Ipek y el mundo cruel
Hürrem Sönmez
Antes de suicidarse, Ipek dejó una carta que empieza así: “La pobre Ipek en un mundo cruel”.
Ipek Er tenía 18 años. El 7 de julio acudió a la Fiscalía de la ciudad de Siirt para interponer denuncia contra Musa Orhan, sargento de la Gendarmería, un chico que había conocido en las redes sociales. Denunció que la había agredido sexualmente. Se abrió una investigación.
Al saber que el sospechoso fue puesto en libertad bajo control judicial, el 16 de julio Ipek se pegó un tiro con una escopeta de caza. Durante un mes agonizó en el hospital pero no pudieron salvarla. El 18 de agosto falleció.
La muerte de Ipek suscitó furia en las redes sociales. Se escribieron miles de tuits para pedir el arresto de Orhan y efectivamente fue detenido e ingresado en prisión preventiva. Ante la reacción de la opinión pública, la comandancia de la Gendarmería suspendió a Orhan de su cargo e inició una investigación administrativa. El ministro del Interior, Süleyman Soylu, se pronunció: “Este funeral es de todos nosotros. Lo que haya hecho la Justicia en este asunto, qué hay respecto a la Justicia, lo investigará la Justicia. Tengo plena seguridad y confianza en que la Justicia hará el trabajo que le corresponde”. Una semana después de estas declaraciones de Soylu, el tribunal puso de nuevo en libertad a Orhan, tras un recurso de su abogado.
Nuestros tribunales no se preguntan en qué consiste el “consentimiento” de una chica de 18 años.
Ahí, la conciencia pública sufrió un golpe y estalló una amplia furia en la sociedad. El Ministerio del Interior hizo una nueva declaración. Se evidenciaba que el ministro se había enfadado con que se le relacionara a él con la puesta en libertad de Orhan. La declaración rezaba así: “Se tomarán todas las medidas legales contra los medios de comunicación que respalden a organizaciones terroristas y lancen calumnias amorales con el objetivo de desgastar nuestras instituciones y nuestro sistema judicial y de sacar un beneficio político de este amargo suceso”.
No sé qué quiere decir con lo de las afirmaciones amorales. ¿Tal vez las que dicen que los funcionarios del Estado y la Justicia protegen a los funcionarios involucrados en delitos? ¿O que la Justicia no es independiente sino que ha seguido instrucciones?
Quizás sí deberíamos debatir de los casos en los que el Ministerio del Interior ha protegido a funcionarios acusados de maltrato y torturas que llegaban hasta el homicidio y ha tapado las investigaciones. Para mí, lo amoral es decir que busca beneficio político cualquiera que pida justicia para una joven que se despidió de la vida con 18 años.
Por otra parte, la comandancia general de la Gendarmería anunció que había expulsado a Orhan del cuerpo. Es natural que todo el mundo se haga la misma pregunta: Si es inocente ¿por qué lo han expulsado? Y si es culpable ¿por qué no está en la cárcel?
Es posible que la institución considerara suficiente que por culpa de Orhan viera implicado su nombre en un incidente de este tipo, porque las normas de disciplina de la profesión son un concepto distinto de las condiciones y medidas de cautela para un juicio penal.
Pero Ipek ha muerto y Orhan está en libertad. “Acusaré mientras me quede vida. Esa persona lo ha hecho porque confía en el Estado y en el arma que lleva en la cintura”, dice la madre de Ipek. ¿No tiene razón? ¿No conocen ustedes a la gente que se pasea con un arma en la cintura, sintiendo el respaldo del Estado y diciendo por ahí: “A mí no me puede pasar nada”?
Se escapa de casa, está con un hombre, y si vuelve al pueblo no sabe qué le puede pasar
En la decisión de poner en libertad a Orhan, el tribunal consideraba que había “consentimiento” en la relación, partiendo de lo que expresaba la propia declaración de Ipek, que se hizo sin presencia de un abogado. Subraya que el hecho de haber bebido o de que hubiera una promesa de matrimonio no es motivo para invalidar el consentimiento. Varias afirmaciones que han salido en redes sociales y en la prensa, como que Ipek estaba 20 días secuestrada, no concuerdan con la declaración de la chica.
Pero nuestros tribunales tampoco se preguntan en qué exactamente consiste el “consentimiento” de una chica que acaba de cumplir 18 años. Se escapa de casa, está en manos de un hombre que es miembro de las Fuerzas Armadas, que va armado y que dice “A mí no me puede pasar nada, yo eso lo he hecho antes”. Tiene un padre que dice “Yo vivo solo por mi honor, ya nadie en el pueblo me mirará a la cara”; tiene seis hermanastros de los que uno es policía. No dan importancia a si realmente hubo sexo o no, a lo que hizo o no hizo. Si vuelve al pueblo no sabe qué le puede pasar. Como dijo en la carta, su final podría haber sido igualmente la muerte. Habría ocurrido exactamente igual.
Uno de sus hermanos mayores, su padre, el propio Musa Orhan o cualquier otro hombre podría haber apretado en cualquier momento ese gatillo. En casos como el de Ipek siempre hay colgado en la pared un arma lista para ser disparada, a veces metafóricamente, a veces en el sentido literal. Ante eso ¿por qué consentimiento puede preguntar el tribunal? ¿Cómo y en qué condiciones se ha dado este consentimiento?
Si el consentimiento consiste en participar en un acto por libre voluntad, en el caso de una persona bajo presión o amenazas no hace falta que haya necesariamente violencia física para considerar que hubo falta de consentimiento.
