Adiós Papa, hola Muftí
Issandr El Amrani
El lunes (11 de febrero) me encontraba en Roma en una conferencia sobre libertad religiosa y diálogo interreligioso cuando, al final de la mañana, los periodistas de las filas de atrás empezaron a recibir avisos telefónicos y a abandonar la sala de inmediato. El presidente de la conferencia interrumpió los actos y se disculpó: los periodistas italianos, la mayoría de los cuales trabajaban en el ámbito de la religión, acababan de recibir noticias importantes del Vaticano.
Mientras seguía las inesperadas noticias sobre la dimisión del Papa Benedicto —cuyo anuncio, según me contó un corresponsal veterano, se programó con inteligencia para que coincidiese con el aniversario de la creación del Estado de la Ciudad del Vaticano, de modo que nadie esperase que se atendiesen llamadas telefónicas desde allí—, mi mente se dirigió hacia otro nombramiento religioso importante ese día, esta vez en el Cairo.
Para los musulmanes suníes de Egipto, que constituyen la mayor parte de la población, existen dos grandes figuras religiosas: el muftí, que actúa como defensor religioso del pueblo en el gobierno, y el gran imam o jeque de Al Azhar, que es la cabeza del milenario y augusto seminario del mismo nombre (hoy una moderna universidad) y que es, en teoría, independiente pero nombrado por el gobierno.
El Consejo de Teólogos, a quienes nombra el propio jeque de Al Azhar (nombrado, a su vez, por el antiguo presidente Hosni Mubarak), estaba a punto de elegir al muftí. El actual jeque es liberal (al menos comparado con su institución conservadora) y conocido por desconfiar de los islamistas, notablemente de los ultraconservadores salafistas, que son algunos de los mayores rivales políticos de los Hermanos Musulmanes.
El muftí dirige el Dar al-Ifta (La Casa de las Fetuas), un organismo que se encarga de dar consejos religiosos a cualquiera que lo solicite. Dar al-Ifta, mediante una línea telefónica y una página web, reparte miles de fetuas cada año en asuntos tanto espirituales (¿se pueden recitar en alto las oraciones?) como terrenales (¿los camareros pueden ocultarle al dueño del restaurante las propinas que reciben?).
El muftí también debe aprobar cualquier sentencia judicial que imponga la pena capital, anuncia la observación de la luna nueva (que determina el inicio de las vacaciones para los musulmanes) y toma partido en las controversias religiosas del día.
En los últimos años, mientras los autonombrados jeques islamistas en Egipto y en el extranjero han usado cada vez más la televisión por satélite e internet para emitir fetuas, el muftí de Egipto ha perdido mucho de su tiempo en contrarrestar aquellas directivas que considera extremistas o absurdas.
Este año, el nombramiento del muftí de Egipto fue un acontecimiento clave, puede que incluso más de lo que la dimisión de Benedicto lo fue para los católicos románicos: era la primera vez que el muftí sería elegido, en lugar de ser nombrado por el cabeza de estado, desde que se creó el puesto en 1895. Para los islamistas, este es un gran logro: se han quejado desde hace mucho de la politización de esos puestos bajo el régimen de Mubarak y sus predecesores.
Sin embargo, la semana pasada fueron los oponentes de los islamistas los que se preocuparon de la politización (politización a favor de los islamistas). Algunos decían que el Consejo de Teólogos del Al Azhar, que elige al muftí, estaba lleno de partidarios de los Hermanos Musulmanes, que esperaban elegir a uno de los suyos: Abdul Rahman al-Barr, un miembro del comité de dirección del grupo.
Ya se había denunciado esta elección como otro ejemplo de ‘hermanización’, una forma por la que, según los que critican al grupo, se van ocupando los puestos clave de todo el Estado. Se temía que, si se nombraba como muftí a un ‘hermano’, los Hermanos Musulmanes tuviesen un poder total sobre las instituciones religiosas de Egipto para respaldar sus propias posturas políticas.
Al final, se eligió el lunes a un apolítico relativamente desconocido: Shawky Abdel Karim Allam. Aunque un ‘hermano’ reunió el segundo mayor número de votos, Al-Barr no estaba ni siquiera preseleccionado.
Algunos vieron este resultado como una derrota para los Hermanos, si bien las posibilidades de Al-Barr probablemente se habían exagerado enormemente por causas políticas, tanto por parte de las instituciones religiosas que aún continúan luchando a brazo partido contra los nuevos dirigentes de Egipto, como por parte de una oposición que se entusiasma en denunciar constantemente lo que considera astutos complots de los Hermanos Musulmanes.
La lucha por el control de instituciones religiosas como Al Azhar y el muftí posiblemente continúen. Los tradicionalistas de Al Azhar y los Hermanos Musulmanes comparten muchas opiniones religiosas, pero el primero contempla las ambiciones políticas de los segundos con desconfianza.
En Roma, en la conferencia sobre diálogo religioso, había un sentimiento de preocupación. Sin embargo, es improbable que la identidad del nuevo Papa cambie el resultado de la Iglesia Católica Romana y, al menos en Europa, su impacto político no se compara con el papel que los oficiales religiosos juegan en un Egipto que atraviesa una transformación histórica.
Los rabinos, los sacerdotes y los legos de varias religiones han construido relaciones con las instituciones clericales tradicionales de Egipto durante los últimos diez años. Ahora, tener que conocer también a los islamistas les produce cierta inquietud.