Opinión

La partisana blanca

Saverio Lodato
Saverio Lodato
· 6 minutos

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Tina Anselmi y Anna Vinci / Antimafia 2000

El fascismo se aprendía de memoria; para eso servía el sábado fascista, y debía de haber muy válidos motivos para no celebrarlo, si no querías lamentarlo el lunes siguiente. El fascismo se aprendía de memoria. Luego había otra manera de inculcarlo en la mente de los chicos que iban a la escuela: llevarlos de excursión a uno o más ahorcamientos, para que se dieran cuenta de lo fuerte que era el Estado fascista, qué importantes eran sus propósitos, qué poco dado al diálogo, en definitiva un digno hermano de su aliado nazi.

Un ejemplo del método educativo que se distinguía con la camisa negra: “Yo iba al colegio en Bassano del Grappa, donde frecuentaba el instituto magistral, cuando los fascistas y los nazis obligaron a todos los estudiantes, y a la población, a demorarse en la calle Venezia, hoy calle de los Martini, para asistir al ahorcamiento de cuarenta jóvenes que habían sido capturados tras una batida en el Grappa. Un macabro espectáculo, una advertencia a quien osara rebelarse, aquellos jóvenes presos como rehenes que, sobre la base del principio ético según el cual no es responsable quien no comete el acto –y ellos no eran responsables de ningún acto de guerra– no debían haber sido condenados.”

Habla una partisana blanca. Una partisana católica. Democristiana, parlamentaria, ministra y, una vez acabada la guerra, en aquel Veneto que vio a brigadas partisanas de creyentes, de los que frecuentaban las iglesias, tomar las metralletas con la misma determinación de los grupos de inspiración socialista y comunista.

En las décadas siguientes a la Liberación habría vinculado siempre su nombre a la comisión de investigación sobre la logia P2

Una partisana excepcional, ya que estamos hablando de Tina Anselmi, quien en las décadas siguientes a la Liberación habría vinculado siempre su nombre a la comisión de investigación sobre la logia P2, dirigida por el bandido Licio Gelli, encontrando así su espacio autobiográfico entre el antifascismo de guerra y la lucha contra aquel grumo de poderes ocultos que el 25 de abril de 1945 se resistía a cortar del todo.

Tina Anselmi se lo contó a la escritora y colega Anna Vinci, en un libro, Historia de una pasión política, ahora reeditado por Sperling & Kupfer, con introducción de Dacia Maraini, que debería merecer mucha más atención de la que tiene; cuántas cosas deben todavía los jóvenes italianos “aprender de memoria”, y a menudo equivocadas, en una Italia donde la memoria ha sido vilipendiada, donde hay incluso quienes, periódicamente, echan mano de la milonga de que Mussolini era una cosa y Hitler otra, es decir, que el nazismo fue un horror y el fascismo ideología buena, hecha en casa por italianos valientes.

Y hay un momento en este libro, en el que Tina Anselmi, por el contrario, reivindica en el fondo la Resistencia, cuando se pregunta –y se lo pregunta ella, democristiana– qué cosa habría podido hacer, en la Conferencia de París, Alcide De Gasperi, si no hubiera podido decirle a los Aliados, una vez acabada la guerra: “No todos los italianos son fascistas”.

Ecuchémosla: “Ahora cuando alguien, que evidentemente no ha vivido la Resistencia, dice que no debíamos promover acciones de guerra, porque estas han traído retorsiones, venganzas, estragos, la respuesta que podemos dar es que si no hubiésemos hecho nada, los alemanes y los fascistas habrían ocupado el país durante mucho más tiempo. ¿Cómo nos presentaríamos ante todos aquellos que han combatido el nazifascismo? ¿Ante las naciones vencedoras?”.

Un libro, como no podía ser de otra manera, que estando declinado todo a lo femenino, recorre momentos destacados como la conquista del derecho del voto para las mujeres o el encuentro con Angelina Merlin, “cuando Italia toleraba” –por decirlo con el título de un hermoso libro de Gian Carlo Fusco– y llegaría a ser ley parlamentaria, la ley con su nombre, la que cerrara para siempre las casas de tolerancia; o, análogamente, los hitos, también sufridos, del divorcio y del aborto.

«Creo que la P2 sigue suscitando mucha inquietud. Haría falta saber por qué. Sería interesante”

Nilde Jotti y Aldo Moro (con su sacrificio, tragedia todavía envuelta en la niebla) y Pietro Nenni y Benigno Zaccagnini y Sandro Pertini y Luciano Lama, Enrico Berlinguer, solo por citar algunos nombres: una historia, la de Tina Anselmi, vivida de iguales a iguales con personajes que, como ella, habían soñado una Italia distinta a la de hoy.

¿Pero Tina qué quiere?

¿Pero Tina qué quiere?

Es ella misma, en los capítulos en los que cuenta a Anna Vinci su experiencia en la Comisión parlamentaria de investigación sobre la P2 (entre 1981 y 1984), quien explica el fastidio de muchos de sus colegas parlamentarios: “¿Pero qué quiere Tina? Qué fijación la de la Anselmi con Gelli y la masonería…”

La Partisana Blanca ya no estaba en su Veneto. Estaba en lo más alto de la política romana. Pero ella había comprendido todo lo que había que comprender: “La verdad es que la P2 daba miedo a muchos, incluso a personas que no estaban directamente implicadas. Cuando se la citaba, había temor, preocupación. Y creo que la P2 sigue suscitando mucha inquietud. Haría falta saber por qué. Sería interesante”.

Y alguien, ahora que Tina Anselmi ya no está, debería saber explicar qué son la P2, la P3, la P4 y seguimos contando… Pero estas son cosas que nadie quiere que los italianos aprendan de memoria.

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© Saverio Lodato | Publicado en Antimafiaduemila | 31 Enero 2016 | Traducción del italiano: Alejandro Luque

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