La mancha invisible
Alejandro Luque
Dirección: Asghar Farhadi
Género: Largometraje
Intérpretes: Shahab Hosseini, Taraneh Alidoosti, Babak Karimi, Mina Sadati
Produccción: Arte France Cinéma, Farhadi Film, Memento Films
Guión: Asghar Farhadi
Duración: 125 minutos
Estreno: 2016
País: Irán
Idioma: Farsi
Título original: فروشنده
Una de las cosas más difíciles de explicar sobre el machismo, incluso entre los ciudadanos más concienciados, es el modo en que permea todos los aspectos de la sociedad, unas veces más evidente, otras más sibilino. Tampoco resulta sencillo hacer ver que las víctimas del machismo son, en primera y brutal instancia, las mujeres; pero que los hombres son también víctimas subsidiarias de ese sistema que supuestamente los privilegia. De todo esto va El viajante, la última y oscarizada película del iraní Asghar Farhadi.
El filme comienza con la mudanza forzosa de Emad y Rana, una pareja bien avenida cuyo apartamento se halla bajo amenaza de derrumbe. Un amigo les da la oportunidad de instalarse en ventajosas condiciones a otro piso, en el que permanecen almacenadas las pertenencias de la anterior inquilina.
Nadie quiere vivir en el piso de una fulana, porque la deshonra queda impregnada en las paredes
Emad, empleado en un instituto de Secundaria, es todo lo contrario del típico profesor represivo, a la antigua usanza. Sus clases de literatura desprenden buen rollo, sus alumnos lo admiran y se implican, su actitud cívica es casi irreprochable. Y si hay algo que reprocharle, él está dispuesto a disculparse inmediatamente. Es un iraní culto del siglo XXI con valores bastante más avanzados que los de la sociedad que le rodea. No lo vemos rezar o invocar a dios, ni siquiera como frase hecha.
Emad y Rana coinciden, además, en el elenco de una compañía teatral que está a punto de estrenar La muerte de un viajante de Arthur Miller. Los ensayos nos permiten asomarnos a algunas situaciones reveladoras, como el bochorno que le produce a una actriz interpretar el papel de prostituta. Este hecho se conecta con el misterio en torno a la última inquilina del piso, alguien que según todos los indicios observaba “una conducta disoluta” debido al continuo vaivén de hombres por la escalera.
Incluso una mentalidad más o menos moderna como la de Emad y Rana se siente agraviada por este descubrimiento. Nadie quiere vivir en el piso de una fulana, porque –como todo el mundo sabe– la deshonra queda impregnada en las paredes y en el aire mismo de las habitaciones. Y por supuesto, en la memoria de los vecinos…
Gira hacia el thriller psicológico a lo Hitchcock, mostrando el deterioro de la convivencia
La situación se agrava cuando el apartamento es asaltado y Rana, que se encontraba en la ducha, recibe terribles golpes hasta que logra pedir ayuda y hacer huir al atacante. Todo parece indicar que un cliente despistado volvió en busca de la prostituta y reaccionó violentamente ante la nueva inquilina. Sin embargo, el incidente pone en marcha todo un sistema de silencios y de informaciones parciales que intrigan al espectador. ¿Cómo ocurrió todo? ¿Quién era aquel tipo? ¿Podría reconocerlo Rana si volviera a verlo? ¿Hubo algún tipo de abuso sexual? ¿Por qué no lo denuncian? ¿Por qué no hablan de ello con sus amigos?
Con un guión inteligente, aunque por momentos algo inflado, y una estética austera sobre el telón de fondo de una Teherán deslucida y gris, el autor de Nader y Simin, una separación gira a partir de ese momento hacia el thriller psicológico a lo Hitchcock, mostrando de paso el deterioro de la convivencia entre ambos personajes.
Ahorraremos al lector más detalles para no chafarle ningún golpe de efecto, pero sí conviene subrayar algo que hace de El viajante un trabajo verdaderamente singular: el hecho de que Emad se sienta víctima de aquella agresión casi en pie de igualdad con Rama. No que se solidarice con ella, cosa que hace toda la gente bien que los rodea, sino que se vea a sí mismo como agraviado. Agraviado de un modo aún más difícil de reparar que el de Rana, que empezará a estar mejor cuando las heridas físicas vayan siendo restañadas. Emad no: sus heridas son de otra índole. También él, el hombre del siglo XXI, vive lastrado por la idea del honor mancillado. Es su mancha invisible. Y apuesto a que un altísimo porcentaje de los espectadores del filme no necesitará que le expliquen en qué consiste.
Película sutil, como el fenómeno que expone, El viajante despliega un mapa de los pudores y los temores –y las hipocresías– de esa sociedad persa actual, menos diferente de la occidental de lo que a menudo creemos.
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