Dios, tetas
Ilya U. Topper
Una teta vale más que mil barbas. Desde hace un año, algunos grupos salafistas de Túnez asaltan tiendas de licores, vandalizan exposiciones de arte, intimidan a chicas que no visten como ellos consideran correcto. Son casos aislados, sí, aunque en verano pasado llevaron a un toque de queda de cuatro días en varias ciudades y al cierre de una universidad durante un mes. Que se sepa, ninguno de los agresores ha sido juzgado. Probablemente sean incidentes sin mayor importancia en estos tiempos revueltos, acabada la dictadura.
Pero una foto de dos tetas sí es una amenaza. Porque esa foto no es una de las millones que circulan por las web porno que se consultan en los cibercafés de Túnez sino que tiene nombre y apellido. Las tetas pertenecen a Amina Tyler, 19 años, tunecina. Y sobre la piel pone “Mi cuerpo es mío, no es el honor de nadie” y “Fuck your morals”.
Esta semana, Amina será juzgada en Kairouan, Túnez. Desde luego no por la foto. Está acusada de vandalismo – dos años de cárcel – y de posesión de un spray de pimienta – seis meses -. En concreto, el vandalismo constituye en escribir con pintura negra la palabra FEMEN sobre un murete de hormigón de 30 cm de alto que rodea un cementerio.
Sobre la piel de Amina pone “Mi cuerpo es mío, no es el honor de nadie”
No se lo perdonarán. La foto aún tenía un pase: podría haber pasado desapercibida si no fuera porque un clérigo tunecino, Adel Almi, propuso castigar a la joven con 80 o 100 latigazos o incluso lapidarla , para evitar que el ejemplo se propagara. La red feminista Femen, conocida por sus protestas a pecho descubierto, lanzó la alarma. Y las redes islamistas no tardaron en atacar a Femen: denunciaron como islamofobia el que alguien se tomara en serio la opinión de un telepredicador. Proliferaron fotos de mujeres con y sin hiyab que se declaraban orgullosamente musulmanas, sin necesidad de ser liberadas, llenas de odio contra la supremacía colonial europea que se atrevía a defender el derecho de una chica tunecina a enseñar las tetas. Como si una tunecina – es decir, musulmana – pudiera tener los mismos derechos que una europea, Dios no lo quiera.
Curiosamente, esas mismas redes de mujeres orgullosamente musulmanas no gastaron una sola palabra en pedir un castigo para el telepredicador que proponía los latigazos. Muchas denunciaban a voces la prensa europea por titular que Amina estaba “condenada a muerte” cuando la pena de muerte ni se aplica en Túnez ni tiene valor legal la opinión de un telepredicador. Pero tampoco gastaron una sola palabra en pedir que el Estado ponga freno a los salafistas que ejecutan, piedra en mano, su propia ley, la de predicadores como Almi.
Como si una tunecina pudiera tener los mismos derechos que una europea, Dios no lo quiera
Cuando un equipo de televisión localizó a Amina, secuestrada por su familia y atiborrada de medicamentos psicotrópicos, y ella dijo que algunas de las acciones de Femen habían “ofendido al islam”, el suspiro de alivio se escuchó desde Casablanca al Golfo. Amina se había distanciado de las colonialistas occidentales, en el fondo era buena, lo de la foto no era más que una chiquillada, el honor de la nación musulmana estaba a salvo.
Pero Amina consiguió fugarse. Ahora ha escrito FEMEN sobre un murete de Kairouan, donde se reunían ese mismo día varios grupos salafistas. Ha ratificado su traición a la patria musulmana, ha hecho causa común con la liberación de la mujer, esa terrible amenaza que pende sobre las religiones. No se lo perdonarán.
No es la primera. Antes que ella lo hizo Aliaa Magda Elmahdy, una chavala egipcia que posó desnuda en Facebook. Sin esloganes ni más reivindicación que la de su propio cuerpo. Quizás se lo habrían perdonado algún día: pudo ser un acto artístico. Pero Aliaa fue más lejos: hasta Estocolmo, donde posó ante la embajada egipcia, en pleno diciembre, desnuda de nuevo, flanqueada por dos activistas de Femen en tetas. Cada una con un libro santo en las manos: la Tora, el Evangelio, el Corán.
Femen ha tardado en enfocar su objetivo primordial: la organización, fundada en 2008 y primero activa en protestas contra el turismo sexual, la dictadura de Bielorrusia o el capitalismo depredador personificado en el Foro de Davos, parecía usar las tetas simplemente como una herramienta: es más sencillo quitarse el sujetador que colgar una pancarta de un rascacielos, y el efecto publicitario es el mismo. Pero en este último año, y gracias a chavalas con el coraje de Aliaa Magda y Amina Tyler, se ha centrado en lo que es el origen del sexismo y de la opresión de la mujer: las religiones patriarcales.
