El órdago
Ilya U. Topper
¡Alerta! ¡Toques de corneta! ¡Sube la ultraderecha en toda Europa, desde Francia a Grecia, pasando por Austria! ¡Alarma! ¡A las armas!
Uno de los muy pocos países donde no existe un partido de ultraderecha con representación en las urnas es curiosamente España. Y no me vale el recurso facilón de decir que el PP es la ultraderecha: el PP no está más a la derecha que el resto de los partidos conservadores europeos y democristianos, y no mucho más que el partido socialista alemán, ya que nos ponemos.
La ultraderecha es otra cosa. Es una ruptura con lo establecido, es el jugador que interrumpe la partida de cartas para volver a barajar todo el mazo, porque así no vale. Es la revolución. La misma revolución que prometió Hitler para acabar con tanto mamoneo político, y por la que le votaron. Porque la gente estaba harta de que la democracia fueran cien o doscientos diputados parlamentando. No. Esto había que cambiarlo, y por la fuerza, si falta hiciera.
“El derecho a portar armas es una de las bases de la democracia: ésta es incompatible con el monopolio de la violencia del Estado»
“El derecho a portar armas es una de las bases de la democracia. La democracia es incompatible con el monopolio de la violencia por parte del Estado. La democracia es tal si el poder está repartido. Y si la base del poder es la violencia, el pueblo no puede delegar el fundamento de la soberanía”.
Esto no es un discurso de Hitler en el momento de fundar las SS, la “fuerza de protección de salas”, encargado de vigilar los mitines del partido nazi, ocho años antes de que llegara al poder. Tampoco de Jörg Haider, aquel austríaco al que acusaban de neonazi, ni de su epígono Andreas Mölzer, que acaba de hacerse con el 20 por ciento de los votos en Austria. Ni del viejo Le Pen en Francia, ni del exmilitar Nikolaos Michaloliakos, cabeza de Amanecer Dorado en Grecia, ni de Volen Siderov, dirigente de Ataka en Bulgaria.
Es un monólogo del ahora eurodiputado Pablo Iglesias, realizado en noviembre de 2012 en el programa televisivo La Tuerka. No era una disquisición histórica: “Qué nos han dado los estadounidenses?” se pregunta Iglesias al inicio de su monólogo. ¿Y qué nos pueden aportar? Sugiere un ejemplo concreto: “Cómo cambiaron las cosas en algunos barrios de California cuando el partido de las Panteras Negras, amparándose en la Constitución, empezó a defender a sus comunidades, patrullando armados los barrios”.
Pablo Iglesias define a Venezuela como “una de las democracias más saludables del mundo”
En otras palabras, para mejorar la democracia, lo recomendable, al ver que la policía vuelve a cachear sin motivo a unos inmigrantes en el barrio de Lavapiés, es sacar la pipa y pegarle un tiro al policía. Para no delegar el fundamento de la soberanía. Esta sería la conclusión. “Al menos en términos teóricos”, acotó Iglesias su reivindicación de multiplicar la posesión de armas.
“Se mete en muchos berenjenales”. “Seguro que sólo quería abrir un debate, plantear un elemento de reflexión”. Así responden en las redes sociales los votantes o simpatizantes de Podemos, el partido que, con Iglesias a la cabeza, conquistó cinco escaños en el Parlamento Europeo. Nadie es capaz de defender su reflexión armamentística. Casi mejor no entrar en el debate. Mejor no reflexionar si esa proclamación de que la democracia se arregla a tiro limpio quizás tenga relación con que define a Venezuela como “una de las democracias más saludables del mundo”, precisamente cuando se trata del país con la segunda tasa de homicidios más alta del mundo (después de Honduras), una tasa que multiplica 60 veces la de España.
