Mañana mola, igual
Ilya U. Topper
Faïza Guène
Mañana será otro día
Género: Novela
Editorial: Salamandra
Páginas: 160
ISBN: 978-84-9838-030-9
Precio: 12 €
Año: 2004 (2006 en España)
Idioma original: Francés
Título original: Kiffe kiffe demain
Traductor: Jordi Martín Lloret
Putada de título. Kiffe kiffe demain. O sea mañana. Para empezar, porque en castellano no existe la palabra kifear, y si existiera, significaría ‘fumar kifi’. Que es lo que significaría kiffer en francés, si no fuera porque en la banlieue, allí donde habita la gente de mal vivir y peor hablar, kiffer quiere dicer fliparla, estar colgada de alguien, prendarse de. Que te mola, vamos. Pero no se puede titular «Mañana mola», porque se pierde todo el juego de Kif kif mañana, que es marroquí del castizo y quiere decir: Mañana igual, lo mismo de siempre, sin cambios en el horizonte.
No lo entenderíamos porque en España, para empezar, no hay banlieue. No la hay como concepto, aunque probablemente las Tres Mil Viviendas y quizás algún barrio de Madrid sean iguales o peores. Pero entonces lo asociamos a los gitanos y a la droga dura al por mayor, no a las familias de magrebíes de segunda generación que viven mayormente de fregar hoteles o de ser vigilante de párking o mozo de almacén. Peluquera, si una tiene ambiciones.
La banlieue es algo muy distinto a Lavapiés. Es un gueto donde todo es igual que ayer
Claro que también se roban a veces coches y se trafica con droga, pero en plan camello normalito de Lavapiés. Pero Lavapiés es otra cosa, no te confundas, colega, Lavapiés tiene glamour y bares y teatros y mogollón de vida y te puedes cruzar a Chus Gutiérrez tomándose un vermú en una terraza.
La banlieue es algo muy muy distinto. Es un gueto donde todo es igual que ayer y todo será igual mañana, kif kif, excepto que quizás alguien le meta a tu padre una carta anónima en el buzón para decirle que Dios le castigará si sigue permitiendo a su hija salir por ahí y hacer teatro o hablar con chicos.
Bueno, eso no le pasa a Doria, la chavala quinceañera que se ha inventado el juego de palabras ese de kiffe kiffe, porque Doria no tiene padre. O sí tiene pero se ha pirado a Marruecos para casarse con otra porque siempre quería un hijo, vamos, una cosa que tenga pilula, y Doria tiene la mala suerte de ser nena. Así que Doria vive con su madre, la que friega hoteles y no ha aprendido nunca a escribir más que su nombre, si eso, y se encoge de hombros cuando la asistenta social le pregunta qué lee, tipo de hacerle ver que nada, que no lee, que es un poco autista, como ya queda evidente en sus notas del cole.
Esto no es La Haine, una peli hecha con las mismas mimbres que no acaba en plan supergenial
Es mentira, claro, porque la chavala observa mucho y no para de reflexionar, pero está harta de que le tengan pena y quieran ayudarle. Aunque ayuda necesita, vive Dios. No es fácil tener quince años cuando hasta tu mejor amigo, el camello del barrio, te considera una cría y no te cuenta las cosas.
No es fácil, aunque aquí, en este barrio, los dramas son de medio pelo. Que te pillen mirando ropa en el mercadillo de la beneficiencia. Que a Yussuf, el de la tía Zohra, le caigan seis meses en chirona por trapicheos. Que te digan de repente que tu actor favorito de la telenovela de las ocho es mariquita en la vida real. Eso sí que es chungo.
Per vamos, no: esto no es La Haine, una peli hecha con las mismas mimbres que esta novela pero que «no acaba en plan supergenial», como dice la propia Doria. Si has visto la peli, sabes lo que quiero decir, tronco. Y si no la has visto, alquílatela ya en el videoclub de la esquina (o bájatela de internet, ¿ves? eso es algo que Doria no hace, porque no tiene ordenador y en 2004, cuando se escribió la novela, parece ser que las adolescentes aún iban por la calle enchufadas al walkman y no a un smartphone con Facebook. Aunque de todas formas, Doria no se lo podría comprar).
La Haine es la historia de un hombre que se cae de un edificio de quince pisos. Y mientras va cayendo intenta tranquilizarse: hasta ahora, se dice, todo va bien. Pasan los balcones cada vez más rápido. Hasta ahora, todo va bien. Pero lo malo no es la caída. Es el aterrizaje.
Kiffe kiffe demain es la historia de un aterrizaje. Uno suave. Contado sin edulcorar pero con buen rollo. Como la vida misma, porque la vida misma a veces no es tan puta, y puede que una saque buenas notas en FP de peluquería, y puede que mamá supere lo del gilipollas de su marido, y puede que una cumpla dieciseis y…
Un novela un poco facilona, con un punto de ternura, y muy creíble. Frescura
No sé yo cuánto de autobiográfico de Faïza Guène hay en la novela, ni falta que me hace. Huele a autenticidad, a barrio de verdad, a haber sido escrita por una chavala de veinte años y de padres magrebíes. Un poco facilón, un punto de ternura, y muy creíble. Frescura. (No tiene precio esa facilidad con la que Doria, recién plantada delante de la decepción del año, se imagina en un reality show de esos, llorando por su mala suerte, y con el de la voz en off dándole la razón, y aprovechando, el de la voz en off, para quejarse de paso de lo duro que es ser presentador de voz en off y que nadie te pida nunca autógrafos por la calle, y por cierto, vendo mi coche, por si alguien está interesado). Más frescura que su segunda obra, El caso del bar Balto, donde los personajes ya corren peligro de encasillarse en la caricatura de la banlieue.
Kiffe Kiffe demain sólo lo he leído en francés, pero hay una traducción al español, firmada por Jordi Martín Lloret. Cuando la pille, ya opinaré. El argot se puede resolver con un poco de cheli, las palabras magrebíes, que en París están a la orden del día, pero no en Madrid, igual habrá que aprendérselas, pero cuando los malabarismos mentales de la chavala la toman con un apellido francés, ya nos han jodido. En fin, la cría mola. Faïza, quiero otro libro tuyo.