Epitafio semiserio para Salvini
Saverio Lodato
Durante muchas semanas jugó con la portería vacía, arrasando con todos los consensos electorales de su fiel aliado.
Se ponía y se quitaba los uniformes con la agilidad del mago Houdini cuando este se deshacía de las cadenas y de los candados, entre los aplausos de su público atónito.
Fue, al mismo tiempo, ministro de todo y del contrario de todo.
Solo, en medio de la cancha y, por supuesto, con la portería vacía. Declaró la guerra a Europa o, cuando ya no se sentía capaz de cumplir hazañas, se limitó a burlarse de los franceses. Echó a patadas a inmigrantes y náufragos, dejó en el agua pateras, lanchas, sacándose autofotos que incluso demostraban su insensibilidad al antiguo dicho “primero las mujeres y los niños”; les dio quebraderos de cabeza a los comandantes de las naves costeras enredando las rutas de la solidaridad; se puso al mando de las excavadoras para lucirse delante de las cámaras a la hora de destruir los campamentos de la población romaní e incluso cogió una metralleta, porque a buen entendedor pocas palabras bastan.
Si era el 25 de abril, se pasaba el día en Corleone, con tal de no desfilar con expartisanos y antifascistas. Y si era el 1 de mayo tenía otras excusas.
Discrepaba de los magistrados “no elegidos por la gente”, porque no aceptaban sus órdenes
Si en Verona se reunían fantasmas medievales para celebrar rituales grupales (rituales modernos, obvio) para defender la familia tradicional, él no faltaba en el escenario.
Y frente a violencias sexuales y pederastia, siempre tenía preparado el garrote (eso sí, siempre verbal) de la castración química.
Discrepaba, nada más tener la ocasión, de los magistrados “no elegidos por la gente”, porque no aceptaban sus órdenes.
Y quería cerrar las tiendas de cannabis.
Y quería volver a abrir las casas cerradas de la Merlin.
Y mantener abierta Casa Pound.
Y quería disparar a los lobos en alta montaña.
Y, hablando de defensa propia, quiso una ley especialmente para eso pero contra los cristianos sorprendidos robando en casa de otros, no solo contra los lobos. Houdini al cubo, Houdini del teclado, perfectamente consciente de que todo es viento, nada más que viento, para ganar algún voto.
Y odiaba a Laura Boldrini, Mimmo Lucano, Roberto Saviano, Gino Strada, Fabio Fazio y a Lilli Gauber…
Y la gente aplaudía. Claro que aplaudía. Y las encuestas aumentaban.
Y los expertos y comentaristas imaginaban panoramas trágicos. Y entonces él se regodeaba, mandaba flores, besos y besitos, y los sondeos cogían aún más vuelo.
Sin embargo, un día, algo cambió. Algo se rompió.
El Mago iba por la calle y por primera vez no solo había gente feliz de acogerlo sino también personas pitándole
Los italianos se dieron cuenta de que el risueño Houdini, el majo Houdini, el hombre que cada dos por tres afirmaba: “Los italianos me pagan para…”, tenía a su lado a un socio en bancarrota fraudulenta que, como subsecretario, había acabado en una investigación por corrupción, que olía a podrido, a muy podrido, ya que incluso se hablaba de mafia. El presidente del gobierno apareció desde lejos y bajó a esa cancha perennemente vacía. Y pretendió expresar su opinión.
Lo mismo lo hizo su aliado, el viceprimer ministro que estaba harto ya de que Houdini le robara todos los votos. Y dijo todo lo que nunca había dicho antes.
Los ministros volvieron a hacer de ministros. Y ellos también tenían mucho que decir.
Y los italianos, por otro lado, no consiguieron entender por qué Houdini quería guardarle el sitio a toda costa a ese subsecretario que había acabado en esa investigación peligrosa.
Y cuando salió a flote el escándalo en Lombardia, los italianos empezaron, con mucho cuidado y a pesar de sentirse desorientados por la sucesión de imprevistos, a buscar refugio.
Y eso estuvo claro y fue evidente el último día útil de las encuestas preelectorales. No había un ambiente positivo. El Mago iba por la calle y por primera vez no solo había gente feliz de acogerlo sino también personas pitándole con pancartas.
Todos estaban hartos del Súpermago.
Y él, frente a las advertencias que lo informaban de una caída que podía acabar en caída libre, intentó desesperadamente cambiar la marcha.
Y echó mano a la pistolera. Estaba vacía.
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(Hace muchos años, los comentaristas definían a Sicilia en el momento de votar como “laboratorio político” por excelencia, destinado a adelantar humores y orientaciones del cuerpo electoral italiano en su totalidad.
No sabemos si esto sigue siendo así; o si, por la destrucción posideológica, Sicilia haya acabado perdiendo sus habilidades adivinatorias por lo que concierne flujos y porcentajes.
Pero da la casualidad de que hoy, justamente en Sicilia, se acude a la segunda vuelta electoral y se abren las urnas cuando las encuestas estén cerradas.
Votos reales contra supuestos votos. Votos reales contra votos soñados con los ojos abiertos, o temidos como una pesadilla, según los miren los interesados directos. Eso va a ser una primera y verdadera interesante encuesta).
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© Saverio Lodato | Publicado en Antimafiaduemila | 11 Mayo 2019 | Traducción del italiano: Carolina Pisanti
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