Una ventana a Tahrir
Nuria Tesón
El Cairo
Empiezo estas líneas con cautela porque el otoño siempre trae saudade y estos días me encuentro lejos de El Cairo. No sea que las musas y Estambul me la jueguen y acabe como el día: lluviosa y gris. Pero dejemos a los cuervos llevarse esas nubes y abramos la ventana a poniente de la calle Al Hadiqa.
Ahí están las palmeras enhiestas, sugerentes, que asoman por la tapia del viejo consulado de Arabia Saudí; el gigantesco mango, cubierto de una nube de polvo y unos metros más cerca del suelo las acacias, meciéndose arriba y abajo, casi acariciando el aire, formando un mar verde y sedoso sostenido por huesudas ramas. Como esqueletos premonitorios.
Salama limpia el parabrisas de un Lada con el bajo de la galabeya remangado. Y Amm Rabia, a escasos cien metros, acaricia a uno de sus gatos junto a un policía tripón que sorbe un té caliente y oscuro mientras observa indolente a un par de reclutas sentados en un poyo, que balancean sus piernas con el casco y las armas olvidados contra la pared. Los baouab, los porteros, y la policía, grandes protagonistas de la vida en Garden City.
Los baouab, los porteros, y la policía son los grandes protagonistas de la vida en Garden City
Los galaba, en referencia a la chilaba que suelen vestir, son la sangre de este barrio acomodado. Semiesclavos de una clase social acomodada acostumbrada a no verles a su paso escaleras arriba o abajo. Ellos, solos muchas veces o con sus extensas familias otras, ocupan cuartos ínfimos en los bajos de los edificios, siempre acarreando bolsas o haciendo mandados, siempre puliendo y limpiando el ascensor que no les dejan usar, o aparcando coches para sacar unas escasas libras extra.
Todo por unos 50 euros al mes que en el caso de Salama van a parar íntegramente a su esposa e hijos en Kom Ombo. Ni para fumigar el cuartucho en el que ha pasado los últimos 15 años le llega… Así fue como conocí los chinches, que acabaron llegando al tercer piso con nocturnidad y alevosía.
Los uniformados son la otra plaga que padece Egipto y cuya presencia se ha hecho más presente y molesta con el paso de los años en mi barrio. Aunque con estos no ha sido posible acabar llamando al fumigador, por desgracia. Más bien han sido ello en distintos momentos los que se han empleado a fondo en gasearnos, dispararnos y reprimirnos cual viles insectos que había que purgar.
Mi ventana sólo ha tenido un pedazo de Nilo, pero siempre tuvo la Historia ocurriendo al otro lado del cristal
Mis memorias cairotas siempre estarán unidas a Garden City, Qasr el Ainy y la plaza de Tahrir. Ese triángulo de las Bermudas en el que ha sucedido todo lo que uno pueda imaginar. Bueno y malo. Mi ventana sólo ha tenido un pedazo de Nilo brillando a la luz del sol los últimos años pero siempre tuvo la Historia ocurriendo al otro lado del cristal. Bueno, no siempre. Cuando junto a mi compañero de todo, Miguel Ángel, cogí la maleta y me plante en La Victoriosa con un bloc de notas, una handycam y un puñado de sueños, no podía imaginar que uno de aquéllos que acariciaba vendría a estrellarse, literalmente, cierto como la luz del día, enorme como las pirámides de Gizeh, contra mi balcón.
La revolución del 25 de enero de 2011 llegó anunciada a bombo y platillo tras los eventos de Túnez, pero Mubarak hacía impensable que aquello cuajara en un país del tamaño y la importancia de Egipto. Tras la reciente decisión judicial de declararle inocente de los cargos de asesinato de manifestantes más de 900 (sin contar los desaparecidos), que ocurrieron esos días, se hace difícil pensar que aquello no fuera sino un espejismo. Pero la revolución ocurrió, haya venido lo que haya venido después. Y aquellas ventanas del número 3 de la calle Al Hadiqa nos dieron asientos de primera fila.
