Mantillas y grilletes
Ilya U. Topper
¡Mantillas! Qué horror: hay mujeres que visten mantilla en Semana Santa. Una prenda que cubre el pelo y encima tiene aspecto de rejilla, más o menos como el burka en Afganistán. Y no nos engañemos: se ponen mantilla porque lo dice la religión. Observen cómo de devotas se acercan a la imagen de la Virgen un viernes santo. Pobrecillas. Y nosotros hablando mal de las musulmanas que se ponen velo. A las que les ponen velo.
Esto suena a parodia y desde luego es parodia. En concreto, es lo que sugiere un tuit que la revista satírica española Mongolia, considerada de izquierdas, difundió el viernes santo: una foto de dos jovenes tocadas con su mantilla, acompañada de un medallón sobre elegante escote, también de rejilla, entre cirios y coronas de flores. Y la frase: LOS MUSULMANES METEN A LAS MUJERES EN BURKA POR SUS CREENCIAS. NO HAY DERECHO.
Lo malo de la parodia es que a veces no se distingue del original. Ante esta foto con la frase, nadie era capaz de discernir si el tuit quería ridiculizar las costumbres de la fe católica, si quería desacreditar a quienes critican el burka o si quería reírse de quienes justifican el burka comparándolo con la mantilla.
Ha leído bien: existen quienes justifican el burka comparándolo con la mantilla. Esto no es una parodia. Esto es parte del debate político y feminista en España. Es el argumento más repetido cuando feministas como Mimunt Hamido salen en charlas, redes, conferencias o libros denunciando la imposición del velo islamista a las mujeres nacidas como musulmanas y piden prohibir llevarlo en los colegios. La respuesta es casi automática: ¿Y las monjas qué?
Si a nadie le molesta lo de las monjas ¿por qué sulfurarse ante las musulmanas que llevan velo?
Es un argumento estandarizado: circulan por internet gráficos que muestran los tocados de las mujeres de distintas religiones: judías, cristianas, musulmanas… Por supuesto, junto a la musulmana con su correcto velo estándar que los imames de toda Europa proclaman hoy como obligatorio, siempre sale una sonriente monja con un conjunto de telas extremamente similar. El mensaje del dibujo es claro: Qué hipocresía de Occidente: criticar el velo del islam cuando el cristianismo tiene lo mismo. Si a nadie le molesta lo de las monjas ¿por qué sulfurarse ante las musulmanas que llevan los mismo? Obvio: islamofobia, racismo.
Este timo intelectual se fundamenta en un orientalismo a la inversa: las monjas ya prácticamente no existen en España. Solo queda su imagen entrañable de proveedoras de dulces de navidad y esa vaga nostalgia a un tiempo pasado que, pese a no haber sido mejor, mantiene un aroma de agua de azahar. Claro que se contempla con cierta simpatía un oficio a punto de extinguirse, algo propio de las novelas históricas medievales, casi tan exótico como una bailarina polinesia, porque esta parte de nuestro propio pasado nos queda ya más lejos que Tahití. ¿Cuándo fue la última vez que oyó decir de una amiga del colegio que se había metido a monja?
Por supuesto se mantiene hasta hoy el mito de que ser monja era algo puramente voluntario, cuestión de fe, devoción y entrega a Dios: de márketing entiende la Iglesia. Aunque tanto quedaba claro siempre: meterse a monja era, sobre todo, una cuestión de haber perdido la fe en la humanidad, de carecer de devoción por las tareas del hogar y de rechazar entregarse al hombre al que tocara entregarse. Al convento iban quienes no tenían ganas o manera de vivir acorde a las normas del patriarcado. Tomar el velo era una forma de pedir parar el mundo para bajarse. Era dejar de ser mujer, convertirse en no mujer.
Bajo el halo del inconformismo, las monjas se convirtieron en la tropa de choque del patriarcado
Eso al menos era el mito con el que la Iglesia blanqueaba la institución. Porque bajo el halo del inconformismo, casi la rebeldía contra las normas mundanas, las monjas se convirtieron en la tropa de choque del patriarcado: ejercían la misión de recoger y encerrar en el convento a toda mujer que no se plegara a las reglas de la decencia. Las descarriadas. Las que por cualquier motivo, con culpa o sin ella, fuesen una mancha en la reputación de la sociedad. Te vamos a mandar al convento era durante siglos la amenaza con la que en Europa se asustaba a las adolescentes si hacían demasiado ojitos a un chico. Una amenaza real hasta anteayer: en Holanda duró hasta 1978, en España hasta 1985. Los conventos eran una cárcel y la toca el uniforme de las presas, diseñado como todo uniforme para poder identificarlas a primera vista. Mujeres excluidas del mundo para garantizar que las demás eran como debían ser.
No es casualidad que el oficio de monja en Europa haya ido desapareciendo precisamente a partir del momento en el que las mujeres inconformes con la sociedad empezaron a ir al bar, a las manifestaciones sindicales y a las urnas de votar en lugar de ir al convento: cuando recuperaron la fe en la humanidad. En una vida en libertad.
Tampoco es casualidad que se parezcan tanto la toca de la monja y el velo de las musulmanas: también el islamismo moderno utiliza a “sus” mujeres como tropas de choque para meter en cintura a las demás. Las marca con el hiyab para segregarlas mejor del resto de la humanidad. No exactamente como a las monjas: de las tareas del hogar y la obligación de entregarse al hombre al que toque entregarse no las aparta. No es bajarse del mundo y salirse de la sociedad. Es ocupar exactamente el nicho reservado para ellas. Monjas todas, pero con doble jornada.
Para las musulmanas no es salirse de la sociedad: es ocupar el nicho reservado para ellas
Esta programa político es el que se intenta blanquear distribuyendo gráficos que bajo la etiqueta falsa de “cristianas” y “musulmanas” muestran a monjas e islamistas. Exclamando “Y las monjas qué”. Incluso poniendo la palabra “musulmanas” bajo una foto de mujeres tocadas con esa lejana reminiscencia descafeinada del velo que es la mantilla en Semana Santa. Si en una boda todavía nos ponemos un anillo de metal en el dedo para simbolizar la pertenencia a otra persona ¿qué derecho tenemos de criticar a alguien que arrastre por la calle a una esclava con grilletes? Las cadenas son las cadenas.
¿Era eso lo que quería decir Mongolia? No lo sabemos, no aclaró qué reflexión había tras la imagen. Ante unas cuantas respuestas furibundas de cristianos heridos en su fe y denuncias indignadas de feministas que veían un blanqueamiento del burka (curiosamente, los islamistas no protestaron), los responsables de la cuenta se limitaron a responder con un igualmente estandarizado Jajaja y luego borraron el tuit. No fuese a ser que de un chiste pudiera salir una reflexión. Porque lo de reflexionar no se lleva en Mongolia, como subraya el propio perfil en Twitter: “Revista satírica sin mensaje alguno”.
Esto es lo que parece haberse convertido en uno de los fundamentos de la izquierda hoy día: no tener mensaje alguno. Del feminismo, de laicismo y de libertad que hablen otros.
·
·
© Ilya U. Topper | Especial para MSur · 4 Abril 2020
¿Te ha interesado esta columna?
Puedes ayudarnos a seguir trabajando
Donación única | Quiero ser socia |