El año troll
Ilya U. Topper
¡Assegwass Ameggaz! ¡Feliz Año Nuevo! La frase es en tamazigh y se escuchará hoy y mañana en grandes partes del Magreb: de la Cabilia a Agadir y a Melilla. En todas partes donde viven amazigh – bereberes – conscientes de su milenaria cultura, tras un siglo de negación. Tanta negación que hoy hay quien llama «país árabe» a Marruecos.
Celebrar Año Nuevo públicamente se ha convertido desde hace ya una década – incluso dos, en Argelia – en uno de los símbolos de la reivindicación cultural. Con motivo: esta fecha es uno de los elementos que mejor caracterizan este milenario patrimonio histórico de la cultura amazigh, como parte de la historia universal.
¿Qué fecha? Ah, ahí tenemos el primer problema. El 13 de enero o el 14 de enero. Gran parte de los amazigh en el extranjero – sobre todo en Francia, Canadá… pero por mimetismo también en España – siguen la tradición de la Cabilia argelina: aseguran que la fecha de 13 de enero en el calendario actual europeo corresponde al primer día del año bereber. ¿Por qué? Habitualmente no lo saben. Una tradición, y punto.
El calendario «felahí» o campesino de Marruecos no es otra cosa que el calendario juliano
El misterio se aclara si uno compra en cualquier papelería de Marruecos un almanaque de pared de ésos de las que se arranca cada día una hoja (y se lee alguna frase edificante, piadosa o también un chiste, en colorida alternancia, en el dorso). Todo almanaque marroquí indica tres fechas distintas. La primera es la «francesa», es decir la del calendario europeo, hoy prácticamente universal, llamado gregoriano porque fue fijado por el Papa Gregor XIII en 1582. La segunda es la del año lunar islámico, que en Marruecos apenas se utiliza para las festividades religiosas (dado que es de sólo 354 días se desplaza a través del año solar y no sirve para actividades ligadas al ciclo de las estaciones). El tercero está marcado simplemente con la palabra «felahí», o sea campesino. Y en este calendario, Año Nuevo, o sea el 1 de enero, cae en el 14 enero gregoriano.
Este calendario «campesino» es el que se utiliza en grandes partes de Marruecos, precisamente en el campo y sobre todo en las montañas – todas territorio amazigh – hasta el día de hoy de forma totalmente cotidiana, aunque la mayoría de la gente sabe que deben añadirse 13 días para correlacionarlo con las fechas que se emplean en la ciudad. No hay más diferencia: los meses se llaman igual. Yennayer, febrair, mars, ibrin, mayo, yunio, yulius, ghusht, shutamber, ktober, nowamber, duyanber. Con el mismo reparto de 30 y 31 días, según, los 28 días del febrero y con el año bisiesto cada cuatro años.
Ahí tenemos al culpable: para cualquier observador se hace evidente que el calendario «felahí» es el calendario juliano, tal y como fue introducido por Julio César, empleado por todo el Imperio Romano – incluida la mayor parte de Marruecos, por supuesto – y adoptado por toda Europa, donde sólo ha sido desplazado en los últimos siglos: Rusia dejó de utilizarlo tras la Revolución de 1917. Importantes ramas de la Iglesia Ortodoxa lo usan hasta hoy.
Pero la sociedad amazigh marroquí es la única del mundo que mantiene en uso ininterrumpido, no asociado a un rito litúrgico, sino como hábito cotidiano, el calendario difundido por los romanos. Una muestra de tenacidad cultural, de conservación de un elemento de la civilización a través de los siglos, contra viento y marea, sin contar con un Estado, ni con un clero: probablemente desde la caída de Roma, regímenes y teólogos siempre han usado otros calendarios. Es mucho motivo para reivindicar con orgullo la supervivencia y revitalización de la cultura amazigh. Sería motivo… si no lo destruyesen precisamente quienes lo utilizan para celebrar esa misma cultura.
La «era de Sheshonq» en la que se basa la reivindicación es un invento europeo de los años 60
¡Asseggwass Ameggaz 2964! es lo que se lee hoy y mañana en casi todas las pancartas. Feliz Año 2964. ¿2964? Esta fecha de dónde sale? Si preguntamos, nos dirán que «es la era de Sheshonq», un faraón egipcio de origen libio, o sea bereber.
Pero basta con rascar un poco para darse cuenta de que esta supuesta era no es más que un invento que alguien, se cree que en Francia, se cree que en los años sesenta, se sacó de la manga. Sin ninguna base. El almanaque marroquí no trae fecha. En Marruecos – y nada hace pensar que en la Cabilia sea distinto – nadie sabe nada de faraones egipcios. Se habla de Yedad u ben Ad, el mítico ancestro de los amazigh, el rey de los yin y los hombres, el que vivió mil años y gobernó mil ciudades, tan antiguo que ni Salomón supo ya de él, pero no se dan fechas. Ninguna leyenda popular de ningún país del mundo ofrece fechas. Si lo hace, es historiografía.
