Shukran, Israel
Uri Avnery
Tel Aviv | Diciembre 2011
Si los movimientos islamistas ascienden al poder en toda la región, deberán agradecérselo a su némesis, Israel.
Es posible que los islamistas nunca hubieran podido ver sus sueños hechos realidad sin la ayuda, tanto activa como pasiva, de los sucesivos gobiernos israelíes.
Esto es cierto en Gaza, Beirut, Cairo e incluso en Teherán.
Tomemos el caso de Hamás, por ejemplo.
A lo largo de todo el territorio árabe, los distintos dictadores se han enfrentado a un dilema común: podían suspender todos los eventos políticos y cívicos, pero no cerrar las mezquitas. En ellas, la población se congrega para rezar, organizar obras benéficas y, en secreto, establecer grupos políticos. Antes de que Twitter o Facebook existieran, esta era la única forma de llegar a las masas.
Uno de los dictadores afectados por este dilema fue el gobernador militar de Israel en la Palestina ocupada. Desde un primer momento prohibió cualquier clase de actividad política; incluso se encarcelaba a los activistas en pro de la paz. Se deportaba a los defensores de la no violencia y se cerraban centros cívicos; solo las mezquitas permanecían abiertas, y allí la gente podía reunirse. Pero esto fue más allá de tolerar estas reuniones. El Servicio de Seguridad General (más conocido como ShinBet o Shabak) empezó a mostrar un vivo interés por el progreso de las mezquitas. Si la gente reza cinco veces al día, es de suponer que no tengan tiempo para fabricar bombas.
Según el Shabak, su principal enemigo era la terrible OLP (Organización para la Liberación de Palestina), liderada por el monstruo conocido como Yasser Arafat. Esta era una organización laica, con varios destacados miembros cristianos, que aspiraban a hacer de Palestina un Estado no basado en la religión. Eran enemigos de los islamistas que abogaban por un califato panislámico.
Se creía que impulsando al pueblo palestino hacia el islam se debilitaría la OLP y su facción, Fatah, por lo que se llevaron a cabo todas las medidas posibles para ayudar al movimiento islamista de manera discreta. Cada vez que ocurría algún infortunio, el Shin Bet se congratulaba de su ingenio al ver su plan surtir efecto.
Para burlar a Amal en Líbano, Israel alentó a una fuerza rival pequeña, pero más radical: Hizbulá
En diciembre de 1987 se desató la primera intifada. Los islamistas más populares rivalizaban con las agrupaciones más radicales y, en cuestión de días, se creó el Movimiento de Resistencia Islámica (de acrónimo ‘Hamás’), que pasó a ser la principal amenaza de Israel. Sin embargo, pasó más de un año antes de que el Shabak arrestara al líder de Hamás, el jeque Ahmed Yasín. Y es que, para poder hacer frente a este nuevo peligro, Israel tuvo que llegar a un acuerdo con la OLP en Oslo.
Ahora, ironía de las ironías, Hamas está a punto de unirse a la OLP y formar parte de un gobierno palestino de unidad nacional. Realmente deberían mandarnos un mensaje de shukran (“gracias”).
Nuestro papel en el ascenso al poder de Hizbulá es menos directo, pero no por ello menos efectivo.
Cuando Ariel Sharon invadió Líbano en 1982, sus tropas tuvieron que atravesar el sur, territorio mayoritariamente chií. Allí, los chiíes recibían a los soldados israelíes como libertadores que iban a salvarlos de la OLP, organismo que había convertido la región en un Estado dentro del Estado.
Mientras seguía a las tropas en mi propio coche e intentaba llegar al frente, tuve que cruzar al menos una docena de aldeas chiíes, y en cada una de ellas los aldeanos insistían en invitarme a tomar café en sus hogares.
Nadie, si tan siquiera Sharon, prestaba mucha atención a los chiíes. En la federación de comunidades autónomas etno-religiosas conocida como Líbano, a ellos se les consideraba oprimidos e indefensos.
