El precio de Kurdistán
Ilya U. Topper
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Cada hombre tiene un precio, y Turquía acaba de pagar el de Masud Barzani, presidente del Kurdistán iraquí.
“Soy feliz de ser el primer ministro de Exteriores turco en 75 años que visita Kirkuk” difundió Ahmet Davutoglu en la red twitter al llegar, el 2 de agosto pasado, a la ciudad que lleva 20 años dividiendo Iraq y Kurdistán. Con certeza, también estaba feliz Masud Barzani, el presidente del Kurdistán iraquí, que acogía a Davutoglu durante su visita oficial de tres días. Tal y como cabía esperar, el Gobierno iraquí no estaba feliz en absoluto.
La batería de quejas diplomáticas fue inmediata: el Ministerio de Exteriores iraquí citó al representante diplomático turco en Bagdad y le entregó una nota, probablemente redactada en un estilo similar al comunicado que hizo público ese día: “No está en el interés de Turquía subestimar la soberanía nacional y violar las normas de las relaciones internacionales, al no cumplir con las reglas más básicas”. Se refería a que Davutoglu se había desplazado a Kirkuk sin avisar a Bagdad.
“Soy feliz de ser el primer ministro de Exteriores turco en 75 años que visita Kirkuk»
Hassan Abdulhadi, diputado de Dawa, el partido iraquí en el poder, incluso sugirió que las autoridades podrían haber “arrestado” al ministro. El motivo del enfado era obvio: la visita no anunciada mostraba que Davutoglu consideraba Kirkuk como parte del Kurdistán autónoma, que estaba visitando gracias a la invitación de Barzani. Pero Bagdad nunca ha querido ceder la ciudad, junto a sus amplios yacimientos de petróleo, a la región autónoma que la lleva reivindicando desde hace décadas.
Horas más tarde, Hüseyin Çelik, vicepresidente del AKP, el partido turco en el poder, respondió en twitter que la “visita pacífica y bien intencionada” de Davutoglu había “molestado la mentalidad de Maliki, a la que no molestó la ocupación estadounidense de Iraq que duró años y dejó cientos de miles de huérfanos”. Para redondear, el Ministerio de Exteriores turco citó al embajador iraquí en Ankara para protestar contra las declaraciones de Bagdad, y la ruptura era completa.
Era sólo una gota más en el vaso. En julio, Bagdad había condenado el que Turquía empezara a importar petróleo desde Erbil, sin permiso del Gobierno central. Ankara respondió que no veía nada ilegal en ello. (El crudo se refina en Turquía y se devuelve a Kurdistán como combustible). Pero el ambiente ya se había helado en abril, cuando Ankara ofreció asilo político al vicepresidente de Iraq, Tareq Hashemi, bajo orden de busca y captura en su país.
Acusado de colaborar con el terrorismo y de coordinar asesinatos, Hashemi huyó primero al Kurdistán de Barzani, luego efectuó una «visita oficial» a Qatar y llegó a Estambul el 9 de abril, donde vive protegido por miembros la guardia personal del primer ministro, Recep Tayyip Erdogan. Una ‘alerta roja’ de Interpol pide «ayuda para localizar y arrestar» al vicepresidente, pero Turquía no ha hecho caso. Ni está obligada legalmente, dado que falta un escrito de acusación firme de un tribunal iraquí.
Una ‘alerta roja’ de Interpol pide arrestar al vicepresidente iraquí, pero Turquía no hace caso
Erdogan y Maliki intercambiaron ya entonces acusaciones de inmiscuirse mutuamente en la política interior de sus países. Aún podía parecer, entonces, que la crisis era pasajera y que Turquía e Iraq pronto encontrarían un compromiso, como creía en mayo Metin Akgün, director del centro de análisis turco GPOT. “Para Turquía se vuelve cada vez más difícil mantener a Hashemi en el país; Erdogan se escudaba en que Hashemi estaba aquí por ‘razones médicas’, pero se nota que no le respalda de forma incondicional», analizaba entonces. Más de tres meses más tarde, Hashemi continúa en Estambul, y la visita de Davutoglu a Kirkuk sólo coloca un clavo más en el ataúd de la buena vecindad.
Es una actitud coherente: Hashemi se puso primero bajo protección de Masud Barzani, antes de salir a Turquía vía Qatar. Además, enfrentarse con Nuri Maliki, el primer ministro chií de Iraq, no necesariamente es enfrentarse a todo Iraq: el Movimiento Nacional Iraquí, la coalición mixta y laica al que pertenece el viceprimer ministro, fue incluso el partido más votado en las últimas elecciones, las de 2010, por encima del partido Dawa, chií religioso, de Maliki.