Ipek piensa que si acepta, Musa se casará con ella. Y si se casa con ella, ella salva la vida…
Ipek se escapó de casa; en su carné de identidad lleva velo; en las imágenes de las cámaras de seguridad del hotel aparece vestida de forma moderna y sin velo; tiene miedo de lo que le puede pasar si se ve en la necesidad de volver a su pueblo, volver con su familia. Confía en Musa, se fía de él, pero cuando le dice que no, él la fuerza, la empuja… ¿Qué conciencia, qué justicia puede aceptar como “consentimiento” la relación que puede haber vivido Ipek con Musa? Él le dice: “Quédate conmigo, nos casaremos”. Ipek piensa que si acepta tener relaciones, Musa se casará con ella. Y si se casa con ella, ella salva la vida…
Aunque esta es la ecuación en el mundo de Ipek, el tribunal dice: “Haber bebido o que haya una promesa de matrimonio no invalida el consentimiento”. Vale, e incluso si suponemos que no hubo ningún tipo de violencia física ni amenazas verbales, ¿este consentimiento no se invalida por el miedo de Ipek al pensar “Mi honor ha sido manchado”, “Mi mundo se derrumbe”, “No me dejarán vivir”? ¿Ni por el deseo de sobrevivir?
Tener relaciones sexuales basadas en el consentimiento después de un supuesto acto de agresión sexual sin consentimiento no corresponde a unas condiciones de vida normales, considera el tribunal. Pero ¿de qué “condiciones normales” estamos hablando? Si no os dais cuenta de cuáles eran las “condiciones normales de vida” de Ipek, consciente de no tener otra escapatoria salvo casarse con un hombre con el que había empezado una relación de forma forzada y sin querer, por supuesto también podéis llegar a la conclusión de que “no se dieron circunstancias de abuso de voluntad mediante coacción o amenazas”. Hablamos de un hombre que es funcionario y ampara, o como se dice en turco se hace ‘patrón’, de una joven mujer ‘sin dueño’, desamparada.
Antes del estallido del disparo, que motivó miles de mensajes en Twitter, Ipek estaba sola
Tenía razón Musa cuando llamó a Ipek una mujer desamparada, según la carta que empieza con las palabras “La pobre Ipek en un mundo cruel”. Porque antes del estallido del disparo, que motivó miles de mensajes en Twitter, Ipek estaba sola. Frente a su padre que “solo vive para su honor”, frente a sus hermanos mayores, que no han dicho ni mu en ninguna parte, frente al hombre dueño del hotel y su incensante parloteo sobre Ipek en las declaraciones judiciales, frente a Musa al que no le preocupaba lo más mínimo qué iba a ser de su vida… frente a toda esta sucia alianza con acuerdos no escritos, Ipek estaba sola.
Ipek estaba sola frente a la Judicatura y los agentes de policía que en ningún momento le dijeron, cuando fue a interponer denuncia contra Musa, que tenía derecho a pedir un abogado a la hora de hacer una declaración que luego, con quién sabe qué motivo, se utilizó para trazar una imagen de consentimiento.
El arma colgada en la pared se disparó. Ipek ha muerto. Por lo que sabemos, la chavalilla apoyó la escopeta contra su barriga y se suicidó. Incluso tal y como lo hemos visualizado, esta muerte exige más explicaciones.
Ipek estaba sola en la sala del forense como estaba sola en el juzgado. Pero no deberíamos dejar que quedara en “solo una muerta” ante quienes se escandalizan sin fin con “las chicas que intentan salir de su ambiente y cambiar de vida casándose con un soldado o un funcionario”, ante quienes dicen que eso es lo que les pasa a las que se montan sueños románticos sobre la fibra óptica de internet y salen desengañadas, ante quienes van aún más lejos y, directa o indirectamente, acusan a Ipek de “haber seducido con malas artes a un honrado soldado turco para luego calumniarlo”. No deberíamos, para que no compartan este destino otras jóvenes mujeres cortadas por el mismo patrón.
En la pelea entre quienes dicen que “eso lo hizo un soldado” y quienes afirman que “están calumniando a un honrado soldado turco”, nadie presta atención a la verdad.
Si el Convenio de Estambul se aplicara como es debido, Ipek hoy podría estar viva
El ‘tribunal de las redes sociales’ puede estar ocupado en querer ver algo más que los hechos materiales. Pero la realidad es que Ipek ha muerto. Y se nos ha grabado en la memoria el dolor en la cara de su madre, frente a la mentalidad que considera “cosas normales de la vida” el que Ipek muriera por haber sufrido abusos de un hombre al que amaba y en el que confiaba, pero que no se preocupaba en absoluto por su vida, ni del sueño que ella se había creado: poder vivir en libertad, poder vestir como quería.
Los tribunales deben establecer la justicia que buscaba la madre de Ipek al decir “Acusaré mientras viva”; una madre que no está oficialmente casada y por eso ni siquiera aparece como madre de Ipek en el registro civil.
Y por supuesto no podemos dejar de decirlo: si el Convenio de Estambul se aplicara como es debido, si se hubiesen establecido las infraestructuras y las instituciones que prevé este tratado, Ipek hoy podría estar viva, al igual que muchas otras mujeres. Porque entonces habría sabido que no estaba tan sola, no se habría sentido tan pobre y desamparada en este ancho mundo, frente a las normas morales y las sucias alianzas de este mundo. No lo habría abandonado diciendo “Pobre Ipek en un mundo cruel”.
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