Pero los israelíes acabaron abusando de su hospitalidad. Los chiíes solo necesitaron unas semanas para caer en la cuenta de que las tropas no tenían intención de marcharse. Así que, por primera vez en la historia, se rebelaron. El principal grupo político, Amal (que significa “esperanza”), empezó a llevar a cabo pequeñas acciones armadas. Y, al no darse los israelíes por aludidos, aumentaron los ataques hasta convertirse en una guerra de guerrillas en toda regla.
Para burlar a Amal, Israel alentó a una fuerza rival pequeña, pero más radical: el Partido de Dios, Hizbulá.
A medida que el conflicto entre Israel y Palestina empeoraba, crecía la popularidad de los Hermanos Musulmanes
Si Israel se hubiera retirado entonces (como exigía mi revista Haolam Hazeh), el daño hubiera sido leve. Sin embargo, permanecieron allí 18 años, dando tiempo suficiente a Hizbulá para convertirse en una eficaz máquina de combate, ganarse la admiración de todos los árabes, tomar el poder en la comunidad chií y convertirse en la fuerza política más poderosa del Líbano.
Ellos también nos deberían dar las shukran.
El caso de los Hermanos Musulmanes es algo más complejo. La organización se fundó en 1928, 20 años antes que el Estado de Israel. En 1948, sus miembros se alistaron como voluntarios para luchar contra nosotros. Son fervientes defensores del panislamismo, por lo que la grave situación palestina les toca de cerca.
A medida que el conflicto entre Israel y Palestina empeoraba, la popularidad de la Hermandad crecía. Desde la guerra de 1967 en la que Egipto perdió el Sinaí, e incluso más tras el acuerdo de paz con Israel, el resentimiento de los egipcios y de todo el mundo árabe se avivó y arraigó profundamente. A pesar de que no tomaron parte en el asesinato de Anwar Sadat, sí que se alegraron de ello.
La oposición a dicho acuerdo de paz no era únicamente islamista, sino que fue toda una reacción por parte del pueblo egipcio que, en su mayoría, se sentía traicionado y engañado por Israel. El componente palestino fue indispensable en los acuerdos de Camp David; sin él, Egipto no hubiera llegado jamás a un trato. Sadat, todo un visionario, creía firmemente que los acuerdos darían lugar a la pronta formación del Estado de Palestina. Pero Menachem Begin, como buen abogado, prestaba atención a la letra pequeña. Generaciones de judíos se han criado estudiando el Talmud: una recopilación de precedentes legales. Por tanto, sus mentes han sido moldeadas por argumentos legalistas. No en vano son los abogados judíos los más demandados en todo el mundo.
En realidad, los acuerdos no hacen mención alguna al Estado de Palestina, únicamente a su autonomía, formulada de tal forma que permitía a Israel continuar con su ocupación. El resentimiento de los egipcios era palpable, puesto que eso no era lo que se les hizo creer. Convencidos de que su país es el líder del mundo árabe, recaía sobre ellos una cierta responsabilidad con respecto a todas las naciones integrantes, y no podían soportar ser considerados los traidores de sus pobres e indefensos primos palestinos.
¿Dónde estaría la República Islámica de Irán ahora de no ser por Israel? Deberían darnos las gracias
Mucho antes de ser derrocado, Hosni Mubarak ya era considerado como el perro faldero de los israelíes, alguien pagado por Estados Unidos. Su papel en el asedio israelí de millón y medio de palestinos en la franja de Gaza resultó particularmente humillante para el pueblo egipcio.
Desde comienzos de la década de 1920, varios activistas y líderes de la Hermandad han sido ejecutados, encarcelados o torturados. Tienen una intachable fama de ser contrarios al régimen, a lo que se sumaba su postura a favor de los palestinos.
Si israelíes y palestinos hubieran hecho las paces en un momento dado, la Hermandad hubiera perdido esplendor. Sin embargo, actualmente resultan ser la principal fuerza política en las elecciones democráticas de Egipto.
Shukran, Israel.
No podemos olvidarnos de la República de Irán. Ellos también están en deuda con nosotros. Y bastante.
