Opinión

Violando a Maria

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 9 minutos

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“Si la penetración fue real o no, es casi anecdótico”. Esta frase, tomada de una petición en la red Change.org, que ha sumado casi 10.000 firmas, resume a la perfección la actitud con la que hoy se trata en las redes sociales un asunto de violación. Ya no importa la verdad. Sólo importa defender una causa: denunciar las violaciones. Si han ocurrido o no es lo de menos.

La citada petición arremete contra la actitud del cineasta Bernardo Bertolucci y del actor Marlon Brando en la famosa película El último tango en París (1972). Se trata de la “escena de la mantequilla” en la que el actor utiliza esta vianda para fingir una violación de la joven que hace de amante suya en el filme, encarnada por la actriz Maria Schneider. A estas alturas, todos ustedes conocerán la polémica (Youtube se habrá forrado si cobra a los anunciantes por clics de personas que nunca vieron el filme y necesitan conocer ahora la escena, como es mi caso).

Aquí no se ve nada, ni dedos ni pollas en vinagre, ¿y ustedes se han creído lo de “violación real”?

¿Real o no? ¿En serio se lo han preguntado ustedes? ¿En serio no saben que en el cine, incluso cuando ustedes creen ver una penetración, es una hábil actuación? Aquí no se ve nada, ni dedos ni pollas en vinagre, sólo la mantequilla ¿y ustedes se han creído lo de “violación real”? Vale, ya pueden dar un aplauso a la pareja protagonista. Quizás incluso al director.

Ah no, de eso se trataba: el director ha confesado que… ¿Qué exactamente? Ha confesado que no le contó a Schneider el detalle de la mantequilla hasta momentos antes de rodar la escena. Le escatimó información sobre el guion, y ella se cabreó con él para el resto de su vida. Si este trato manipulador a actores es un truco lícito para conseguir un cine más dramático, si lo hacen muchos cineastas o no, no lo sé: quizás debería tomar cartas en el asunto el sindicato de actores de Hollywood, que existe. Dicen que Casablanca también se filmó así, sin saberse antes qué iba a pasar, pero tal vez Michael Curtiz tenía mejor rollo con sus actores que Bertolucci.

Me estoy yendo del tema, porque ustedes no han venido aquí para hablar de hábitos de la industria cinematográfica: han venido para hablar de violaciones. ¿No hubo violación? No, no la hubo, por mucho que el texto de la petición en Change.org se esfuerza en dejar la duda al lector (“Si fue real o no…”). Tanto da: la denunciaremos como si la hubiera. Y Marlon Brando será un violador. Porque fue él quien en un minuto condenó a Maria Schneider a una vida de drogas, depresiones, intentos de suicidio. Poco más, y la mata.

«Sin duda, la mejor experiencia de haber hecho el filme era haberme encontrado con Marlon”

“Durante la escena, aunque lo que hacía Marlon no era real, yo lloraba lágrimas reales. Me sentí humillada y, para ser sincera, me sentí un poquito violada, tanto por Marlon como por Bertolucci”. Esta es la frase que ustedes se encontraron en todas partes. Pero si leyeran la entrevista entera, publicada en 2007 en el diario británico Daily Mail, se harían ustedes una idea totalmente distinta de la relación de Maria Schneider con Marlon Brando: “Seguimos siendo amigos hasta el final, aunque durante un tiempo no pudimos hablar del filme. Sin duda, la mejor experiencia de haber hecho el filme fue haberme encontrado con Marlon”.

Bertolucci no se arrepiente de la escena, aunque la lamente. Schneider tampoco: “Hoy, sin embargo, puedo mirar el filme y me puede gustar el trabajo que hice”, dice en la misma entrevista. Y deja claro que lo que la dejó traumatizada no fue ese minuto grasiento. “La gente pensaba que yo era como la chica en la película, pero esa no era yo. Me sentí triste porque me trataban como sex symbol, y yo quería que me reconocieran como actriz. Y todo el escándalo y lo que vino después me volvió un poco loca y me derrumbé”. Por si no ha quedado claro, lo repite: “Ser de repente famosa en todo el mundo me asustaba. No tenía guardaespaldas, como se tienen hoy. La gente pensaba que yo era como mi personaje, pero no lo era. Todo el circo me volvió loca y me metí en las drogas”.

Disculpen las citas extensas, pero convendrán ustedes que inventarse, unos años después de la muerte de Maria Schneider, cuando ella ya no puede defenderse, que la pobre chica era tan inestable mentalmente que se traumatizó por un puñado de mantequilla, y que no supo distinguir entre actuación y realidad, es bastante humillante para una actriz.

