El Estado Islámico, en Libia
Laura J. Varo
De la noche a la mañana, Libia se ha convertido en escenario del avance inexorable del Estado Islámico sobre las playas del Mediterráneo, como si de un regalo de aniversario se tratase. Justo cuando se cumplen cuatro años de la revolución que tumbó el régimen de Muammar Gadafi con la ayuda de los aviones y barcos de la OTAN, el debate sobre una nueva intervención en el país sale a relucir, esta vez al estilo de la coalición contra los yihadistas en Siria e Iraq.
Atrás quedan la miríada de voces (desde la embajadora de Estado Unidos, Deborah Jones, hasta los máximos dirigentes de Francia e Italia) que vociferan desde hace meses la descomposición del país, velada por un caos tribal, miliciano, político y hasta yihadista, que ha excusado una completa inacción internacional, con la salvedad del diálogo patrocinado por Naciones Unidas entre dos bandos abiertamente en guerra desde el verano.
Solo parecía haber una posibilidad de aclarar el enredo del panorama guerracivilista libio: la irrupción del Estado Islámico (ISIL) en todo su salvajismo. La difusión de la ejecución de 21 trabajadores egipcios coptos secuestrados en Sirte, en la costa central, ha provocado una operación de venganza de la aviación egipcia que, esta vez sin discreción (Egipto llevó a cabo varios ataques aéreos no reconocidos contra Trípoli en verano), ha bombardeado “posiciones de los yihadistas en Derna”, su bastión oriental.
La ejecución de 21 coptos ha provocado una operación de venganza de la aviación egipcia, esta vez abiertamente
Casi de inmediato, el presidente Abdelfatah Sisi y su homólogo francés acordaron en conversación telefónica pedir a la comunidad internacional “nuevas medidas” para evitar el avance de los radicales. Esas “nuevas medidas” apuntan, según el experto en Libia del Consejo Europeo para las Relaciones Internacionales, Mattia Toaldo, a “un mandato de Naciones Unidas para continuar con los ataques (de Egipto) contra el ISIL en coordinación con el Gobierno de Tobruk (reconocido como único legítimo por la comunidad internacional). Francia dijo que lo apoyaría, pero también Rusia podría decidir apoyar a Egipto a la luz de la nueva alianza entre Putin y Sisi”.
¿Tal es la amenaza que plantea el ISIL en Libia? ¿Es que nadie lo vio venir? Más bien, hasta ahora, no se sabía con certeza a qué mirar. La fundación en la localidad oriental de Derna de la primera colonia califal fuera de Siria e Iraq hizo saltar las primeras alarmas en octubre de 2014, cuando Libia iniciaba un nuevo capítulo de guerra civil tras la batalla por el aeropuerto de Trípoli en agosto que siguió al boicot de las elecciones de junio y la formación, en la capital, de un Parlamento y un Ejecutivo paralelos a las instituciones asentadas en Tobruk.
La declaración de lealtad a Bagdadi, pronunciada en términos de anexión territorial por el “Consejo de la Shura de la Juventud Islámica”, un grupo de creación relativamente reciente dentro del vetusto panorama extremista libio, pareció quedarse en los límites de la Montaña Verde, donde distintas células radicales islamistas encontraron refugio ya en época de Gadafi.
En octubre, la fundación en Derna de la primera colonia del Califato fuera de Siria e Iraq hizo saltar la alarma
En la misma ciudad, otras brigadas bien asentadas como los “Mártires de Abu Salim”, local y opuesta al concepto excesivo de “yihad ofensiva” del ISIL, no lograron detener la puesta en marcha de las instituciones que revisten de carácter estatal al grupo de Bagdadi, como la policía islámica o el Tribunal de la Sharia, ni la campaña de ejecuciones que culminó con las primeras decapitaciones de activistas antiislamistas en noviembre.
La situación en Derna da cuenta de la “elevada fragmentación” e “hiperlocalización” del campo yihadista en Libia, en palabras de Frederic Wehrey, especialista del Carnegie Endowment for Peace. Además, el final de la revolución que tumbó las cuatro décadas de cerrazón gadafista ha descubierto un plantel en el que conviven, luchan y se alían (dentro del actual escenario de conflicto) cientos de milicias armadas por prohombres tribales. Solo en Misrata, erigida en ciudad-estado gracias a su vínculo especial con Turquía y su carácter comerciante, se cuenta más de un centenar de grupos que, supuestamente bajo mando unitario, según reconocía el propio Consejo Civil en noviembre, han comenzado a distanciarse.
