Angostura y soledad frapé
Alejandro Luque
Lamentaba Gloria Fuertes que cuando muere un poeta no pasa nada. Esta noche se nos ha ido uno, y su marcha no abrirá los telediarios ni la primera plana de los periódicos, pero nos ha sacudido el alma a cuantos lo amábamos y admirábamos. A modo de homenaje, reproduzco aquí el prólogo que escribí para su libro ‘Moscas Tres’.
Puedo contar con los dedos de una mano los poetas que me han hecho reír a carcajadas con un solo verso. No son muchos más los que me han conmovido hasta las lágrimas. Pero solo hay uno que haya logrado inducirme la risa y el llanto en un mismo libro, qué digo, ¡en un mismo poema! Ese alquimista único se llama Luis Miguel Madrid, y bajo su apariencia de chico de la calle un tanto despistado –o de marinero varado en los arrecifes del Foro, cuando se calza la camiseta de rayas, la gorra a lo Alberti y una acedía a flor de labios– se oculta un conocedor de los secretos de la emoción pura.
Atribuyo estas y otras proezas suyas al hecho de que el poeta Luis Miguel Madrid, en sus ratos libres, regenta un bar. Un bar de los de antes, es decir, una escuela de sabiduría, un templo de la amistad, un dojo del coqueteo y la conversación como dios manda, con sus mesas de mármol tiznadas por el esperma de las velas, sus camareros lectores de Tólstoi y sus severísimas inspecciones municipales. Allí, asomado al valle del Manzanares, entre Segovia y Bailén como quien dice, tiene nuestro hombre su observatorio de la naturaleza humana.
Sabe que los refrescos le han ganado la partida a los filósofos en la lucha por el espacio vital
Allí, donde el tintineo del hielo en los vasos y el fragor de las botellas se mezclan con la música –jamás estridente, siempre subordinada a las confidencias– funda Luis Miguel Madrid su laboratorio de afectos inoxidables, sentencias senequianas y desopilantes ocurrencias. En medio de esa sinfonía de palabras y cristales y besos con o sin lengua comparece, de improviso, la inspiración. Por eso, mientras sirve uno de sus legendarios gintonics trifásicos, el poeta entiende que la vida “es eso, un combinado de alcohol barato, buenas intenciones,/ unas gotas de angostura, soledad frapé…”. O se atreve a titular un poema 7Up, porque sabe que los refrescos le han ganado la partida a los filósofos en la lucha por el espacio vital.
En este nuevo libro del autor de El sacrificio de ganar o Un gol en la frente encontramos, acaso por primera vez en su obra, retratos fácilmente reconocibles de algunos ilustres parroquianos –también conocidos como Galgos–, como ese memorable Sigfrid (“Hay quien dice que es un peluche disfrazado…/ pero no dicen de qué”), o aquella Isabelle que en el bar de Vicente –nuestro poeta jamás ha incurrido en mezquinas competencias– decreta que Las putas están cansadas; o ese otro anónimo morador de Las Vistillas que, acaso al calor de un licor blanco, concluye que “hace un frío que pela, aunque ayer pegó más fuerte,/ sobre todo al dar la vuelta”.
Imágenes y metáforas que son como llamaradas o cuchillos voladores o remates de chilena
Hay mucho, sí, de barman avizor en estas páginas, pero también de antropólogo nada inocente, como queda de manifiesto en esa promiscua galería o bestiario de lo cotidiano titulado Ñapas. También saca a relucir Luis Miguel Madrid su costado metafísico, nunca solemne pero sí hondo y reflexivo, atravesado por imágenes y metáforas que son como llamaradas o cuchillos voladores o remates de chilena, en lo que el poeta llama con demasiada modestia Chascarrillos. Y así llegamos al último apartado, el que da título al volumen, que viene a ser un compendio de todo lo anterior, solo que concentrado y escamondado. Pero todo eso van a saberlo ustedes apenas salten el engorroso trámite de este prólogo, si es que —con buen criterio— no lo han hecho ya.
Lo que quiero decir es que Luis Miguel Madrid, bajo su aspecto inofensivo de chico de barrio, o de marinero en el asfalto, víctima de una bajamar desmesurada, sigue pulsando las teclas de nuestra sensibilidad como un Thelonious Monk de la palabra bien dicha. De la misma manera no hay que dejarse engañar por el aire absurdo de algunos de sus poemas, ya que sus textos, incluso los aparentemente más lisérgicos, dan una y otra vez en la diana de lo que de verdad importa: la vida y su sentido, el paso del tiempo, el amor y la amistad, la conjura de la soledad, la defensa de la alegría. Todos esos grandes temas que nos hacen reír sin consuelo o llorar a mandíbula batiente, o las dos cosas a la vez.
Sancti Petri, julio de 2017
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