Garden City es un laberinto intrincado de calles que se retuercen y se cruzan, uno de los barrios con más árboles y jardines de la ciudad, que alberga algunos de los edificios y palacetes más hermosos de El Cairo. Y también varias embajadas, consulados y sedes de organismos internacionales. Todos cubiertos por una pátina grisácea de esa desidia tan egipcia.
Entre sus recovecos hay lugar para tenderos ambulantes de fruta fresca, voceadores de refrescante kharoub, vendedores de higos chumbos… Hay un lugar para los niños que juegan a ser Messi o Cristiano Ronaldo, para los hombres del Golfo con sus maletines y sus casas alquiladas para tener una puta disponible durante las vacaciones.
También hay hueco para los expatriados que disfrutan de la selecta vecindad. Nuestro rincón cairota esconde la consulta del escritor-dentista Alaa Al Aswany y la residencia del ex presidente-candidato-fulul de la Liga Árabe Amro Mussa, por no mencionar la de un sinfín de cineastas, actrices, artistas… y periodistas, claro. Ursula Lindsey e Issander el Amrani , The Arabist, nuestros vecinos de descansillo entre ellos.
El Garden City club vio surgir el movimiento Tahrir Bodyguard contra el acoso sexual durante las manifestaciones
Muchos se reúnen en el selecto Garden City club, que vio surgir, por ejemplo, el movimiento Tahrir Bodyguard, contra el acoso sexual durante las manifestaciones. Pero nuestro bloque, sin ser tan exclusivo se precia de llevar los últimos 20 años albergando periodistas. Y, mitómanos que somos, atesoramos esos recuerdos siempre unidos a la actualidad que ya ha hecho historia. Como cuando junto a Issander, congelados frente al televisor, oímos cómo la guardia presidencial se lanzaba a la calle el Viernes de la Ira, el 28 de enero de 2011, minutos antes de correr nosotros mismos a la calle, Miguel, Álvaro Zamarreño…, para ver cómo los tanques entraban en Tahrir por primera vez en décadas.
Al rebufo de las protestas se dejaron caer por allí Maruja Torres, la Hora 25 de Angels Barceló, Daniel Iriarte o el fotógrafo de El País Claudio Álvarez, entre otros, y encontraron listo un té, un raki, o un buen caldo de la Tierra del Vino de Cabañas de Sayago, dependiendo de la ocasión. Otros sólo pudieron disfrutar de una buena ración de vinagre o refresco de cola, contra los efectos del gas lacrimógeno y de una ventana a la revolución egipcia.
Uno de los primeros recuerdos que tengo de aquella ventana es una estampa cairota muy poco habitual. Una tormenta apocalíptica con un cielo rojo de madrugada. Los musulmanes celebraban la fiesta del cordero y Garden City se había transformado en un establo portátil con cientos de borregos y hasta terneras balando en rediles improvisados en los garajes o atados a algún árbol esperando ser sacrificadas. Una escena bucólica y singular cargada de simbolismo y belleza.
Una tormenta apocalíptica con un cielo rojo de madrugada: los musulmanes celebraban la fiesta del cordero
Pero el sonido de la lluvia aquella madrugada, el olor de la sangre y la habilidad del cuchillo del matarife, con empuñaduras hechas con pezuñas de los propios cabritos, no resultan en la distancia tan idílicas, sino más bien premonitorias de lo que un año largo después vería Garden City y todo Egipto. Las mismas alcantarillas teñidas de rojo, otros carniceros, gritos desesperados…
La mirada que me devuelve estos días Estambul es celosa. El Bósforo me trae nostalgias de Nilo y de mezquitas que no suenan como mi corazón recuerda. No se pueden comparar dos capitales tan inmensas en todos los sentidos pero si hay algo diferente en ambas además del clima, son los sonidos. El de aquellos corderos barruntando el sacrificio; el de los coches de la cercana Qasr el Ainy y su atasco incesante; el de los gases lacrimógenos y los disparos el 25 de enero y todos los días y años que ha durado la revolución y contrarrevolución; el de las canciones embriagadas con amigos celebrando que estábamos vivos; o las consignas contra Mubarak, Shafik, Tantawy, Morsi y Sisi sucesivamente. Contra la tiranía y por la libertad.