Pese a que las milicias en ambos bandos ocupan todo el abanico reivindicativo (desde posturas nacionalistas o secesionistas de carácter liberal, como las de los grupos amazigh del oeste libio o de los federalistas en el Golfo de Bengasi, hasta la supresión del modelo democrático y la imposición de la sharia que proclama Ansar Sharia, considerado grupo terrorista por EEUU y el Consejo de Seguridad de la ONU, pasando por la propuesta de islam político al estilo de los Hermanos Musulmanes), tanto Trípoli como Tobruk se han esforzado en polarizar el espectro en un intento por justificar su causa.
“Lo que hace la amenaza terrorista en Libia tan confusa es que está profundamente imbuida en una mayor y más compleja lucha de poder que, efectivamente, ha dividido las casi inexistentes instituciones políticas y de seguridad”, escribe Wehrey. La alianza de “conveniencia”, como repiten, una y otra vez, oficiales y asesores en Trípoli, de las fuerzas de Fajr Libia (Amanecer en Libia, ejército virtual del bando capitalino) con Ansar Sharia es, quizá, el nudo gordiano que ahoga el país: “Ansar combate a Haftar, nosotros combatimos a Haftar”, es el mantra.
Para Tobruk, ese entendimiento en el campo de batalla basta para colgar la etiqueta de “terroristas” a toda la coalición rival. Ese es el escenario que ha aprovechado el Estado Islámico para expandirse desde Derna por la región oriental, dando a luz a la “Wilayat Barqa” (Provincia de Cirenaica), nombre oficial de la facción que ha reivindicado varios ataques terroristas en Tobruk, Bayda o Labraq, pero que también lucha en Bengasi junto a Ansar Sharia y el resto de grupos afiliados a Fajr Libia.
Para el gobierno de Tobruk, tanto las tropas de Trípoli como los yihadistas de Ansar Sharia son «terroristas»
La nebulosa se agrava, como señala Hassan Hassan, analista del Instituto Delma en Abu Dabi y coautor de ISIS: Dentro del Ejército del Terror, por el solapamiento de la estrategia del Estado Islámico y su rival en la yihad global, Al Qaeda. “ISIL opera de forma diferente en distintas regiones”, explica: “En Siria y en Iraq operan como insurgencia local (hibridado con la estructura de un Ejército convencional); fuera de las zonas de conflicto, pueden operar como Al Qaeda: a través de individuos o células durmientes”.
Es quizá en el norte de África donde mejor se aprecia el pulso que mantienen ambas entidades. El ISIL ha aprovechado el regreso de combatientes magrebíes (sobre todo libios y tunecinos) desde Siria e Iraq para implantarse allí donde Al Qaeda está en decadencia. Según Hassan, “Al Qaeda no tiene control sobre (sus franquicias locales, como Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI) o Al Shabab en Somalia), sino que éstos se unieron a Al Qaeda para beneficiarse de la red internacional, la financiación, los contactos… ISIL no ha establecido esa red global tan sofisticada, lo están intentando”.
Los canales son los mismos, como demuestran, por ejemplo, las detenciones de reclutadores en Melilla y Ceuta encargados de enviar yihadistas a Siria e Iraq que han acabado luchando tanto con el EI como con Yabhat al Nusra.
Las redes en Melilla y Ceuta demuestran que los canales de reclutamiento del EI y Al Nusra son los mismos
Así, según el analista, el ISIL puede mantenerse bajo el radar hasta que cuaja su caldo de cultivo: el desgobierno que le permite asentarse. Ese es, precisamente, el escenario en Libia, donde el conflicto entre las dos facciones disfraza una compleja maraña de intraguerras que va mucho más allá de la simplista división entre islamistas en Trípoli y liberales prooccidentales en Tobruk.
Ambas partes han jugado su papel en ocultar la presencia real del Estado Islámico en Libia. Trípoli ha negado sistemáticamente (y sigue negando) que haya un solo combatiente del califato en su territorio (aún tras el ataque contra el hotel Corinthia en la capital, reivindicado por la nueva “Wilayat Tarablus” o Provincia de Trípoli).
Tobruk, aliado de Egipto, ha sobredimensionado el fenómeno convirtiendo el acrónimo de ISIL en una mera etiqueta en su búsqueda apoyo internacional para acabar con Fajr Libia y finiquitar las dudas sobre la actuación del general Khalifa Haftar en Bengasi, convertida en zona de guerra tras meses de bombardeos y combates callejeros de su “batalla contra el terror”.
La presencia del ISIL y el temor que inspiran pueden inclinar definitivamente la balanza a favor de una intervención internacional antes de alcanzar un acuerdo sobre un supuesto “Gobierno de Unidad Nacional”. Esa opción, según Mattia Toaldo, enterraría definitivamente el proceso de paz.
Primero publicado en Esglobal
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