En 1951, durante las primeras elecciones democráticas de un país islámico, Muhammad Mossadeq fue elegido presidente. El sah, Mohammad Reza Pahlavi, en el cargo desde que los británicos se lo confirieran durante la Segunda Guerra Mundial, fue destituido y Mossadeq nacionalizó la industria petrolera. Hasta ese momento, los británicos habían estado robando al pueblo iraní, pagándoles una miseria por el oro negro.
Dos años más tarde, el sah recuperó su cargo y devolvió el petróleo a los despreciables británicos y sus socios tras un golpe organizado por el MI6 y la CIA. Es posible que Israel no tomara parte en dicho golpe, pero sí que se benefició del regreso del sah. Los israelíes hacían fortuna vendiendo armas al ejército iraní y los agentes del Shabak israelí formaban a la Savak, nombre con que se conocía a la temida policía secreta al servicio del sah, y se creía que también les enseñaban técnicas de tortura. El sah, por su parte, contribuyó a la construcción de un gasoducto para el petróleo iraní que fuera desde Eilat hasta Ascalón. Generales israelíes viajaron desde Irán al Kurdistán iraquí para ayudar en la rebelión contra Bagdad.
Si bien Israel ha contribuido en gran medida al despertar islámico, no ha sido ni el único ni el mayor colaborador
Por aquel entonces, los líderes de Israel cooperaban con el régimen sudafricano del apartheid en el desarrollo de armamento nuclear. Ambas naciones se ofrecieron a colaborar con el sah para hacer también de Irán una potencia nuclear. Pero antes incluso de que dicha colaboración se hiciera efectiva, la revolución islámica de febrero de 1979 derrocó al despreciado soberano. Desde entonces, el odio por el Gran Satán (Estados Unidos) y el pequeño Satán (nosotros) ha tenido un papel protagonista en la propaganda del régimen islámico: ha contribuido a mantener fieles a las masas, de manera que Mahmud Ahmadineyad está haciendo uso de ese rencor para reforzar su gobierno.
Parece ser que todas las facciones iraníes, incluida la oposición, apoyan en estos momentos el afán de Irán por conseguir su propia bomba nuclear con la supuesta intención de impedir un ataque por parte de Israel. (Esta semana, el jefe del Mossad anunció que la existencia de una bomba nuclear iraní no supondría un “peligro existencial” para Israel).
¿Dónde estaría la República Islámica ahora de no ser por Israel? Deberían realmente darnos las gracias.
Aún así, no seamos muy megalómanos. Si bien Israel ha contribuido en gran medida al despertar islámico, no ha sido ni el único ni el mayor colaborador.
Por extraño que resulte, el fundamentalismo oscurantista religioso parece expresar el Zeitgeist. Karen Armstrong, historiadora y exmonja, ha escrito un libro muy interesante sobre los tres movimientos fundamentalistas del mundo islámico, Estados Unidos e Israel que muestra un patrón evidente: los distintos movimientos (musulmán, cristiano y judío) han pasado por fases prácticamente idénticas y simultáneas.
En estos momentos, Israel se encuentra sumido en el caos: la comunidad ortodoxa está usando su poder en varias zonas del país para obligar a mujeres a sentarse en la parte de atrás de los autobuses, separadas del resto, como ocurría antiguamente con los negros en Alabama, e incluso caminar por aceras distintas a los demás.
Los soldados religiosos tienen terminantemente prohibido por sus rabinos oír cantar a mujeres. En los barrios ortodoxos, las mujeres se ven forzadas a cubrir sus cuerpos con vestimentas que solo muestran sus caras y manos, incluso con temperaturas superiores a 30º C. A una niña de 8 años de familia religiosa le escupieron por la calle al no ser su ropa lo suficientemente “recatada”. Ante esto, mujeres laicas ondearon pancartas que leían “Teherán está aquí” como contramanifestación.
Puede que algún día el Israel fundamentalista llegue a hacer las paces con el mundo islámico más fundamentalista, apadrinado por un presidente de Estados Unidos también fundamentalista.
A menos que paremos ese proceso ahora que aún podemos.
·
© Uri Avnery · Publicado en Gush Shalom · 31 Dic 2011 | Traducción del inglés (2024): Marta López de Alda