Porque Schneider lo tuvo muy claro: “Aunque lo que hacía Marlon no era real, yo lloraba…”. Porque hubo maltrato psicológico laboral por parte del director, no porque hubiese violación por parte del actor. Confundir las dos cosas es un insulto a todas las mujeres que han sufrido de verdad una violación.

Hay que creer el testimonio de la víctima cuando dice haber sido violada, aunque no haya pruebas, se nos dice. Pero aquí ustedes insisten en no creer el testimonio de la víctima cuando dice que no fue violada.

El problema con El último tango en París es algo completamente distinto.

Nuestro problema es que aquella violación nos gustó: la aceptamos como parte de la historia

Causó revuelo en 1972, pero se convirtió en filme de culto, admirado por su contenido erótico, hasta hoy. Escena de mantequilla, es decir escena de violación, incluida. O eso dicen (“Ah, pero ¿no has visto El último tango en París? ¡Tienes que verla!”). Y lo que preocupa es que la violencia, el acto de forzar a alguien, pueda verse como parte de una relación sexual apasionada, compartida, erótica.

Nuestro problema no es que Bertolucci filmara una violación: sería ridículo, convendrán ustedes, que se prohibiera filmar violaciones. (¿Quizás antes debería prohibirse filmar homicidios en los Western?). Nuestro problema es que aquella violación nos gustó. Es decir que la aceptamos como parte de la historia. Una historia que acaba mal: también eso forma parte de nuestro ideario respecto al erotismo, forjado por siglos de patriarcado, cristianismo, religión demonizadora del cuerpo: el sexo acaba mal, es sangre, es muerte.

Recuerdo una escena de Doctor Zhivago (1965), en la que Víctor, un hombre mayor, viola a Lara, su amante de 17 años. Recuerdo la frase que dice al levantarse y arreglarse la ropa: “Si crees que esto ha sido una violación, te equivocas” (cito de memoria: la vi a los 16 años). También aquí hay un disparo de pistola. El sexo es violencia, se nos dice. Y la pasión, en el Tango y en Zhivago, se manifiesta en una relación entre un hombre mayor, experimentado, con una chica joven. El viejo cuento. Cincuenta sombras de Grey se llama hoy. No hemos aprendido nada.

Es esta relación de dominación, de poder del hombre sobre la mujer en el sexo, la que hay que superar. Pero de nada sirve retratar ahora a la actriz como víctima de una violación, que no lo fue. Eso, lo dijo alguien, no es mejor que salir al estrado y pegarle una paliza al actor que encarna a Otelo, por asesino.

Necesitamos un cine distinto, uno que sepa mostrar una sexualidad distinta, compartida, libre, que no se limite a reflejar nuestras represiones, nuestra perversión histórica que asume como natural los asesinatos a tutiplén pero impide mostrar el sexo. Acabo de ver, un poco al azar, ocho episodios de Juego de Tronos. En esta serie se folla mucho, dicen. Pues no es verdad. Se mata mucho más, se tortura y se mutila. Se ven unas cuantas tetas y culos, sí, pero la cámara se recrea en la sangre, en la expresión de terror de los torturados; sin embargo, en lo que me ha tocado ver, nunca se recrea en el placer de un orgasmo. No hemos aprendido nada.

Dan por supuesto que los hombres son violadores porque sí, y las mujeres víctimas porque sí

Y no aprenderemos nada, si nos limitamos a una caza de brujas de mujeres contra hombres, como hace la petición en Change.org, escrita por una mujer (lo subraya: como si fuera un valor añadido) y dirigida a la directora de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Estados Unidos, “como directora de la academia, y como mujer” (como si fuera un valor añadido). Dando por supuesto que los hombres son así, son violadores porque sí, y las mujeres víctimas porque sí. El feminismo no era esto, señores.

Y esta división del mundo, esta segregación mental por sexos, no nos sirve en absoluto para entender por qué en la vida real ocurren violaciones. No nos sirve para entender las dinámicas patriarcales que las provocan y fomentan. No nos sirve para entender por qué el personaje de Schneider, aquella francesa de veinte años, vuelve a buscar al personaje de Brando después de aquella violación mantequillera y le declara que él es el hombre de su vida. Sí, después.

Este es el verdadero escándalo de El último tango en París. Y si no se ha denunciado es porque a demasiados espectadores y espectadoras les ha parecido una reacción realista, creíble, posible dentro de la perversión sexual de nuestra sociedad.

Escandalícense. Hay motivo. Pero no violen la memoria de la actriz que protagonizó el filme que lo refleja. No violen ahora a Maria Schneider.

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