Ilustra esta apuesta de Ankara la declaración, este miércoles, del presidente del Parlamento de Iraq, Osama Nujaifi, al igual que Hashemi miembro del Movimiento Nacional, al prometer una investigación de la visita a Kirkuk: reivindicó la buena vecindad y amistad con Turquía, alabó su aporte positivo de los últimos años e incluso deslizó un comentario tenso frente a su propio ministro de Exteriores. En junio, Nujaifi ya había pedido a Maliki que dimitiera, aunque sin efecto.
El mandato de Maliki expira en 2014, pero mientras tanto, Turquía podrá contar con Barzani. Hijo y sobrino de carismáticos líderes kurdos, Masud Barzani lleva muchos años como fiel aliado de Ankara. porque desde la invasión estadounidense de 1991, el clan Barzani apostó por aliarse con Estados Unidos contra el gobierno central. Dos décadas más tarde, con un Bagdad desgarrado en luchas sectarias sin final probable, con una influencia iraní cada vez mayor en la política del Estado y con un largo contencioso sobre los yacimientos de petróleo de Kirkuk, esta política sólo puede reafirmarse. Y el mediador local de Estados Unidos es Turquía, miembro de la OTAN.
La exportación de petróleo a los puertos turcos del Mediterráneo y la importación de prácticamente todos los bienes que consume Kurdistán desde el vecino del norte sólo han estrechado estos lazos. En términos económicos, Kurdistán es una colonia de Ankara, que beneficia enormemente a las empresas de exportación y de construcción turcas, especialmente al conglomerado civil que poseen las Fuerzas Armadas turcas.
Barzani se niega a enviar a los peshmerga, las milicias kurdas, contra el PKK
El pequeño detalle de que el mismo Kurdistán sirve también de refugio y retaguardia a los guerrilleros del PKK, enzarzados en una lucha a muerte con el Ejército turco, no ha podido enturbiar la buena relación. Barzani siempre se ha negado a enviar a los peshmerga, las milicias kurdas, contra el PKK para expulsarlos de los Montes Qandil, con el argumento de que kurdos no pueden disparar contra kurdos, pero permite sin protestas que la aviación turca bombardee estos montes y deja paso libre cuando, casi una vez al año, los tanques de Ankara cruzan la frontera y avanzan hacia estos montes, en algo que es poco más que una exhibición de fuerza. Y dado que la guerra del PKK tampoco es una amenaza existencial contra Turquía —tras 30 años, cabría decir que es incluso parte imprescindible de la política nacional—, no hay motivo de alarma ni para Ankara ni para Erbil.
Ahora, la posición de Barzani, como aliado dependiente, ha cambiado de golpe. Siria acaba de seguir la senda de Iraq hacia la destrucción interna y la desaparición como jugador geopolítico y como mercado para las exportaciones turcas. Al igual que ocurrió en Iraq, el norte del país habitado por kurdos, tradicionalmente en relaciones tensas con el gobierno central, intenta salvarse del desastre. Es fácil prever un tipo de “Kurdistán sirio”, modelado a imagen y semejanza del iraquí. Pero no tiene líder. Y en este vacío de poder, Barzani se ha erigido como hombre fuerte de la hora.
Al partido kurdo-sirio PYD, las órdenes le llegan desde el mando del PKK en los montes Qandil
Dos fuerzas políticas dominan el norte de Siria: el Congreso Nacional Kurdo, compuesta por una decena larga de partidos, y el Partido Unión y Democracia (PYD), reconocido por todos como la “marca siria” del PKK sin margen propio. El dirigente del PYD, Salih Muslim, tampoco es más que “un portavoz, una cara para el exterior”, según opina un activista kurdo, mientras que todas las órdenes llegan directamente de los Montes Qandil, es decir los cuarteles centrales del PKK.
No sólo las órdenes: también grupos de milicianos —no hay que olvidar que en el PKK combate un importante contingente de kurdos sirios— han llegado en los últimos meses desde el Kurdistán iraquí a sus pueblos nativos en Siria para mantener el orden allí. Y han desencadenado el temor de Turquía a que pronto, la región de Qamishli se convierta en un segundo Qandil para el PKK, una segunda base de operaciones.
