Capaci, 25 años después
Saverio Lodato
El palacio de Justicia de Caltanissetta, corazón de las investigaciones (si bien interminables) sobre el atentado de Capaci y el de la calle D’Amelio, donde fueron asesinados los jueces Falcone y Borsellino respectivamente, debería ser una fortaleza inexpugnable, un santuario de secretos custodiados, herméticamente sellados nos atreveríamos a decir, en vista de posibles reenvíos a juicio, procesos, acusaciones elevadas a pruebas en torno a las páginas más negras, más turbias, más delicadas y, a día de hoy, un cuarto de siglo después, más ilegibles en su conjunto.
No es pedir la luna. No se trata de buscarle los cuatro pies al gato para demostrar que las cosas aquí no funcionan como deberían. Ni nos mueve el espíritu de arruinar la “fiesta” a los optimistas profesionales que ya se están preparando todo ante la proximidad de los Desfiles de Estado del próximo 23 de mayo y del 19 de julio. No, no es esto.
¿Habéis oído hablar de incursiones en la cámara blindada del FBI o de Scotland Yard?
Pero, ¿vosotros habéis oído hablar de incursiones en la cámara blindada del FBI o de Scotland Yard, o del Quai des Orfèvres o en la de la Bundespolizei?
En cambio, la reciente noticia, susurrada de pasada en algún periódico, según la cual durante las vacaciones de Pascua alguien se introdujo con calma seráfica en el despacho de la doctora Lia Sava, fiscal adjunta en Caltanisetta, y responsable de investigaciones hiperdelicadas, debería dejarnos a todos de piedra.
Y a nosotros nos deja doblemente de piedra: desde el momento en que los policías de la científica, una vez descubierta la intrusión, pidieron visionar las filmaciones de las telecámaras instaladas expresamente para la vigilancia de ese despacho, y los correspondientes responsables respondieron que, habiendo sido instaladas hacía poco, todavía no estaban encendidas.
Ahora han sido recogidas las huellas. Ahora indaga, por competente, la Fiscalía de Catania. Ahora vendrán los reproches.
No nos escondamos detrás de esa montaña llamada Retórica: la antimafia está a contraviento. Entendiéndose por esta expresión esa lluvia que, golpeando de lado las ventanas, y por efecto combinado de un viento más puñetero de lo habitual, no puede sino acabar sino metiéndose dentro. De casa, digo. Pero está también la mofa.
Visto que los misteriosos visitantes, después de haber visionado aquello por lo que habían venido, dejaron encendida la computadora de la doctora Sava, aun teniendo tiempo de apagarla, y volcaron algunas macetas, que en la habitación no molestaban lo más mínimo.
Nos gustaría saber de qué sirven las cámaras si permanecen apagadas
En otras palabras, quisieron decir: hemos entrado, hemos tomado lo que nos servía, y queremos que lo sepáis.
Se dirá que han sido mafiosos de la Sicilia interior. Se dirá que han sido emisarios locales de los capos de la Cosa Nostra. Podría ser.
Pero desde el momento en que los atentados de Capaci y de la calle D’Amelio no fueron solo de mafia -¿es muy arriesgado sostenerlo?- nos asalta el disgusto habitual de que el comando entrado en acción en Caltanissetta en realidad no estuviese compuesto por simples descamisados, ya fueran capos o sicarios.
Nos gustaría saber, en definitiva, cómo han sido realmente las cosas. Nos gustaría saber de qué sirven las cámaras si permanecen apagadas.
Y nos ha llamado la atención el hecho de que la cerradura del despacho no hubiera sido forzada.
Refieren, a propósito, algunas crónicas: “Las llaves de las puertas se conservan en una vitrina accesible a varias personas, ya que sirven también al personal de limpieza”. ¿Es muy absurdo decir que se te caen los palos del sombrajo?
¿Qué más decir? Quizá, si una análoga curiosidad afectara también al ministro de Justicia, Andrea Orlando, sabríamos algo más. Primarias del Partido Democrático mediante. Se entiende.
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© Saverio Lodato | Publicado en Antimafiaduemila | 17 Abril 2016 | Traducción del italiano: Alejandro Luque
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