El racismo negado
Mansoura Ezeldin
La casa, a la entrada del pueblo de al lado, estaba protegida por el aislamiento. Apenas unos pasos la separaban de las casas adyacentes pero siempre parecía estar rodeada de muros invisibles que impedían a los demás acercarse y a ellos comunicarse con el mundo exterior.
La casa de “El Abd”. Así la llamaban. Tenía las ventanas siempre cerradas y las puertas rara vez se abrían. En contadas ocasiones pude ver a los niños de la casa salir a jugar afuera. Ni el padre ni la madre querían que jugaran con los demás niños y a su vez los hijos de los vecinos también los marginaban.
Con el tiempo, me di cuenta de que “El Abd” no era el nombre del dueño de la casa o el apellido familiar, como podría ser, sino su mote cuyo significado original, “el siervo”, aludía al color oscuro de su piel. Por entonces yo no sabía si la gente le discriminaba por su profesión, ya que se dedicaba a enterrar a los muertos, o por el color de la piel.
El segundo “El Abd” no se parecía en nada al primero salvo en el color de la piel y el aislamiento
Cuando empecé a ir a la escuela secundaria en otro pueblo de la comarca, conocí a uno al que también llamaban “El Abd”. No se parecía en nada al primero salvo en el color de la piel y el aislamiento al que le habían obligado. Por eso comprendí que la cuestión iba más allá de una profesión desagradable.
Éste tenía un pequeño restaurante de ful y tamiye (habichuelas y falafel) cerca de la entrada de la escuela. Me acuerdo de que los chicos le hacían boicot y preferían andar una buena caminata para comprarse un bocadillo en otro restaurante. La mayoría nunca habían probado los de “El Abd” pero eso no quitó para que se les tildara de ser bocadillos peores y menos higiénicos.
Un racismo inocente – si es que se puede asociar la inocencia al racismo – es lo que hizo que los chavales mostraran su rechazo y bromearan acerca del color oscuro de la piel con palabras aprendidas de los mayores.
Lo que me llamaba la atención era que muchos de aquellos compañeros mostraban un gran respeto hacia los futbolistas africanos y a algunos les gustaban actores afroamericanos de Hollywood. Pero eso no quitaba para que despreciaran a quienes conocían en persona con la piel más oscura que la suya, como si la diferencia de aspecto o clase fuera un hecho castigable.
El color de la piel era el principal motivo por el que la familia se oponía al matrimonio
Esta cuestión no se limita al campo. También es muy común en las ciudades. Una amiga de El Cairo tuvo que escaparse para casarse con su novio africano. A su familia no le daba vergüenza admitir que el color de la piel era el principal motivo por el que se oponían al matrimonio y que no querían que sus nietos heredaran el color de su padre. Intentaron excusarse alegando que el temor se debía a la preocupación por los posibles nietos ya que no querían que se vieran expuestos a discriminación o burlas por parte de sus familiares.
Las justificaciones de la familia de mi amiga no son tan extrañas, pues quien adopta prácticas discriminatorias o racistas hacia los demás, se refugia en argumentos o excusas triviales y no reconoce que es racista. Esto nos lleva a una característica propia del racismo a la egipcia, es decir, ajeno a si mismo. La mayoría de los egipcios insisten en que el racismo es cosa de otros y que nuestra sociedad está completamente libre de prácticas racistas. Egipto, el que se inventa y se imagina en la cabeza de muchos egipcios, está formado por una sociedad de “ángeles” y “víctimas” y todos los juicios, interpretaciones y dichos racistas contra pueblos y razas son simples “bromas” y “payasadas inocentes”.
¿Te ha gustado esta columna?
Puedes ayudarnos a seguir trabajando
Donación única | Quiero ser socia |