Y la historiografía en la que se basa el invento de la «era Sheshonq» es la europea, la de los egiptólogos que desde Howard Carter han ido laboriosamente adjudicando fechas, a veces peleándose por siglos enteros, hasta abocar a un – momentáneo – consenso que ubica al tal Sheshonq en el siglo X a.C. Seguramente, cuando el invento se hizo, aún había ligeras diferencias respecto a hoy, porque el año cero de la supuesta era se ubicaría en -950, cinco años antes de lo que hoy se supone como primer año del faraón, aunque todos los egiptólogos saben que mañana podrá volver a cambiar el consenso.
Es llamativo, y es triste, que quienes se saben descendientes de un pueblo tan sólidamente anclado en la Historia que ha sido capaz de conservar el calendario de los romanos sin cambios hasta hoy, vean la necesidad de atar sus tradiciones más auténticas a los malabarismos de los arqueólogos europeos.
Reinventar la propia historia y enlazarla con un pasado remoto es el camino habitual de los nacionalismos
Celebrar el «Año 2964» no es mejor que celebrar el 3500 desde la caída del Señor de los Anillos o el 2500 desde el inicio del Juego de Tronos. Es un juego de rol cualquiera. Pero asemejar la cultura amazigh a un juego de roles es traicionar lo que tiene de auténtico. Y de valioso: un pueblo que nos pone en contacto directo con la época romana (no sólo a través de su calendario, sino también a través de los préstamos en su vocabulario, sus ritos, sus fiestas) es una mina de oro para conocer nuestra propia Historia. Deja de serlo si se cuelan fechas inventadas a modo de troll.
No es un caso único: reinventar la propia historia y hacerla lo más antiguo posible mediante símbolos ancestrales es el camino habitual para cualquier nacionalismo que se precie. Por supuesto que todas las eras de todos los calendarios se han inventado de la misma manera: nadie empezó a contar los años a partir del nacimiento de Jesucristo hasta un milenio largo después (mejor dicho al revés: se fijo el nacimiento del tal Jesucristo cuando se empezó a usar esa era), nadie contó los días después de destruirse el templo de Jerusalén, ningún romano empezó a hacer trazos en la pared al mes de fundarse Roma, y por supuesto pasó un siglo antes de que alguien creyó necesario fijar una fecha al azar en la vida de un tal Mahoma para contar los años lunares.
Pero copiar de la egiptología europea para inventarse una era amazigh, no, eso no tiene estilo ni clase. ¡Ni siquiera lo han llamado Año de Ad, la madre del rey Yedad!
Y si queremos devolver al calendario amazigh el extraordinario valor que tiene, celebrémoslo como merece: en su forma viva. El 14 de enero. No el trece.
¿Por qué no el 13? Dado que el calendario juliano intercala un 29 de febrero cada cuatro años, sin fallar nunca, y el gregoriano omite ese día añadido tres veces en 400 años – concretamente en los años 1700, 1800 y 1900, pero no en el 2000 – los dos calendarios se alejan un día más cada siglo, excepto en el reciente cambio de milenio. Es decir, durante todo el siglo XX y el XXI, el 1 Yennayer caerá en 14 de enero, pero durante todo el XIX cayó en 13 (y caerá en el 15 a partir de 2100). Febrero es el culpable, lo dije.
Es fácil adivinar que el calendario juliano cayó en desuso en Argelia en algún momento del siglo XIX – tras la colonización francesa de 1830 – y sólo se conservaba la fiesta del Año Nuevo, ahora asociada a una fecha gregoriana. Exactamente lo mismo pasó entre los kurdos de Turquía, según me contaron: hay jóvenes que recuerdan una importante fiesta el 13 de enero, sin saber ya por qué.
Celebremos el extraordinario valor del calendario amazigh en su forma viva: el 14 de enero, no el 13
En la Cabilia incluso tuvieron lugar numerosos actos festivos ayer, el 12 de enero, pero no está del todo claro si se trata del día de la víspera – también en Europa, las celebraciones se hacen el 31 de diciembre – o si hay que postular que el calendario ya fue abandonado en el siglo XVIII y no pudo actualizarse siquiera en 1800, cosa menos verosímil.
La confusión del Año Nuevo con su víspera es más probable: nadie recuerda hoy en la Cabilia que esta festividad corresponde a un calendario real. Nadie usa las fechas del calendario juliano en su web, como alternativa a las gregorianas. Se reivindica adoptar «yennayer» como festivo nacional, pero se ha olvidado lo que yennayer significa. Mantenerlo en el 13 de enero es un interesante detalle histórico, pero es una vía muerta.
Celebrar el Año Nuevo amazigh es precisamente celebrar que la cultura está viva. Con su calendario de toda la vida. Mañana, ¡assegwass ameggaz!
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© Ilya U. Topper | Especial para M’Sur
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