Creación de la felicidad
Mansoura Ezeldin
Según la mitología egipcia, la humanidad se originó a partir de lágrimas. Una leyenda cuenta que venimos de las lágrimas del dios Ra que cayeron sobre la tierra, mezclándose con ella; otra, que somos hijos de las lágrimas del dios Atum.
Las historias difieren en el padre-creador pero coinciden en nuestra esencia: las lágrimas.
La leyenda del dios Ra dice que éste perdió un ojo y mandó a sus dos hijos a buscarlo pero como tardaban en regresar se colocó otro en su lugar. El ojo que se había perdido apareció y, sorprendido por haber sido sustituido, derramó, triste, las lágrimas de las que brotaría el ser humano.
Aquel mito de la creación nos dice que las lágrimas fueron el el nacimiento de la luna
Ra, queriendo premiar al sollozante ojo, lo ofreció ante el dios Tot para que éste lo suspendiera en el cielo e iluminara la noche. Así es como nació la luna.
Aquel mito de la creación nos dice que las lágrimas fueron el origen de la luz de la noche y el nacimiento de la luna. En cierta manera pretende transmitirnos que fueron las lágrimas las que provocaron la felicidad ya que el sufrimiento bien puede ser el paso hacia la alegría; en la oscuridad añoramos la felicidad y en la luz es donde mejor prevemos la suerte.
Cuando pienso en el concepto de “felicidad” doy un repaso a lo que ha sido mi vida desde una perspectiva nueva. No veo arrepentimiento ni nostalgia, solo felicidades que en su día no me lo parecieron, tristezas encubiertas bajo la apariencia de la alegría y otras felicidades que no viví con la intensidad que merecían. Descubro que han sido felicidades radiantes, espléndidas, pero que se encuentran desperdigadas y difusas en la neblina de lo habitual, cotidiano y repetitivo.
Salvo alguna excepción, me doy cuenta de que fueron creadas, casi hechas a mano. Las hice y las mantuve por creer que la felicidad es decisión y voluntad, voluntad de resistir a lo horrible; por querer encontrar los puntos de luz en medio de la oscuridad, mostrárselos al ojo y hacer que éste se acostumbre a captar la belleza e identificarse con ella.
La memoria retiene los momentos de desgracia mientras que los de alegría se evaporan
Ahora vivo una vida-bomba en una ciudad que se tambalea o una vida que se tambalea en una ciudad-bomba. Que el lector elija lo que le plazca. Lo cierto es que el tambaleo y el vivir a la sombra del peligro ha abierto todos los poros para que saboreemos y nos embriaguemos con las visiones de felicidad más simples. En una vida así, a punto de estallar y tambaleándose, me deleito viendo una rosa recién abierta, un melocotonero en flor o a un niño riendo con placer indiferente a un mundo al revés.
Puede que antes no estuviera para preocuparme por estas naderías pero ahora bastan para iluminarme el día y darme alegría. Intento retener la felicidad en la memoria el mayor tiempo posible aunque crea que no hay memoria para la felicidad, casi siempre destinada al olvido; por la razón que sea, la memoria retiene los momentos de desgracia, se complace rumiándolos mientras que los de alegría se evaporan rápidamente. Parece que la felicidad es de naturaleza frágil, instantánea y propensa a desvanecerse con el primer soplo de aire. La tristeza, en cambio, es constante y permanente.
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