Mar Mikhael huele a hipster
Ethel Bonet
Beirut
Vivo en Mar Mikhael–Al Nahar. No confundirlo con Mar Mikhael, ya que si no, el taxista acabará llevándote a la Iglesia de San Miguel, en el área de Msharfiyeh, y, precisamente, rezar no creo que sea la idea que uno lleva en mente cuando visita mi barrio. Aunque, quien sabe, si después de varias copas en la “Happy Hour” podrías acabar confesándote.
En los últimos diez años, este barrio cristiano-maronita, en el céntrico distrito de Ashrafiyeh, ha emergido como uno de centros de la “movida” beirutí. Mar Mikhael es la prolongación natural de Gemayzeh, también rodeada de bares y restaurantes, pero de esencia más bohemia.
Poco a poco, los pubs, cafeterías y restaurantes poco económicos han ido sustituyendo las tiendas de toldos y talleres de coche.
En estos tiempos de paranoia yihadista, los hipsters deben llevar cuidado con la longitud y espesura de la barba
Mar Mikhael, ahora, huele a hispter. Sus cafeterías “fashion vintage” ofrecen chocolate caliente con nubecitas o tés del mundo, que puedes acompañar con brioche de pepitas chocolate, tartaletas de mus de plátano con chocolate, o tartas casera de “potiron” (calabaza, en francés). Para no sentirte desencajado en el lugar es necesario vestir, si eres hombre, camisa de cuadros y luenga barba, con gafas de pasta negra, y, si eres mujer, camiseta ancha y pantalón de pitillo de talle alto por encima de la cintura.
Pero en estos tiempos de paranoia yihadista hay que llevar cuidado con la longitud y espesura de la barba ya que a más de uno la policía le ha dado un buen susto por sus pintas.
Las construcciones de los edificios del barrio son un ejemplo de atentado contra el urbanismo. En la calle principal se fusionan viviendas de principios de siglo XX de estilo francés, que se mantienen en ruinas, junto a edificios altos de hormigón, y en medio una construcción vanguardista con fachada ecológica. No hay ni un solo espacio verde y los solares son usados de vertedero o de aparcamientos pirata. Mar Mikhael es conocida por sus típicas escaleras empinadas que suben al genuino barrio de Geitawi, feudo falangista durante la guerra civil libanesa.
Quienes pueden, prefieren lucir sus coches de lujo, inmovilizados en el tráfico, antes que venir caminando
El tráfico es un suplicio. La calle principal está siempre congestionada y durante las noches del fin de semana es una odisea circular. Pero los libaneses que pueden, prefieren lucir sus coches de lujo, aunque tengan que permanecer más de una hora inmovilizados sin poder avanzar un metro, antes que venir caminando por la calle.
Pese a todo ello, Mar Mikhael es uno de los vecindarios preferidos por los extranjeros para alquilar una vivienda.
Los cambios que ha ido sufriendo el barrio no han alterado los hábitos y tradiciones del vecindario. La mayoría de vecinos son católicos maronitas, de clase media, que muestran su devoción con hornacinas de la Virgen en las entradas de los edificios o crucifijos en las puertas de la casas como si se estuvieran protegiendo de los vampiros. Mis vecinos prefieren dirigirse entre ellos en francés o arabo-francés, aunque todos hablen árabe, y a ti aunque tú no hables francés. Especialmente los cristianos de Beirut viven anclados en los tiempos de la colonización francesa y consideran que parler la langue française es un signo de distinción.
El humor de los vecinos cambia con las estaciones del año. En invierno, cuando no hay problemas de agua, todo el mundo es afable y te recibe con una sonrisa al entrar al ascensor. La cosa cambia cuando termina la estación de lluvia, y se secan, literalmente, las tuberías. Entonces, vienen las malas caras y se dispara la guerra vecinal por el agua.
La transformación del barrio comienza a partir de las 4 de la tarde, coincidiendo con el horario de la “Happy Hour”. Al reclamo de la cerveza o la copa a mitad de precio, los bares de la avenida principal empiezan a llenarse de hipsters, pijos y expatriados que le dan a Mar Mikhael esa aureola de modernidad.
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