El cuerpo de la mujer es la mayor amenaza de la humanidad en esta concepción patriarcal religiosa
Sí: podrán ustedes encontrar mil subterfugios, hablar de interpretaciones divergentes, fundamentalismos aberrantes, telepredicadores que no representan a nadie más que sus (millones) de seguidores, reformas posibles o deseables. Sigue siendo un hecho que cada judío ortodoxo creyente arranca cada uno de los días de su vida dando gracias a Dios por no nacer mujer, sigue sin haber ninguna mujer sacerdote en la Iglesia Católica, sigue siendo cierto que la mujer es tratada como menor de edad, sujeta a la voluntad de su padre, su hermano o su marido, en las legislaciones de casi todos los Estados oficialmente musulmanes. Y desde luego, ninguna de estas tres religiones abrahámicas le permite a una mujer enseñar las tetas sin ir al infierno.
El cuerpo de la mujer es la mayor amenaza de la humanidad en esta concepción patriarcal. Por eso, la Iglesia Católica adora a una Virgen e insiste en que el sexo es pecado siempre: el pecado original cometido por Eva, la primera mujer (no por Adán). Por eso, el islam considera a la mujer motivo de fitna – rebelión y caos- y manda cubrirla para que no revuelva las mentes masculinas, las únicas que importan.
Es muy bonito aducir que un tal Mahoma en el siglo VII no había pensado así y un tal Jesús en el siglo I no tenía nada contra las adúlteras, pero eso no quita el hecho de que el adulterio de la mujer – no siempre el del hombre – ha sido delito penal en la mayoría de los estados católicos (en España hasta 1978, en Austria hasta 1996) y que en prácticamente todos los estados islámicos, las leyes (no siempre aplicadas) prevén cárcel para cualquier mujer no ya adúltera sino simplemente sexualmente activa sin estar casada.
La piel desnuda de Aliaa y Amina es el primer paso en la lucha por separar Iglesia y Estado en los países musulmanes
El corpus delicti del crimen es el cuerpo de la mujer. Su desnudez. Su condición sexual. Por eso, cuando Femen se lanza en tetas contra un altar no está empleando simplemente una estrategia de llamar la atención: está yendo a la raíz del asunto. Por eso, la piel desnuda de Aliaa y Amina marca el primer paso en una aún muy larga lucha por separar Iglesia y Estado en los países musulmanes.
Las mujeres orgullosamente musulmanas, orgullosas defensoras de Dios contra las tetas, no fueron las únicas en criticar a Femen. También algunos grupos feministas europeos se han pronunciado contra el activismo desnudo. Aducen que la imagen de las tetas excita a los espectadores hombres y cimenta el concepto de la mujer como objeto sexual, únicamente digno de ser contemplado con ánimo lúbrico. Mirar un cuerpo femenino, en esta cosmovisión, es ya un acto de dominación masculina, una cosificación de la mujer a un paso de la prostitución.
Porque para este feminismo, muy difundido en los países centroeuropeos y mucho menos en los mediterráneos, la única manera de igualarse al hombre es desprenderse de los atributos de mujer. Es un feminismo que ha interiorizado tanto los conceptos de la época victoriana más atroz que es incapaz de contemplar un cuerpo de mujer sin pasar por los ojos del hombre. Unas tetas, en esta visión del mundo, nunca en la vida podrán ser simplemente una parte más de la mujer, como sus pies, su pelo o sus muñecas: siempre serán un objeto al servicio de la mente calenturienta del varón.
Mi cuerpo es mío, escribió Amina; también quiso decir, intuimos: y no pertenece a la mirada de los hombres. No está sujeto a lo que los varones quieran pensar de mí. El mismo argumento que ciertas feministas emplean contra las chicas de Femen – el que mostrar su cuerpo las convierte en objetos sexuales – podría muy bien servir para defender el uso del velo en una sociedad donde sea obligatorio. Quitárselo es de putas, argumentarían.
Este feminismo victoriano ha conseguido numerosas victorias históricas, desde el derecho al voto hasta la representación más equitativa de las mujeres en la política. Pero es injusto que ahora intente vetar la liberación definitiva de la mujer: la de ser mujer, a cuerpo entero. Al decidir que cierta parte de la piel de una mujer no debe mostrarse en público por los efectos que podría tener sobre la imaginación masculina, ha perdido la batalla antes de plantarla siquiera: en su concepción, el hombre sigue siendo el señor de la creación, con poder de definir qué es y que no es el cuerpo de una mujer, así sea feminista.
Con todo, lo más extraño es la opinión de las mujeres orgullosamente musulmanas que ven una invasión colonizadora occidental tras los actos de Femen. Prueben a buscar una foto de Amina en Facebook. Verán que las tetas están difuminadas, sin pezones, hechas desaparecer (incluso la propia página de Femen en esa red social debe someterse a la cirugía visual para no ser dada de baja de oficio).
Prueben a buscar una foto de Amina en Facebook: verán que las tetas están difuminadas
Las normas de Facebook son un excelente escaparate de la cultura norteamericana, cristiana, tal y como ya la conocemos de Hollywood. La industria del cine estadounidense puede muy bien convertir a la mujer en objeto sexual, cosificarla, resaltar su papel de esposa sumisa o bien de prostituta descarrilada, puede hacer negocios con la superficie de su piel y los milímetros de su bikini. Pero nunca jamás podrá permitir que se le vean las tetas. ¡Dios, no!