Turquía: ¿un aliado «infiel»?
Adrian Mac Liman
El Pentágono y la CIA estudian con detenimiento las circunstancias en las que parte de la ayuda enviada a los combatientes kurdos de Kobani cayó en manos de los yihadistas del Estado Islámico (ISIL). Aparentemente, se trata de una remesa de armas, municiones y medicinas lanzada en paracaídas por la aviación militar estadounidense. La noticia causó cierto estupor en los medios periodísticos.
Pero los estrategas y los politólogos achacan ese lamentable error al empecinamiento de la Administración Obama de no permitir una intervención terrestre en Siria e Iraq. El actual inquilino de la Casa Blanca quiere permanecer fiel a sus principios; unas normas de conducta que poco o nada tienen que ver con las leyes de la guerra.
La decisión del presidente Obama de limitar la ofensiva global contra los radicales del Estado Islámico a simples ataques aéreos ha sido criticada en reiteradas ocasiones por la plana mayor del ejército norteamericano. A las quejas de los generales, partidarios de una contundente acción basada ante todo en la presencia de unidades de infantería en el escenario del conflicto, se suman las voces discordantes de algunos gobernantes europeos, dispuestos a recurrir, una vez más, a la política de la cañonera ideada por las potencias coloniales. Pero a Obama no le gusta la idea de volver a mandar a los boys a Oriente Medio. Demasiado complicado, demasiado peligroso para la credibilidad de quienes potenciaron las llamadas primaveras árabes.
Las autoridades de Ankara no parecen propensas a avalar todas y cada una de las pautas establecidas por Washington
Huelga decir que la guerra de Obama no parece levantar pasiones. Un análisis publicado recientemente por el Departamento de Estado norteamericano señala que no todos los países que conforman la coalición global que combate al ISIL se han comprometido a llevar a cabo acciones concretas contra la agrupación radical islámica. De hecho, 17 de los 60 miembros de la alianza se han limitado a manifestar sólo de palabra su apoyo a la guerra sin cuartel contra el Estado Islámico. Se trata en la mayoría de los casos de Estados de Europa oriental recién integrados en la OTAN o de candidatos al ingreso en la UE.
Además, la guerra de Obama puso de manifiesto las diferencias, cada vez más profundas, entre Norteamérica y su principal aliado musulmán en la zona: Turquía. El país otomano se enorgullece de ser uno de los miembros fundadores de la Alianza Atlántica. Sin embargo, las autoridades de Ankara no parecen propensas a avalar todas y cada una de las pautas establecidas por Washington.
En 2003, durante la invasión de Iraq, el Gobierno de Recep Tayyip Erdogan se negó a autorizar el tránsito de las tropas occidentales que se dirigían al país vecino. Ya en aquél entonces, Ankara alegó la desconfianza de los turcos hacia la política de Norteamérica, país que se estaba convirtiendo, según ellos, en el enemigo potencial de los musulmanes.
Erdogan se negó a apoyar a los kurdos de Kobani mientras Washington y Bruselas no se esforzaran en derrocar al dictador sirio
En el caso del Estado Islámico, las autoridades optaron por supeditar la participación turca en la ofensiva contra los yihadistas a la decisión de Occidente de combatir paralelamente el régimen de Bashar Asad. De hecho, Erdogan se negó a apoyar a los kurdos de Kobani mientras Washington y Bruselas no tomaron cartas en los esfuerzos encaminados a derrocar al dictador sirio.
Pero el día en que Bruselas anunció la adopción de una serie de sanciones contra Damasco (¿más sanciones?) y Washington dejó constancia de su determinación de no variar su postura hacia el Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK), considerado por Occidente una organización terrorista, Erdogan accedió a dar luz verde a los operativos de rescate de Kobani.
Aun así, las relaciones entre Washington y Ankara siguen siendo tensas. El presidente turco aprovecha sus comparecencias televisivas para arremeter contra los nuevos Lawrence de Arabia, es decir, contra los occidentales que, bajo una piel de cordero, tratan de perjudicar los intereses de los musulmanes. Lawrence, recuerda Erdogan, fue un espía ingles disfrazado de árabe. Mas los nuevos Lawrence se disfrazan de periodistas, religiosos, escritores y terroristas. En resumidas cuentas, son gente de poco fiar.
Huelga decir que la desconfianza es mutua. En las últimas semanas, Washington llegó a dudar de la fidelidad de los turcos; Turquía, de la sinceridad de su gran aliado transatlántico. Aunque hoy por hoy, el divorcio o la separación parecen inconcebibles.