No, aseguran sus votantes, no hay que buscarle defectos. Qué más da lo bocazas que haya tenido que ser para llamar la atención, o lo cínico, al arremeter contra la falta de libertad de prensa en España desde las pantallas de HispanTV, una cadena estatal de Irán. Lo que cuenta es que con su glorificación de Hugo Chávez (“el invencible”) consiga asustar a los viejos partidos políticos ahogados en sus negocios corruptos y les produzca escalofríos a los dueños de los bancos. Eso es lo que nos pone. (Cuando un eurodiputado austríaco intenta buscarle una faceta atractiva a la Alemania de Hitler, para el mismo efecto, chillamos de susto: seguro que lo dice en serio).
Porque de eso se trata: de asustar. De romper el bipartidismo. Todo vale, con tal de que no continúe el duopolio de dos partidos tan asentados en el poder que las elecciones parecen un simple ritual de péndulo para repartirlo entre ambos. El poder y el dinero que los tejemanejes con las empresas aportan a quienes lo ostentan. ¡Se acabó! Ese el mensaje de los votantes de Podemos, como de tantos otros partidos que hoy son los apestados de Europa.
En eso reside su fuerza: en ser los apestados. Para eso se les vota. (Por eso no consiguió levantar cabeza UPyD: no son lo suficientemente apestados, son sospechosos de formar parte del mismo juego: demasiado tiempo fueron parte). Si se usa el espantajo de Chávez para ello, una alusión al poder del lobby “judío” o una tanda de insultos contra una religión que en Europa goza del estatus de víctima, como es el islam, eso es lo de menos.
Encañonar al sheriff corrupto, meterle miedo, romper su hegemonía, al menos la psicológica, de eso se trata
No: no estoy diciendo que Pablo Iglesias sea un ultraderechista. Y muchísimo menos que sus votantes lo sean. La ecuación es a la inversa. Lo que a tantos millones de franceses, búlgaros, austríacos, holandeses y demás ciudadanos les impulsa a votar a Le Pen, Siderov, Mölzer o Geert Wilder no es tanto una ideología ultraderechista o un racismo rampante. Sino en primer lugar, lo que ellos, los candidatos, no son: no son parte del discurso reinante. Tienen la libertad de decir cuatro verdades que no deben pronunciarse en voz alta, si uno no quiere ser un apestado. Ellos ya lo son. Forajidos. Capaces de hacer lo que nadie se atreve: encañonar al sheriff corrupto. Meterle miedo, aunque sea sólo eso. Romper su hegemonía, al menos la psicológica.
Eso es lo que aplauden a Iglesias sus votantes. Para eso no importa en absoluto que el programa de Iglesias sea inaplicable, o que el votante esté de acuerdo con su programa, o que el partido intente poner luego en práctica los discursos de su líder.
Cuando Podemos conquiste alcaldías, no intentará mejorar el nivel de la democracia repartiendo pistolas a los vecinos
Cuando Podemos conquiste su centenar de alcaldías en las próximas municipales, no va a intentar mejorar el nivel de la democracia local repartiendo pistolas a los vecinos para que éstos puedan encañonar a los municipales cuando les ponen una multa de aparcar injustificada, y así repartir la base del poder, que es la violencia. No lo creo, sinceramente. Muy probablemente, esas alcaldías funcionarán tan bien y tan pacificamente como las demás, y visto la juventud y las ganas de quienes forman parte de Podemos, probablemente funcionen bastante mejor.
Por ahora, lo único que cuenta es la terapia de choque. Sacudir la mesa, hacer que se caigan las naipes, interrumpir el juego, volver a barajar las cartas, eso es todo. Una vez que se reparta de cero, ya jugaremos.
Lo que me preocupa un poco, eso sí, es que a la próxima ronda, Pablo Iglesias aplique al juego la misma lógica – la misma total ausencia de lógica y de coherencia – de la que ha hecho gala para llegar a ser admitido en la ronda de jugadores. Para lanzar un órdago no hace falta basarse en las cartas que uno tiene: basta con que los demás se lo crean. Otra cosa es cuando toque ponerlas sobre la mesa. Le queda un año hasta las locales.
Hagan juego, señores.