Incluso ahora se me hace difícil acostumbrarme al silencio. Sé que por la ventana de La Hadiqa se están colando los gritos de las renovadas protestas contra el régimen que no cayó. Parece que las palabras no cuajan sobre el papel si no hay un barullo que las empuje. Mi barrio cairota, como la propia ciudad, nunca duerme. Y se cuela por la ventana, por los postigos de madera que no cierran bien, por las puertas que no aíslan. Como el polvo del desierto cercano que da ese color tan peculiar de decadencia, abandono y encanto a la ciudad.
Aún sigue en el balcón la puerta del armario que usamos para protegernos de las piedras y botes de gas lacrimógeno que se lanzaron en la batalla de Garden City mientras intentábamos sacar unas imágenes.
A plena luz del día se atrevieron a torturar con la impunidad del que sabe que tiene la sartén por el mango.
Imágenes y ruido. Ambas palabras juntas a través de esa ventana hacen que aún se me encoja el estómago. Gritos de dolor, gemidos animales, chasquidos de descargas eléctricas y latigazos arrancando la piel, súplicas… Nunca hasta entonces había sido consciente de lo que un ser humano es capaz de hacerle a otro. Fue aquella ventana, pasado el fervor revolucionario, en los primeros días del gobierno del mariscal Tantawy, la que dejó al descubierto también la cara del Ejército. No porque no supiéramos lo que hacía, igual que la Policía, en las cárceles y centros de detención, sino por el hecho de que a plena luz del día se atreviera a torturar con la impunidad del que sabe que tiene la sartén por el mango.
Prueba de que poco importa lo que hicieran, es que un nuevo militar, Abdel Fatah Sisi, está sentado en el trono del Palacio presidencial de Heliópolis. Presenciarlo y no poder pararlo fue uno de los momentos de mayor frustración e impotencia que hasta el momento he sufrido en esta profesión, pero al menos, la cámara de Miguel logró llevar la denuncia a la portada de medios de todo el mundo.
La sombra de las palmeras, el mango y las acacias desaparece. Los fantasmas de Garden City arrastran una nube de polvo
Esa cámara me trae además recuerdos un poco más felices de Garden City, donde nació El alma del Mundo, en un estudio escondido, con dos estancias guardado por el maravilloso Amm Rabia. En aquel libro, que ha sido exposición desde El Cairo a París, pasando por Madrid, Miguel Ángel Sánchez y yo hicimos un retrato de Egipto a través de sus habitantes, muchos de los cuales bien podrían entresacarse para hacer un retrato de Garden City. Los baouab, Amm Rabia y Salama, el Hajj que pide limosna, la hermosa Merbat, vendedora de jazmines, Mamduh el veterinario, Al Aswany. El Cairo entero se condensa en ese barrio que sin embargo es un remanso de paz, como el Nilo, en medio de la furia desordenada de esta imponente urbe.
La luz se va, la sombra de las palmeras, el mango y las acacias desaparece. Los fantasmas de Garden City arrastran una nube de polvo. El sol hace rato que recorrió la orilla de los muertos y suenan consignas de las revoluciones que están por venir. El viento recorre cada hoja seca, arrinconándola entre las botas de los reclutas exhaustos. Amm Rabia revuelve un té Salama apura un cigarrillo, la mirada perdida. Es hora de cerrar los postigos. Mañana, inshallah, volveremos a despertar en Garden City.
Especial para M’Sur