Crítica

Vaya fauna, joe

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 5 minutos
guene_casobalto

Faïza Guène
El caso del bar Balto

Género: Novela
Editorial: Funambulista
Páginas: 168
ISBN: 978-84-939-8551-6
Precio: 17 €
Año: 2008 (2012 en España)
Idioma original: Francés
Título original: Les gens du Balto
Traductor: Alicia Huici Montagud

 

Por fin un libro que sirve para llevárselo a la playa. Porque es pequeñito, cabe en el bolso de rafia, el sol de agosto contrarrestará su humor marrón oscuro tirando a negro, y casi ocurren cosas, esa insuperable definición de la novela clásica que le debemos a Luque.

Digo casi, porque en realidad no ocurren. La novela no tiene narrativa, entendida en el sentido de enlazar acciones, sino que se compone de una serie de monólogos de diferentes personajes que van componiendo algo así como un álbum familiar de instantáneas. Desde luego, de ese álbum se desprende una acción, o más bien una serie de acciones que conducen hacia el muerto, ahogado en su sangre en el suelo de su propio bar, al que nos encontramos en el primer capítulo.

Una serie de monólogos conducen hacia el muerto, ahogado en su sangre en el suelo de su propio bar

Un arranque bastante negro? Sí. Sirve para aglutinar alrededor del muerto —Joël Morvier, alias Jojo, alias bola de billar: todos los personajes disfrutan de un nombre y dos motes en este libro— una serie de personajes que se nos revelan sospechosos del asesinato, y tanto más sospechosos cuanto más avance la historia. Todos tienen derecho a tres pases —una presentación, una declaración y una puntualización, para aportar lo que se han callado— ante un supuesto comisario que es la figura ausente de la novela.

Y vaya fauna: Madame Yéva, a la que su hijo desprecia porque es una mujer moderna, impropia de su edad (piensa el hijo); el hijo: Taniel, al que su madre trata como un inútil, porque lo es y al que los demás llaman Quetur, o sea El Turco, porque es armenio; el padre, que es aún mucho más inútil y además ludópata; el otro hijo que es inútil de verdad, porque resulta que es deficiente mental… El cuadro familiar va completado por la rubia del barrio, alias la chati de Quetur, una tipa que se las da de pija sin recursos para serlo, y el amigo de ambos, un tal Alí de Marsella (y su hermana).

Sí, sí, lo han adivinado: en el fondo es una sarta de clichés. La típica rubia, el típico inmigrante, el típico chaval macarra de barrio, el típico padre-pegado-a-un-televisor, el típico dueño de bar racista. Desde luego, la literatura es otra cosa. La literatura es trazar personajes, no clichés, categorías.

En todos los barrios hay un macarra, en todos hay una adolescente rubia que se cree una niña bien

En una novela de verdad, el macarra ése, Taniel, tendría, aparte de su mote Quetur y su procedencia armenia, algo único, algo que lo convertiría en personaje. Aquí es figurante: en todos los barrios hay un macarra, y  aquí se llama Taniel. En todas las barriadas hay una adolescente rubia que se cree una niña bien, y consumada seductora y vive a través del lenguaje de Facebook y SMS, con sus abreviaturas inglesas… y aquí le ha tocado a Magalie hacer de tonta. Sin más explicaciones.

Cuando se hacen caricaturas, no se puede matizar mucho: las caricaturas consisten en dibujar un cliché. En eso reside la gracia. Y la novela de Faïza Guène no pasa de ser una caricatura, divertida, mordaz, sin llegar a ser despiadada.

Eso sí, hay profesionalidad en el trazo. Cada figurante tiene su voz personal, su manejo del argot. No sé si en la traducción queda muy normal, es un decir, el del deficiente mental, pero en general, la traductora, Alicia Huici, ha resuelto con bastante acierto el desafío de trasladar al español el casi cheli de una barriada francesa.

Guène procura que nadie nos caiga bien. Aunque yo tengo simpatía por Madame Yéva, alias la cacatúa

Hasta donde se pueda. En español queda raro meter palabras inglesas en medio sin necesidad, pero parece ser la moda en Francia (hasta el punto de que se ha prohibido por ley, fíjense). Y a juzgar por mi uso personal del Facebook, casi ningún español escribe «lol» (‘laughing out loud’: me troncho de risa), pero entre franceses (o magrebíes que hablan en francés) es tan habitual como cierre de comentario como el «joé»en una conversación de bar español.

Muy bien resuelto no está el final, no, todo sea dicho. Es más: no me lo llego a creer como novela de whodunnit, de quién ha sido. Pero a estas alturas, qué importa. Ya hemos recorrido el álbum de familia de un pueblo suburbano de París, en esa frontera gris en la que un núcleo urbano deja de ser un barrio de la ciudad pero aún no alcanza ser un pueblo. Hay un único bar. Con eso se lo digo todo.

El escenario recuerda, en este sentido, un poco las novelas de Daniel Pennac y el ambiente en el que vive Benjamine Malaussène, este detective involuntario al que las circunstancias siempre le arrastran a las desgracias. Si bien Pennac trata a sus personajes con bastante más cariño. Guène procura que nadie nos caiga bien. Aunque yo tengo simpatía por Madame Yéva, alias la cacatúa. Aunque sólo sea por aguantar a semejante hijo. O hijos. Y marido. Y novia del hijo. Y a semejante dueño de bar. A semejante barriada. Joé.