Mafiosos, ¡a votar!
Saverio Lodato
El 4 de marzo, los mafiosos acudirán a votar. Votarán las listas y los candidatos que les resulten más simpáticos. Se acercarán a las urnas no solo de Palermo, sino de toda Italia. La mafia se ha extendido desde hace tiempo por todo el territorio nacional, después de haberse infiltrado en las regiones que hasta ahora les estaban vedadas. Alguna vez Sicilia y Calabria, Campania y la Puglia, representaban aquella ciénaga desolada y armada hasta los dientes que Giorgio Bocca esbozaba con páginas dramáticas para denunciar que el Estado estaba perdiendo su control del territorio. Hablamos de un cuarto de siglo atrás.
Ya no están aquellos curas heterodoxos que empleaban sus homilías para estigmatizar los crímenes
Giorgio Bocca ya no está. Y se nota la ausencia. Y hace rato que ya no existe tampoco aquella República “suya” –nos referimos al periódico La Repubblica, que tanto contribuyó a difundir y a reforzar la conciencia antimafiosa de todos los italianos. Ya no están, hay que recordarlos también, aquellos curas y aquellos obispos heterodoxos que empleaban sus homilías, sus pastorales, el momento de la confesión, para cristianamente estigmatizar los crímenes y la omertá, el hedonismo de los hombres de negocios y los rituales que eran pura apariencia. Así quedaron sin eco las duras palabras –hoy remachadas, convencidas, pronunciadas, diría uno, para una memoria futura– del papa Francisco.
Se fueron, hay que recordarlos también, grandes personalidades de la cultura y la política que dieron su opinión sobre el tema, e incluyeron los «valores antimafiosos» entre los valores esenciales de una sociedad moderna. En la Italia de hoy, un líder como Enrico Berlinguer, con su obstinación en imponer la Cuestión Ética en el centro de la agenda política, sería considerado “blasfemo” por parte de los maniquíes de lo políticamente correcto que triunfan por doquier, y hospitalizado de urgencia.
Ya no existe, desde hace tiempo, toda una izquierda que durante décadas hizo del empeño antimafia su buque insignia, su principal razón de ser, su deslumbrante tarjeta de visita.
Todo eso ha pasado no porque la mafia, mientras tanto, saliera de escena hasta el punto de desaparecer.
Todo eso ha pasado no porque fuesen insignificantes los golpes represivos anotados por miles de policías, carabineros, policía tributaria, magistrados, testigos valientes e incluso colaboradores de la Justicia. Todo lo contrario.
La política ha sido arrollada por la Mafia, se ha visto infiltrada por aquellos sujetos criminales
Todo eso, en definitiva, no ha pasado por que hubiera un déficit de conciencia civil, por una rendición incondicional de quienes en otras épocas, en otras estaciones, habían creído en ello.
Todo eso ha pasado porque la política se ha desbordado, ha sido arrollada por la Mafia, se ha visto infiltrada por aquellos mismos sujetos criminales a los que le competía arrinconar para siempre.
Serán los historiadores, pero los de un futuro todavía muy lejano, quienes deban explicarse a fondo los nefastos frutos del andreottismo que perduran todavía hoy.
Giulio Andreotti fue siete veces presidente del consejo que no tuvo reparos –palabra del Tribunal Supremo– en encontrarse con los Bontade y Riina en la astuta ilusión de que la “palabra democristiana” pudiera dominar a la “palabra de Cosa Nostra”, la de las armas y los atentados.
Y sin embargo Andreotti, en comparación con ciertos políticos de hoy, parece una inmaculada florecilla del campo dentro de una selva de cactus y de cardos.
Sabemos cómo ha sido.
Se abrió camino a lo largo de los años –y es la primera razón que viene a la mente como explicación parcial de la desolación de hoy en día– la creencia de que con la mafia que no dispara se puede convivir. Pero esto sucedió hace muchos años, en la época de los primeros gobiernos de Forza Italia, los años de la belle époque de Silvio Berlusconi y Marcello Dell’Utri. Di Arcore y Vittorio Mangano, repetidores de televisión y caballos alojados en hoteles, como observó el bueno Paolo Borsellino.
Cosa Nostra, la plantilla entera de la mafia, lo entendió al vuelo. Se adaptaron haciendo de la necesidad virtud, enterrando provisionalmente el arsenal y la santabárbara.
Se adaptaron haciendo de la necesidad virtud, enterrando provisionalmente la santabárbara
Así la política siguió adelante –mucho más abajo, mucho más empequeñecida– descubriendo, muy gozosamente, que con la mafia no solo se podía convivir, sino que se podían concluir negocios a lo grande.
Pero entre hoy y aquel pasado remoto, que se ha agotado miserablemente, ¿qué hay?
Están las masacres de una Antimafia que creía que los “valores” se pueden tener en vida por inercia. Están los escándalos, groseros y repulsivos, de aquellos que estaban convencidos de que la Antimafia era un lugar confortable al sol. Para ganar dinero. Para embolsarse sobornos. Meter en nómina a hijos y nietos. Para defraudar al estado y la comunidad. Para construirse enormes carreras políticas. Entrar en el Parlamento de niños y salir cuando se está en Sunset Boulevard. Incluso –y no faltan casos como este–, para hacer negocios con la mafia en nombre de su calificación como «antimafia».
El nuevo Parlamento, cuando sea, cuando se haga, cuando haya, a buen seguro elegirá su enésima «comisión de investigación sobre el fenómeno de la mafia», ignorando la inutilidad de la última, presidida por Rosy Bindi, que también puso una cierta cantidad de buena voluntad.
Han dejado de creer en el cuento de que la política quiera derrotar a la Mafia
La gente de buena voluntad ha asistido a este espectáculo en directo. Ha visto caer símbolos y estatuas. Presidentes de la República y exponentes políticos que se ponían de rodillas, historiadores y profesores universitarios que falsificaban los documentos. Periodistas que del asunto veían, oían, entendían –y, en consecuencia, escribían– siempre de menos.
La gente de bien no por ello se ha vuelto menos de bien. Pero, en cierto sentido, ha dejado de creer en cuentos. En el cuento de que la política quiera derrotar a la Mafia.
En fin, son aquellos que una vez aplaudieron y gustaron a Michele Greco y Giulio Andreotti, Silvio Berlusconi y Marcello Dell’Utri. Son los mismos que hoy se frotan las manos porque la Antimafia se ha caído con todo el telón.
Estos hombres, que ya son simpáticos vejetes del opinionismo partidarios de la mafia, los mafiosos y los mafiosillos, se ponen negros con solo oír mencionar el Proceso en marcha en Palermo sobre la negociación Estado-Mafia.
Se vuelven locos en cuanto escuchan los nombres de Nino Di Matteo, Francesco Del Bene, Roberto Tartaglia y Vittorio Teresi. Malditos fiscales: ahora que en Italia finalmente se ha despejado la oportunidad para que los políticos hagan negocios con la mafia, ¡están exigiendo fuertes condenas para los gentilhombres de las instituciones acusándoles de haber tratado con la Mafia!
Y se espera que el 4 de marzo los mafiosos, los miles de mafiosos que hay en Italia, entren en la cabina de votación y cumplan con su deber hasta el final.
Nuestra esperanza es que también millones de personas de bien, sin importar cuán disgustadas con lo sucedido, cumplan con su deber hasta el final.
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© Saverio Lodato | Publicado en Antimafiaduemila | 3 Feb 2018 | Traducción del italiano: Cristina Salonna
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