El nuevo Kurdistán sirio estaría bajo protección de Barzani
La respuesta no se hizo esperar: A finales de julio, Ankara trasladó numerosos tanques y material militar a la zona de Nusaybin, frente a Qamishli, y realizó amplias maniobras en la frontera, en una obvia advertencia al “peligro kurdo”, mientras que los combates entre las fuerzas del régimen sirio y los rebeldes se desarrollaban mucho más al oeste. Los altos cargos del AKP amenazaron con invadir Siria en cuanto se vieran señales de que se convirtiera en santuario del PKK.
Pero nada de eso ha ocurrido. Los combates con el PKK, los más duros en muchos meses, se desarrollan donde siempre: en Hakkari, en el extremo sureste de Turquía, y la tranquilidad en la zona fronteriza con Qamishli es total. El PYD insiste oficialmente en que no tiene nada contra Turquía.
En esta superficie tensa cayó como una piedra un anuncio de Barzani: aseguró que Erbil ha estado entrenando a unidades de milicianos kurdos que habían huido de Siria y que los enviaría de vuelta a su país cuando las circunstancias lo aconsejaran. También forzó una incómoda alianza entre Congreso Nacional Kurdo y PYD. Era una carta arrojada a la mesa: el nuevo Kurdistán sirio estaría bajo protección de Barzani.
Una semana más tarde, Davutoglu se presentó en Erbil.
Lo que se habló en la reunión no se ha hecho público. Pero es fácil de imaginar: los dos políticos cerraron un acuerdo por el que el Barzani se compromete a que Siria no se convertirá en territorio del PKK. Podrá ser una región autónoma, legalmente o al menos en la práctica, pero no servirá como base de ataques a Turquía. Si sigue los pasos de Erbil, podrá convertirse incluso en la avanzadilla de los intereses comerciales turcos. En todo caso, será un cinturón de paz frente a una posible Siria desgarrada en una guerra civil.
A cambio, Ankara seguirá respaldando plenamente a Barzani en su contencioso con Bagdad, sobre todo en lo que al dominio de Kirkuk y sus yacimientos de petróleo se refiere. La visita de Davutoglu a la ciudad disputada selló el pacto.
El norte de Siria podrá ser una región autónoma, pero no servirá como base del PKK
Con Siria e Iraq en fase de destrucción duradera, todo indica que la población kurda, aunque no aspire ya a crear un Estado unificado, está saliéndose del rol de eterna víctima y está a punto de convertirse en un factor geopolítico de peso. Gracias al apoyo de Turquía, en primer lugar. Puede parecer una paradoja, dado que precisamente la población kurda en Turquía ha sido siempre, y con diferencia, la más represaliada. Pero es coherente con la larga historia de alianzas y contraalianzas del clan Barzani —que no se distingue en este aspecto de su rival, Jalal Talabani, hoy presidente de Iraq, o el propio PKK, que hasta ayer contó con el apoyo del régimen de Asad y hoy juega en su contra—.
Los derechos civiles de la población kurda en Turquía no tienen nada que ver con este juego de alianzas geopolíticas: no forman parte del programa de Barzani. Pero probablemente llegará un momento en el que esta población tendrá que darse cuenta de que tampoco forman parte del programa del PKK. Al menos no dependerán de él: en el espacio de un doble Kurdistán iraquí-sirio, financiado por el petróleo de Kirkuk y la inversión empresarial turca, avanzadilla del eje Washington-Ankara, una guerrilla de montañas que se dice marxista no tiene ya función que cumplir.
El próximo invierno en los Montes Qandil se anuncia muy largo
Queda por ver si la encarnizada batalla que el PKK libra desde hace dos semanas en Semdinli, provincia de Hakkari, en el extremo sureste de Turquía, es un desesperado intento de la guerrilla de dar un golpe de efecto y mostrar su capacidad de llevar la guerra al interior del país, sin necesidad de retirarse al vecino Kurdistan iraquí como de costumbre, o si esta retirada le ha sido cortada, ya sea por orden de Barzani, ya sea por una apuesta de Ankara de llevar la guerra hasta sus últimas consecuencias.
Incapacitado Bagdad y derrotado Damasco, el último jugador al que podría recurrir el PKK sería Teherán. Pero pese a los rifirrafes de los últimos días por el tácito apoyo de Turquía a los enemigos de Asad, no parece que Irán pueda permitirse romper su buena vecindad con Turquía, esencial para desarrollar negocios financieros con Europa. El próximo invierno en los Montes Qandil se anuncia muy largo.
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© Ilya U. Topper | Especial para MSur
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