista en espionaje Gordon Thomas relata al menos un caso en el que la exposición de documentación sobre Sudáfrica comprometió a la red de la CIA en dicho país.

Eso no ha impedido que el propio Netanyahu haya sido uno de los que ha solicitado personalmente, como jefe de gobierno, una medida de gracia hacia Pollard por parte de la Administración Obama. El presidente estadounidense, por ahora, no cede, pero se cree que uno de los objetivos del viaje que el Secretario de Estado John Kerry hizo a Israel a principios de abril era el valorar esta posibilidad a cambio de que Israel ponga en libertad a 400 presos palestinos (cuya liberación ha retrasado con excusas bastante traídas por los pelos) y congelar la construcción de asentamientos en Cisjordania.

La iniciativa, además, tiene precedentes: Bill Clinton sopesó una medida semejante durante las conversaciones de Camp David, al final de su segundo mandato, y lo único que lo impidió fue la amenaza del entonces director de la CIA, George Tenet, de dimitir si se ponía en libertad al espía. Un grupo de senadores, tanto republicanos como demócratas, envió entonces una carta expresando su firme oposición a salida de Pollard de la cárcel. Uno de los firmantes de la carta era John Kerry, en aquella época senador por Massachussets.

Bill Clinton sopesó la puesta en libertad de Pollard durante las negociaciones de Camp David. Entonces, John Kerry se opuso

Pero Kerry está ahora en una posición con mayores ángulos y responsabilidades; Tenet ya no está en la agencia, y el mayor mérito del nuevo director, John Brennan, parece ser una lealtad inquebrantable hacia Obama. Hay, además, otros factores, como el pobre estado de salud de Pollard, que está a punto de cumplir los 60, y el que el año que viene terminará su tercera década en prisión, lo que, legalmente, le da derecho a optar a la excarcelación por buen comportamiento.

Ahora mismo, la mayoría de los comentaristas y miembros del “establishment” político estadounidense se inclinan por poner en libertad al espía, como gesto de buena voluntad. Sin embargo, visto el historial negociador israelí, es dudoso que este paso vaya a arrancar grandes concesiones al gobierno de Benyamin Netanyahu. Más lúcidas (y minoritarias) parecen algunas voces en EE.UU. y el propio Israel que se preguntan, si de verdad se aspira a unas negociaciones sinceras y en profundidad, por qué poner en libertad a Pollard y no a Marwan Barguti, “el Mandela palestino”, antiguo líder de la facción armada de Al Fatah (el Tanzim) y condenado a cinco cadenas perpetuas. Ese sí sería un paso importante.

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