El certificado electoral
Hürrem Sönmez
Hace pocos días tuvo lugar un accidente de trabajo como hay decenas cada día. En Viranşehir, en la provincia de Urfa, se desplomó un edificio de dos plantas mientras los obreros trabajaban en el lugar. Aslan Durman se quedó enterrado bajo los cascotes. Las agencias de noticias titularon: “Recuperado de los escombros el cuerpo sin vida del maestro encofrador Aslan Durman”. Fue el reportero Hacı Bişkin quien nos relató luego en el digital Gazete Duvar la historia del albañil Aslan Durman.
Antes de ponerse a trabajar en la construcción, Aslan Durman había sido durante 14 años maestro de escuela, pero fue expulsado de la profesión por uno de los decretos gubernamentales conocidos por las siglas KHK [emitidos al amparo del estado de excepción instaurado tras el fallido golpe de 2016]. Era un profesor intelectual, de ideas izquierdistas y defensor de una educación laica y científica y lo echaron por ser miembro del sindicato Eğitim-Sen. Tenía dos hijas, Eylül y Adar. Murió trabajando para dar de comer honradamente a su familia. A su padre lo rescataron herido del mismo accidente, un padre que vio morir bajo los escombros a su hijo al que había ofrecido una educación para llegar a profesor, venciendo quién sabe qué dificultades: “Estudiarás, aunque tenga que vender mi última camisa”.
«A mi juicio, quienes fueron expulsados de la función pública no deberían poder votar»
Hay un vídeo de Aslan Durman en el que toca el saz, como escuchando el corazón de las personas, sentado sobre una piedra, cantando una canción de la izquierda estudiantil de los años setenta. Alguien del gobierno dijo respecto a los expulsados: “Que se vayan a comer raíces”; Durman se metió a albañil para ganarse el pan. Era una más de las muchas personas expulsadas de su trabajo por los decretos KHK que se buscan la vida trabajando como camareros, vendiendo conservas hechas en casa o colocando un tenderete en los mercados. Y nuestro último deber respecto al profesor Aslan, al que le tocó en suerte pasar de la enseñanza estatal a encofrador bajo los escombros de una obra, es hacer bien las cuentas. Es hacer un ejercicio de memoria y preguntarnos a cuántos como él, trabajador de la enseñanza que durante 14 años educaba a alumnos, la mano del Estado los ha arrancado de su vida habitual.
Ayer mismo, el vicepresidente del AKP [Ali Ihsan Yavuz] dejó caer que a las miles de personas abandonadas a la muerte civil, como el profesor Aslan, personas a las que se les había quitado el trabajo y el pan mediante los decretos KHK, también habría que negarles el derecho al voto. “A mi juicio, quienes fueron expulsados de la función pública por los KHK no deberían poder votar. Para eso no hace falta una decisión judicial. A mi juicio, los del KHK no deben votar”, dijo. Mi querido colega Murat Sevinç ha explicado muy bien en una columna a qué corresponde ese “a mi juicio” en la frase. Yo también podría expresar un montón de deseos y anhelos respecto a ese importante político que empezarían con la palabra “A mi juicio”, pero somos, al fin y al cabo, personas que creen en los derechos humanos.
El orden jurídico no se compone de nuestras opiniones personales, y uno de los derechos más fundamentales del ciudadano es el derecho a voto. Y somos lo suficientemente conscientes de que no se les puede quitar este derecho porque un señor diga lo que le da la gana, por mucho cuento que le eche.
El individuo que ha promulgado ese edicto afirmando que los funcionarios destituidos no pueden votar, también ha dicho sobre a las elecciones municipales de Estambul que “incluso si no hubiera nada, algo hubo” [implicando fraude]. Nosotros podemos decirle que lo que hubo es que se ha reconocido por fin un derecho natural, tan natural como la leche materna: se ha entregado el certificado electoral al ganador de las elecciones, después de hacer esperar 17 días a los ciudadanos, privándolos de sueño.
Es una respuesta de quienes han sido tratados durante meses como traidores y enemigos
Y ese certificado ya entregado es una respuesta a muchas cosas. Es una respuesta de quienes sobreviven a base de una dieta de té y galletas, de quienes recogen cebollas y patatas en la basura del supermercado, de quienes han sido tratados durante meses como traidores y enemigos, de quienes se han visto denigrados, vilipendiados día tras día. Es una respuesta de quienes escucharon decir a Selahattin Demirtaş desde detrás de los barrotes de la prisión, “Si me queréis un poco…” y le respondieron “Te queremos muchísimo”.
Es una proclamación de quienes no renuncian a la lucha, quienes trabajan día y noche para no renunciar al derecho a ese certificado electoral, frente a quienes no han dudado un segundo en echar mano de mil trucos y artimañas para negar ese derecho, ese certificado.
El profesor Aslan murió bajo los escombros. La profesora Ayşe entró en la cárcel, dejando atrás a su bebé de un año con las palabras: “Al menos, los niños no”; un abogado fue torturado hasta tener que ser ingresado en el hospital por haber preguntado por qué se cerraba una carretera clausurada con motivo del paso de un alto cargo del Estado camino de una boda opulenta; la estudiante de informática Mahir Mete se ahogó en el río Evros cuando intentaba huir a Grecia para evitar tener que ir a prisión… Todo eso ha pasado en las dos semanas que han transcurrido desde las elecciones.
Pero al vicepresidente del AKP que dijo que “algo hubo”, le deberíamos decir qué es lo que hubo: que en este país ha surgido una respuesta a quienes destrozan la vida de personas responsables, irreprochables, meten en la cárcel a académicos, hacen morir a los profesores en las obras de construcción, pegan a abogados, intentan por todos los medios agarrarse al poder y quieren anular la voluntad de los votantes. Ha nacido una esperanza de que para saldar todas esas cuentas no habrá que esperar hasta el día del juicio final. El certificado electoral es mucho más que un certificado; la palabra es una abreviatura para todo un conjunto de cosas.
Y ahora, si me ayudáis, podríamos hablar un poco de la primavera; podríamos hablar de lo que nos da esperanza, de nuestras ilusiones, de esta ciudad que amamos tanto y a la que hemos cantado tanto. Se me ocurren cosas, aunque sin olvidar, desde luego, que nos enfrentamos a quienes nos enfrentamos…
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