Pagamos igual
Aïcha Zaïmi Sakhri
Con las vacaciones y el ramadán a la vuelta de la esquina, nos asaltan unas ganas repentinas de decir stop a todo. Hablo de las mujeres que trabajamos. No es que esté diciendo algo nuevo, es la vieja cantinela: las mujeres hacen doble jornada. En el trabajo, como los hombres, y en casa, para gestionar su vida cotidiana. ¿A cambio de qué?
Esa gestión de la vida cotidiana que nos toca “por naturaleza” ni se reconoce ni se remunera. Al hombre se le considera oficialmente como cabeza de hogar, y es el hombre quien recibe las asignaciones de la Seguridad Social, magras pero reales. Mientras tanto, cuando trabajan fuera, las mujeres a menudo deben arremangarse el doble para imponerse… y acabar recibiendo un salario un 30 por ciento inferior, a iguales competencias. Es decir: trabajan más para ganar menos. Y sin embargo, las mujeres pagan los mismos impuestos que los hombres, abonan sus compras al mismo precio y su voto tiene el mismo peso. Cuando se trata de pagar, a las mujeres se les considera ciudadanas de pleno derecho. Al cobrarles, el dinero no tiene olor ni sexo.
Las mujeres reciben un salario un 30 % inferior. Quieren nuestros impuestos, pero sin dar nada a cambio.
Pero cuando se trata de ser partícipe de un derecho o recibir una ayuda pública, la mujer se convierte en semiciudadana. Se da por supuesto que su marido la mantendrá. En resumen: quieren nuestros impuestos, pero sin dar nada a cambio. Incluso la jubilación por la que cotizamos acabará en papel mojado si tenemos el mal gusto de dejar este mundo antes que nuestro amantísimo marido. Nuestra contribución financiera se ha convertido en elemento vital no sólo para el hogar sino también para el Estado, pero las leyes que rigen la igualdad en materia de derechos sociales y de herencia siguen discriminándonos.
Las mujeres ya han estrenado la independencia financiera. Contribuyen a los gastos del hogar y a los del Estado. Las leyes deben adaptarse a la realidad. Si no, para ser coherentes, las mujeres que trabajan sólo deberían pagar el 50% de los impuestos que pagan los hombres y cotizar de forma reducida a la seguridad social.
La religión vela por los privilegios de los varones, pero desaparece cuando se trata de sus obligaciones
La verdad es que hoy hay que tener una voluntad a prueba de fuego para soñar con una carrera laboral y no caer en el esquema tradicional: encontrar a un marido ricachón y ocuparse del hogar. Y encima, eso tampoco es tan fácil. Con la crisis, raro es el hombre que puede intentar ocuparse él solo de mantener una familia. A un hombre que hereda el doble que su hermana, se le supone que se ocupe de ella y le ponga casa, comida y colada. No veo a nadie en mi círculo cercano, ni en el lejano, que sea capaz de hacerlo.
La religión tiene las espaldas muy anchas cuando se trata de conservar los privilegios de los varones, pero desaparece rápidamente del escenario cuando se trata de sus obligaciones. Sin embargo, la igualdad no funciona sin justicia ni igualdad en todos los niveles.
Para terminar citaré esta frase de Hassan Aourid en la última Women’s Tribune, en Essaouira: “¿Qué proyecto de sociedad queremos para nuestro país? Si optamos por una modernidad de verdad, todo se debe pasar por ese filtro, también las leyes de la herencia”. Porque hoy día, las mujeres trabajan, participan y pagan sus impuestos como todo el mundo. Y no lo hacen para perpetuar un sistema que es injusto con ellas en el plano jurídico, social y financiera. ¡Un poco de coherencia, por favor!