Crítica

Ser “así”

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 6 minutos

Giorgio Bassani
Las gafas de oro
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Género: Novela
Editorial: Acantilado
Páginas: 128
ISBN: 978-84-1601-170-4
Precio: 14 €
Año: 1958 (2015 en España)
Idioma original: italiano
Título original: Gli occhiali d’oro
Traducción: Juan Antonio Méndez

Cierto esnobismo ha decretado que los suplementos culturales españoles han caído, al menos en los últimos tiempos, en franca decadencia. No estoy seguro de poder discutirlo, pues temo que dicha decadencia alcance a la prensa toda, pero sí me veo con el ánimo de romper una lanza por estos entrañables encartes, o al menos saldar mi deuda como lector con ellos. Por ejemplo, con el ABC Cultural, que en abril de 2000, antes del uso generalizado de internet –¡qué lejos queda!–, tradujo un artículo de Andrea Camilleri sobre Los lentes de oro, de Giorgio Bassani.

Bassani, de quien yo me preciaba de conocer su obra cumbre, El jardín de los Finzi-Contini, había fallecido apenas un par de semanas antes, a la edad de 84 años, en Roma, y trasladado a su Ferrara adoptiva para ser sepultado en el hermoso cementerio judío, pero bajo una losa de estridente diseño futurista que tal vez no le haya permitido descansar aún en paz.

Athos Fadigati es un médico respetado hasta que se pone de manifiesto que es “así”: homosexual

Lo cierto es que el autor de la saga de Montalbano, sagacísimo lector, ponía el foco en una novelita sobre la que yo no había oído ni hablar, y lo hacía con unas palabras tan elogiosas que invitaban a buscarlo por donde hiciera falta. Puesto que mi italiano era entonces muy deficiente, removí Roma con Santiago hasta dar con una vieja edición español, de Barral, traducida nada menos que por Sergio Pitol y con una bonita cubierta de Julio Vivas.

El contexto de Las gafas de oro, como aparece traducido en esta nueva, necesaria edición de Acantilado, es similar al de El jardín de los Finzi-Contini. En cierto modo, es un anticipo del clásico: son los años 30 en Italia, ese momento histórico previo a la promulgación de las leyes raciales en el que todavía parece imposible que el fascismo pueda seguir a la Alemania nazi en su demencial carrera homicida.

Judío y gay: víctimas de una misma sevicia, esa costumbre humana de detectar la diferencia

Ahí encontramos a Athos Fadigati, un competente médico respetado por todos hasta que se pone de manifiesto su única mancha: es “así”, es decir, homosexual. Su historia la cuenta un joven estudiante judío que se cruza con él cada mañana en el tren de Bolonia, en cuyos trayectos tiene Fadigati la oportunidad de ganarse la simpatía de los chavales… Y la desgracia de toparse con Deliliers, un muchacho egoísta y maleducado con quien tendrá un breve noviazgo.

La novela narra básicamente la hermosa amistad que surge entre el médico y el narrador anónimo, al tiempo que se cuenta la progresiva marginación de la que Fadigati va siendo objeto en su entorno social. Quisiera ahora detenerme brevemente en algunos aspectos de la obra que merecen cierta atención. Por ejemplo, en el modo en que Bassani trata a los distintos personajes, pero sobre todo al doctor, con extremo respeto; un respeto que no podemos evitar percibir como respeto, también, para el lector. “Sin ceder nunca a lo patético o a la conmiseración”, cito a propósito a Camilleri, “sino manteniendo siempre el discurso en un alto registro que es abstracto”.

Judío y gay van a ser víctimas de una misma sevicia, esa antiquísima costumbre humana de detectar la diferencia para hincar el colmillo. La comunidad judía la experimentó en toda su feroz inhumanidad con el exilio y el holocausto. Los gays han sufrido una persecución que llega hasta nuestros días, y que se revela tanto en la negación de derechos básicos como en la agresión pura y dura: 235 casos el año pasado en España, de los cuales 93 ocurrieron en Andalucía para vergüenza de una comunidad que en muchas zonas pudo presumir de tolerancia y perfecta integración.

Sea como fuere, Bassani va a percibir muy bien la importancia de los espacios comunes en la vida social. La amistad entre el médico y los chicos surge al compartir los asientos del tren, mientras que la división entre el palco y el patio de butacas del cine (donde Fadigati se mezcla sospechosamente con los grupos de soldados), o las pistas de tenis que abandonarán los chicos de los Lavezzoli, o esa playa donde las familias respetables se broncean a pocos metros del Duce, indican todo un mapa de desencuentros, de incomprensiones que no conducen a nada bueno. Un mapa del odio que prefigura el desenlace de los Finzi-Contini, mencionados de paso en estas páginas.

El desprecio a la homosexualidad contrasta con la naturalidad con la que se admite el prostíbulo

Otros detalles, como que Fadigati sea otorrinolaringólogo, es decir, alguien que se asoma a nuestro interior a través de orificios tan íntimos como los nasales o auditivos y la boca, podrían dar pie a sutiles interpretaciones más o menos freudianas. O ese contraste entre el desprecio a la homosexualidad, como si se tratara de una enfermedad contagiosa, y la naturalidad con que se admite que la escuela sentimental de los jóvenes sea el prostíbulo. De lo que no cabe duda es de que el personaje, sea gracias a su quehacer diario o a su sensibilidad, conoce la naturaleza humana: intuye el deseo en el provocador Deliliers, huele el desprecio en sus vecinos sin necesidad de que se lo demuestren explícitamente. Y en esa intuición, quizá, halla un sufrimiento aún mayor.

Toca advertir del spoiler, aunque creo que el valor de la novela va más allá de las eventuales sorpresas de la trama: en fin, Fadigati, condenado por una sociedad hipócrita, se quita la vida en las últimas páginas del libro arrojándose a las aguas del Po. En las noticias, por supuesto, se niega que fuera un suicidio: “A nadie le estaba permitido eliminarse en aquellos tiempos…”, dice Bassani. “¿No se vivía acaso en una viril felicidad?”, agregaba Camilleri en el ABC Cultural del 21 de abril de 2000.

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